Detalles del post: Todo el oro del día

07.01.08


Todo el oro del día
Permalink por Saravia @ 16:18:32 en Poética -> Bitácora: Plaza

A propósito de los poemas de Eugénio de Andrade

Tarde lluviosa en Market Street, San Francisco (4 de noviembre de 2005. Imagen procedente de richimages.com

Signos que pueden leerse en los poemas del escritor portugués Eugénio de Andrade. Por de pronto, aguzar el oído. “He oído llegar el verano”, nos dice alguna vez. Y es cierto, basta con estar atentos para oír la llegada de las estaciones. O el crecimiento, quizá lento, pero constante, de las cosas (todas, hasta las rocas): “Sentir el tiempo, fibra a fibra, tejiendo el corazón de las cerezas”. Si no estamos atentos, pasa desapercibido: “Crecen en secreto, los niños”. Y en otra ocasión: “Donde fluvial en medio de la noche / crece la piedra / blanca de los álamos / los niños duermen con los pájaros”.

[Mas:]

Metáforas o imágenes útiles: “El pasado es inútil como un trapo” (podríamos hablar de “barrios trapo”). O la de la “casa-barco”; pero no por su forma, sino por su movimiento: “Piedra a piedra / ha de volver la casa. / En los hombros ya siento el ardor / de su navegación”. O esta otra: “El deseo, ese perro, me ladra ahora menos a la puerta”. Más aún: “Un árbol de pájaros”. O: “la palabra llega húmeda de los bosques”. En muchos casos no son más que descripciones mucho más minuciosas que lo habitual. Como ésta: “el río / inclinado / hacia las aves”. Perfecta.

La naturaleza es música: “Música / de las primeras lluvias / sobre el heno”. Las cosas no son perfectas, la perfección está en ellas: “La perfección habita en este muro blanco”. Y la luz, como la gente amiga, no se va abruptamente: “Quizá por eso la luz, / como a quien le gusta hablar / de su vida, se demora en la puerta”.

Emparejamientos de términos dispares, insospechados. La sorprendente compañía tiene un efecto poético muy notable. Por ejemplo: “¿De qué color te has vestido? / ¿de madrugada o limón?”. O también: “Es un día / en que estoy cargado de ti / o de frutas”. Un tercero: “Y la música, que traía / a veces un suspiro, otras un barco”. Y otro más: “Un amigo es a veces el desierto, otras el agua” (es importante el “a veces”). El último: “En la naranja el sol y la luna / duermen cogidos de la mano”.

Una poética propia: “Mano certera / con el agua, / intimidad con la tierra, / empeño del corazón. / Así se hace el poema”. Y siempre, en cualquier caso, no demasiadas palabras: “No se aprende gran cosa con la edad. / Tal vez a ser más sencillo, / a escribir con menos adjetivos”. Y de las pocas palabras en uso, las que siempre ha gustado el poeta: girasoles, blanco, verano, mar, trigo, cabellos, piedra, caballos, cal, oro, casa, verano, fruta, río, labios, verano,... “Palabras que he amado mucho, / que tal vez ame todavía. / Ellas son la casa, la sal de la lengua”.

Coraje para el sentimiento. El conmovedor poema “A la memoria de Rui Belo” podría enlazarse con estos versos finales de “A Miguel, en su 4º aniversario, y contra lo nuclear, naturalmente”: “¿Qué haremos nosotros, hijo, para que la vida / sea algo más que ceguera y cobardía?”. Ceguera y cobardía. ¿Qué se podría hacer?

Eugenio de Andrade, pseudónimo de José Fontinhas, murió el 13 de junio de 2005 en Oporto, a los 82 años. Poeta lírico, de las cosas sencillas, recibió en 2001 el Premio Camões. José Saramago le considera como “uno de los tres mejores poetas portugueses de todos los tiempos”.

(Publicado inicialmente el 20-12-07).

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