entre denuncias de miles de desalojos forzosos
Veamos un par de noticias de carácter técnico sobre el urbanismo de Luanda. La primera, fechada en junio de este año, indica que el propio presidente de Angola, José Eduardo dos Santos, confirmó públicamente la creación de un equipo técnico (constituido ex-profeso, y coordinado por el ministro de Urbanismo y Medio Ambiente), que "apoyará y facilitará el acceso a la información" de una empresa consultora para llevar a cabo la "Revisión del Plan de Gestión del Crecimiento Urbano" de la capital del país, Luanda, en el plazo de nueve meses. La segunda noticia, de septiembre último, se refiere a la creación (esta vez por el Gobernador de Luanda) de otro "grupo de trabajo" integrado por expertos en construcción civil, urbanización y planificación, para mejorar el caótico tráfico de una ciudad que ya cuenta con más de cinco millones de habitantes.
Atendamos ahora a otra noticia, nada técnica, que complementa a las anteriores y las contextualiza adecuadamente. Está fechada un mes antes de la primera, en mayo de 2007. Informa de que entre 2002 (el fin de la guerra civil) y este año, "el gobierno angoleño ha desalojado por la fuerza a miles de residentes pobres de la capital Luanda, generalmente por medio de la violencia y sin ofrecer indemnizaciones de ningún tipo", según hicieron público Human Rights Watch y la organización angoleña SOS Hábitat en un detallado informe. De manera que el paisaje que sigue dominando es, de algún modo, el de la violencia, no el de la paz.
Angola tiene cerca de 15 millones de habitantes, de los cuales un tercio, aproximadamente, residen en la capital Luanda. Se habla portugués y una serie de dialectos locales (kikongo, kimbundo, umbundu, chokwe, mbunda y oxikuanyama). La moneda es el kwanza (1 euro = 95 kwanzas). Luanda data de 1575, y en su historia pueden definirse tres periodos, en función de la economía dominante. En el primero, hasta el siglo XIX, la principal actividad económica era el comercio de esclavos hacia Brasil. La ciudad se desarrolló entonces en dos partes, una alta (destinada a las instituciones, la iglesia y las residencias de los colonos) y otra baja (con la zona comercial). A comienzos del siglo XX se inicia otra etapa, basada ahora en el café. Para esta fecha ya se habían consolidado las musseques, los barrios de infravivienda habitados por la mayor parte de los negros de la ciudad. El espacio urbano, de marcado carácter dual, "estaba distribuido entre la ciudad del asfalto y la del musseque" (sigo aquí, como en todo el post, el interesante artículo de C. Ultramari, S. Leitão y Z. Schussel). Estas musseques se convirtieron en un “espacio transcultural” que hacían (y siguen haciendo) de puente entre la ciudad y el campo.
La tercera etapa de la ciudad, que se inicia con la independencia del país, en 1975, se funda en una nueva economía del petróleo y los diamantes. Está caracterizada por tres hechos determinantes: una larga y durísima guerra, que se inició en 1961 y concluyó en 2002, destrozando el paisaje y la sociedad (nadie recuerda a los muertos); la afluencia masiva de población procedente del campo; las nuevas dependencias internacionales (que también han llevado a formar nuevas élites urbanas), y una serie de importantes transformaciones institucionales. Del Tratado de Amistad con la Unión Soviética y la notable presencia cubana y sudafricana en el país se ha pasado a las relaciones de dependencia con los Estados Unidos. Una dependencia que no admite discusión: los gigantes petroleros acumulan inversiones en Africa y demandan la presencia de más militares norteamericanos para evitar sobresaltos. La ExxonMobil, por ejemplo, participa en la explotación de cinco yacimientos marinos en Angola, y el subsecretario norteamericano de Estado para Africa, Walter Kansteiner, declaró que “el petróleo africano es de interés estratégico nacional para nosotros y lo será más aún en el futuro” (The Time, 29-7-02). Aunque es cierto que China tampoco está ausente de este país, e intenta abrirse paso: más del 25% de sus importaciones de petróleo proceden de aquí, y en 2004 prestó a Angola dos mil millones de dólares.
Siguiendo con el artículo citado de Ultramari, Leitão y Schussel, podemos señalar cuatro características del urbanismo luandés que nos van a permitir entender mejor las noticias comentadas al inicio. La primera, la extraordinaria dependencia que tiene aquí la ordenación urbana respecto a la economía nacional e internacional. Mayor, o al menos más explícita que en los países más desarrollados. Aún siendo gestionadas por las entidades locales, las principales decisiones urbanísticas (las estructurales) se toman en los escalones más altos del poder angoleño. Por eso no es de extrañar que sea el propio presidente de la República el que tutele al equipo encargado del Plan de Gestión del Crecimiento Urbano. Y tampoco sorprende esta noticia de prensa: Presidente preocupado com urbanismo e habitação (de angoladigital.net, 13 de octubre de 2006). Lo cual no hace sino seguir las pautas del Banco Mundial, quien señaló, por ejemplo, que “los gobiernos urbanos pueden estimular el desarrollo económico, así como pueden provocar retrocesos". Y estas decisiones están vinculadas, desde luego, a los intereses internacionales subrayados antes.
La segunda característica del actual urbanismo angoleño se refiere a las decisivas transformaciones legales, que pretenden redirigir el país desde una estructura socialista hacia una economía de corte capitalista. En concreto, modificando el estatuto de la propiedad del suelo y abriendo la posibilidad de una mayor intervención en los asuntos urbanos de agentes privados. En 1994 fue instituido el "derecho individual de uso de la superficie", que tenía el objetivo de promover urbanizaciones en colaboración con la iniciativa privada, cuando hasta entonces el suelo urbano era de propiedad exclusivamente pública. En 1996 se creó una compañía de capital mixto del gobierno de Luanda y del sector privado, con la finalidad de gestionar el nuevo proceso de ocupación del suelo urbano. Lo cual no obsta para (al contrario, potencia) la vitalidad del gran mercado abierto e informal de Luanda: Roque Santeiro, uno de los mercados a cielo abierto mayores del mundo. En él, varios miles de comerciantes (muchos de ellos al servicio de distribuidores libaneses, indios o chinos) se instalan al margen de cualquier institución pública formal, y ofrecen a la venta desde piezas de pan hasta piezas de helicóptero. Sorprendentemente, casi no existe venta de los típicos productos artesanos de otros mercados similares.
La tercera característica, el “surgimiento de una nueva clase que ahora puede vivir sin la dependencia del estado (no sólo en términos de hábitat y urbanismo, sino también en términos de la educación y de la salud)”, compuesta por funcionarios de cierto nivel, empresarios y representantes de empresas extranjeras, con un “ostensible el deseo de gentrification“ y ganas de separarse del resto de la ciudad, y haerclo patente. Puede leerse una web donde se describe este proceso y se califica a Luanda como ciudad “estúpidamente cara”. Algunos de los procesos urbanísticos más llamativos deben entenderse (como los desarrollos de waterfronts) dirigidos a ese grupo de población, junto a la (todavía escasa) previsible llegada de turistas con alto poder adquisitivo. Se crean gated communities (o en terminología sudamericana: condominios cerrados), rodeadas de muros, hiperprotegidas y aisladas del resto de la ciudad. Se realizan conforme a las pautas del urbanismo internacional (ciudad jardín, golf, etc.), y llevan a una imparable fragmentación de los espacios urbanos. Junto a la famosa Avenida Marginal (que recorre la curva de la bahía) está surgiendo “una verdadera Manhattan africana”, con torres de 20 plantas (20 andares) de las compañías petrolíferas Esso y Sonangol, la aseguradora AAA, o los cinco nuevos hoteles que está en marcha. En Miramar se levanta el edificio más alto de Luanda (un arranha-céus), con 25 andares para oficinas y comercio, junto a dos nuevas torres de apartamentos. Además, pronto estará acabado (lo realiza una empresa china) el nuevo aeropuerto internacional y la correspondiente autovía de conexión. La noticia de que está en marcha la “requalificação urbanística da baixa” se entiende ahora mejor.
El cuarto aspecto, la utilización de determinados instrumentos urbanísticos que ahora se han hecho necesarios. El Plan Estratégico de Desarrollo, formulado hace unos pocos años, preveía la rehabilitación de la parte central de la ciudad, la expansión en nuevas áreas (asuntos ya comentados), pero también la integración de las musseques. Para la población de baja renta, y especialmente para los refugiados de la guerra, se han hecho varias actuaciones, con la construcción de algunos miles de viviendas (es difícil evaluar la cantidad exacta), con ayuda del gobierno chino, y que han supuesto algunos premios internacionales para el gobierno angoleño. Pero la tarea es de otra naturaleza. Es absurdo pensar que podrá solucionarse el problema de la vivienda de Luanda a base de que el Estado construya un puñado de casas (por grande que sea, siempre será un puñado). La noticia de que “Luanda precisa de 600 mil casas por año para cubrir el déficit de vivienda” (angoladigital, 11 de mayo de 2007), junto a la información de que “más de la mitad de la población de Luanda vivirá en musseques en 2020” (25 de julio de 2006; en realidad, la información procede de un informe de Naciones Unidas que habla del 75% -efectivamente, más de la mitad-, con una población estimada para entonces de 10 millones de habitantes), no parece que pueda resolverse con llamamientos a la “clase empresarial nacional” para que invierta más en este sector, como plantea la viceministra de Urbanismo y Ambiente, Carla de Sousa. Más coherente con esas cifras parece la idea del Gobernador de la capital, de “transformar las musseques en pequeñas ciudades” (angoladigital, 11 de enero de 2007), mediante “proyectos de recualificación”, para lo que se ha propuesto una actuación piloto en la zona de Boavista. Habrá que ver en qué se concreta.
En cualquier caso, una cosa es olvidarse de la doctrina del socialismo soviético, y otra muy distinta abrir paso al urbanismo de las empresas petroleras a base de expulsar (limpiar el terreno necesario) a la población molesta, “inadecuadamente emplazada”. Un poco más de coherencia y decencia en las actuaciones internacionales (empresariales y de ayuda) no vendría mal. Y un apunte final. No ha sido fácil elegir la imagen del encabezamiento. El extraordinario emplazamiento de la ciudad en la bahía ofrece innumerables imágenes fantásticas, de día y de noche. Lobo Antunes lo describió en sus recientemente publicadas Cartas de la guerra (Ed. Debate, 2006): Allí, en la luna llena, “casi se puede leer sin luz eléctrica. Los techos de zinc brillan como sábanas de lata”. Pero ilustrar el texto con esas imágenes no sería conforme con el contenido. Mejor Roque Santeiro.
(Publicado inicialmente el 12-10-07).
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