Detrás de Paul Ricoeur, José Jiménez Lozano y Gyula Gazdag
Hace unos meses hablábamos, en un post sobre el paisaje, del urbanismo narrativo al que nos invitaba Manuel de Torres i Capell. Volvamos a él una vez más, en nuestra propia versión. Insistamos en una fórmula que puede ayudar a construir una ciudad más cálida. Y también (y sobre todo) una ciudad más justa. Porque la novela, con sus historias, se parece más que ninguna otra disciplina escrita a la ciudad, con sus dimensiones cruzadas, sus puntos de vista diversos e incluso contradictorios, sus recovecos y sus muchos (muchísimos) callejones sin salida. También con sus grandes parques y monumentos de piedra vieja, desde luego. Así es la ciudad y así es la vida. Y si se nos permite un juego fácil con la imagen que nos acompaña, diríamos que el urbanismo necesita contar historias sobre la ciudad para poder, en esa compañía y con algo de ritmo, alzar nuevamente el vuelo.
Viajemos a Ciudad de México, Chemnitz, A Coruña y Toronto. Cuatro ciudades muy diversas, cogidas casi al azar. Veamos algunas de sus más recientes propuestas urbanísticas y revisemos su contenido.
La levedad de un urbanismo demasiado pesado
Comencemos por México y la movilidad. Y una cita de Bobbio: “Esos viejos… ¿Cómo se las han arreglado para pasar tantos peligros llegando sanos y salvos a edad tan tardía? (...) ¿Cómo no acabaron bajo un automóvil? (...) Estoy loco, cada vez más tambaleante, con las piernas cada vez más débiles, apoyándome en un bastón, del brazo de mi mujer, sigo cruzando la calle”. Una confesión del filósofo italiano que recoge el investigador mexicano Roberto Donoso en un sintético texto sobre Ancianos y ciudad. Allí también se dice: “El placer que puede sentir el anciano al caminar por las calles se ve opacado por las banquetas descuidadas, donde se tropieza continuamente con un pavimento disparejo, por los automóviles que se estacionan ocupando parte de ellas”, etc. Está claro. Habrá miles, centenares de miles de personas en esa situación, con su propia experiencia, personal y diaria.
Pero al consultar el Programa integral de Transporte y Vialidad 2001-2006 de la Ciudad de México, ninguna de tales historias se refleja. La síntesis de la movilidad, que se encuentra en el capítulo 1.1.4, “Demanda de movilidad”, es como sigue: “El proceso de concentración de la población en las áreas externas de la Ciudad, ha provocado cambios importantes en los patrones de viaje, mientras que en 1983 los viajes con origen y destino en las delegaciones del DF representaban casi el 62%, en 1994 su participación se redujo a menos del 57%. Por su parte, los viajes metropolitanos (los que cruzan el límite del DF y el Estado de México), pasaron del 17% a casi el 22%; esto significa poco más de 4.2 millones de viajes por día. Se estima que para el 2020 esta cifra será cercana a los 5.6 millones de viajes y representará cerca del 20% del total de viajes en la ZMVM (28.3 millones de viajes en total)”. No hay una sola mención al asunto enunciado más arriba. La ocupación de las aceras se considera en este Plan un problema de falta de aparcamientos (ver punto 2.3.2.3). Y en 2.3.4.1, al hablar de los usuarios del sistema de transportes y movilidad, se dice: “Es necesario establecer una relación solidaria, de apoyo y de cortesía hacia el peatón con especial atención a aquellas personas que por su situación de edad, estado de salud o de indefensión requieran mayor apoyo, por su parte el peatón deberá conocer y respetar las reglas de tránsito y dispositivos de control de la vía pública”. Por último, entre las propuestas se incluye (punto 4.5.2) la de “mejorar y señalizar los senderos peatonales”.
Demasiado escueto. Demasiado duro y demasiado pesado. Pero a la vez, y paradójicamente, demasiado leve. La ciudad está trenzada de millones de historias, pero de casi todas se ha desprendido el plan como de un lastre. Desde luego valen, y son necesarias en cualquier intervención urbanística, las actuaciones simples, directas, y sus correspondientes explicaciones (igualmente sencillas): es obvio. También, por supuesto, los estudios, evaluaciones, estándares, cálculos. Y los argumentos científicos. Pero la narración es algo más que la explicación de hechos y razones. Según cuenta Paul Ricoeur en La memoria, la historia y el olvido (Madrid, Trotta, 2003), las narraciones no constituyen una solución alternativa a la explicación/comprensión. Narrar no equivale a explicar. Tiene un “poder representativo” propio. La narración no se limita a conferir un ropaje verbal a un discurso cuya coherencia sería completa antes de hacerse literatura. Permiten configurar en imágenes, con nuevo conocimiento, las cosas dichas o propuestas. Hay quien critica la narración porque “no muestra más que acontecimientos que impiden elevarse a las causas y a los principios”. Pero es exactamente lo contrario. En nada afecta a los principios ni a su comprensión, y de hecho puede hablarse de dos tipos distintos de intelegibilidad, la narrativa y la explicativa. El urbanismo actual ha suprimido absolutamente cualquier atisbo de narración, y perdido el conocimiento que podría aportar.
Los personajes, entre la trama y los acontecimientos
La narración se articula siempre entre tres operadores: la trama, los acontecimientos y los personajes. Los acontecimientos (¿podríamos decir en nuestro caso las propuestas?) hacen avanzar la acción. Pero los personajes del relato se configuran en la trama al mismo tiempo que el relato contado. En ese contexto se cruzan todo tipo de historias y microhistorias sin perder “coherencia narrativa”. Ricoeur considera importante cuidar la noción del “juego de escalas”. Y dice: “En realidad ni la microhistoria ni tampoco la macrohistoria actúan conjuntamente a una sola escala y a la misma escala”.
Precisamente en los trabajos del nuevo Plan General de A Coruña se plantea explícitamente esa misma cuestión del “juego de escalas”. Pero ¿cómo? El plan parece, de entrada, poco complaciente con ninguna microhistoria. Veamos cuál es su planteamiento inicial, y recordemos sus objetivos (va a resultar largo): 1º. Afrontar la nueva escala metropolitana en el que la ciudad se halla inmerso. Quiere decir que puede ser el marco para encajar adecuadamente la definición de unas infraestructuras modernas, en esta dinámica macro-municipal y constituir así el futuro de una "ciudad abierta a su región" en la nueva condición que se presenta para las ciudades europeas.En este sentido A Coruña debe conseguir un nuevo rol como ´capital urbana´ de estos nuevos espacios metropolitanos. 2º. Recualificar la ciudad existente buscando mejorar los servicios y la calidad de sus espacios y equipamientos. 3º. Apoyar la tendencia hacia una economía de servicios, complementaria a la actividad industrial que se desarrolla en ciertos sectores del ámbito municipal y metropolitano. También abriendo espacio a la actividad innovadora y a la "economía del conocimiento". 4º. Estimular actuaciones prototípicas en el campo del ´desarrollo durable´, ya sea en la residencia o en la actividad económica. 5º. Restablecer una clara relación con su medio geográfico natural: la topografía y los bordes del agua. 6º. Promover una propia identidad y crearse un espacio claro como ciudad capital media "atractiva y singular" en el concierto español y europeo.
Como se ve y como decíamos, ninguna concesión a las pequeñas historias. Pero hablaba de escalas. ¿En qué términos lo hace?: “El plan debe ser un instrumento de desarrollo de coherencias en la ciudad y en sus diferentes áreas de actuación: Sólo así conseguiremos superar los costes de la descoordinación, fatalmente tan habituales en nuestros desarrollos municipales. Se apuesta por el desarrollo de un proceso de elaboración del Plan que permita ´planificar construyendo´ algunos argumentos centrales, para que su puesta en práctica sea más fácil y su realización por fases, sea entendida como un proceso de la propia ciudad”. La cuestión parece ser económica, centrada en los costes de la descoordinación administrativa, y no en la forma de atender a las historias de las diferentes escalas de los relatos.
Efectos de realidad
Conviene subrayar una cautela al abrirse a las pequeñas historias y a la narración: no se trata, en modo alguno, de aplicar “efectos de realidad” a una propuesta ya elaborada previamente, esa tentación estetizante a la que corren peligro de ceder los defensores de la retórica narrativa. Se suelen denominar “efectos de realidad” a esos detalles “superfluos” que en nada contribuyen a la estructura del relato, a su impulso de sentido. Son “zonas no significantes” respecto al sentido del relato, que sólo pretenden una verosimilitud de carácter puramente estético y en absoluto referencial. Para entendernos: podría ser algo parecido al efecto de incorporar las alegaciones de personas concretas a un plan ya prediseñado en sus aspectos esenciales. Y no es eso. De lo que aquí hablamos es de abrirse a esos pequeños relatos que están ahí como puerta de conocimiento, y que acogen el silenciado argumento de una ética que sólo puede ser expresada precisamente en la estética del pequeño relato. Minúsculas narraciones que apuntan a la restauración de hechos y personas singulares en la ciudad, y también (y especialmente) de algunos relatos de los "seres de desgracia", si se tiene suficiente arte y capacidad, y se sitúa su historia en el centro del mundo. Si se apunta hacia el siempre silenciado argumento.
En Chemnitz, Alemania, se ha elaborado un largo y ambicioso plan sobre un espacio decadente: el Stadtumbau GmbH. Se plantea actuar sobre áreas periféricas seleccionadas, donde se demolerán y reestructurarán manzanas para al menos 27.000 viviendas antes del 2020, actuando como revulsivo y estabilizador del mercado residencial (especialmente el de alquiler). Se ha implicado a empresas públicas y privadas, la administración, los bancos, los profesionales y los residentes que aún quedan en esas áreas semiabandonadas. Un tipo de trabajo que pide a gritos un tratamiento narrativo, vigorosamente personalizado, por más que a la práctica urbanística habitual le cueste enfrentarse a lo más concreto. No para darle un toque más realista, sino para trabajar con ese mismo material narrativo.
Dueños de la historia urbana
Pero hay otra cautela que habría que tomar al incorporar historias, no menos importante: la de “exorcizar la mundanidad”, no caer en las garras (pues son garras) de los vencedores, actuales o futuros, individuales o colectivos. Según cree Jiménez Lozano, y lo expone en El narrador y sus historias (Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2003) el relator debe “exorcizar el demonio de la mundanidad”, esa “voluntad más o menos consciente de ontologización de todo lo que es poder y valor mundanos”. Cuidado con esa inclinación, pues “tanto si cuenta y repite una historia de los señores de la Historia, como si la que cuenta es la de los aplastados por ella, [el narrador que incumpla esta cautela] tenderá a hacer grandeza y poder a propósito de unos y de otros”.
Podemos recordar a este propósito cómo mucha de la novela social “trata de los desheredados y aplastados, marginados y sufrientes, pero envueltos en la púrpura épica, convertidos en señores de la Historia”. Y así, “no hay manera de comprender la historia en todo lo que tiene de anacrónica, doliente y fracasada”, tal como recordaba Walter Banjamin. Según Aristóteles hay tres géneros distintos del discurso público: el judicial (que rige los alegatos), el deliberativo (que reina sobre la decisión política), y el epidíctico (llamado también demostrativo, ilustrado por los elogios y las censuras, cuya expresión más relevante es la oración fúnebre). Pues eso: se trata con esta cautela de evitar caer, al hacer urbanismo (como tantas veces se cae) en la oración fúnebre de los señores de la historia urbana.
Vayamos a Toronto, donde se desarrollan desde hace algunos años una serie de planes por la Toronto Waterfront Revitalization Corporation (TWRC), dirigidos a revitalizar la zona de los muelles. La Memoria general es curiosa, y arranca con fuerza, citando a John Rubin: “Los muelles se constituyen en símbolos tanto de nuestras limitaciones como de nuestro potencial. Funcionan a la vez como fronteras físicas y psicológicas. Representan lo profundo y lo reconocible, nuestras esperanzas y nuestros miedos por el porvenir. Son espejo brillante que refleja en la mañana la luz del sol y en la noche las luces de la ciudad, fragmentándolas en millones de rayos brillantes, condensando así y poetizando nuestro mundo cotidiano”. Los planes en que se concreta ese sueño son muy trabajados e interesantes, sin duda. Como el East Bayfront, por ejemplo. Pero el tono de la Memoria mo cambia. Se queda en la grandeza épica de ese extraño protagonista que es la ciudad: “Toronto tiene un sueño. Un sueño de transformación y nueva estímulo de sus muelles en uno de los mayores waterfronts del mundo. El sueño de construir una entrada espectacular a esta ciudad, esta provincia y este país”. ¿Dónde están los ciudadanos?
Un nuevo pacto del urbanista
Desde hace un tiempo venimos hablando de la conveniencia de hacer un sitio, de alguna manera, a un urbanismo con historias, “con nombres”. Un urbanismo que supondría implícitamente un nuevo pacto entre el urbanista y los ciudadanos. Para explicarlo, sigamos una vez más a Paul Ricoeur, al comentar las diferencias entre el pacto que se establece entre el escritor de una novela (incluso realista) o el de un libro de historia con el lector. Son pactos -dice- "no formulados, que estructuran expectativas diferentes por parte del lector y promesas distintas en el autor". No hay confusión para nadie, y quien lee historia sabe que no es ficción, y quien lee novela también conoce lo que tiene entre manos. Proponemos, pues, incorporar al quehacer urbanístico pequeños relatos, narraciones breves que tratan de casos singulares. Concretos, reales, efectivos. Con asuntos que (también) deben resolverse. De esa forma, habría más riqueza y más justicia en los proyectos. Porque “el pequeño relato es verdadero y deconstruye incluso la más alta retórica de Homero”.
La foto del encabezamiento es una de las imágenes finales del relato fantástico del escritor y cineasta húngaro Gyula Gazdag, titulado “Un cuento de hadas húngaro” (Hol volt, hol nem volt, 1987, premiado en San Sebastián y Sitges). Se ve a los tres protagonistas, el niño Andris, una enfermera (la Muchacha) y el oficinista Orban sobre una de las águilas de piedra de Budapest. Esa es la idea: que las viejas águilas de piedra que sobregargan pesadamente el urbanismo, puedan de alguna forma levantar el vuelo.
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