Relojes públicos que no marcan las horas
Como sabemos, muchos de los edificios públicos españoles están con Lucho Gatica. Tienen relojes, sí. Pero no marcan las horas. La cosa tendría su gracia si no fuese porque, generalmente, responde a la desidia. Si esos relojes estuviesen parados para intentar detener el tiempo, hacer la noche perpetua, “para que nunca se vaya de mí, / para que nunca amanezca”, vale. Pero nos tememos que es porque nadie les da cuerda.
En el inolvidable manual de José Martínez Sarandeses, Agustina Herrero y María Medina, Espacios públicos urbanos. Trazado, urbanización y mantenimiento (Madrid, MOPU, 1990) -magnífico de tono, de talante-, se proponía lo siguiente: “64. Fuentes de beber. Poner en funcionamiento las fuentes que se encuentren fuera de servicio” (capítulo 8. Recomendaciones de uso y mantenimiento). Pues claro. No hablaban expresamente del funcionamiento de los relojes (aunque sí proponían su instalación en edificios y marquesinas de autobús: punto 123 del cap. 7), pero estaba implícita la recomendación: que la fuente dé agua, el reloj marque la hora, y las cosas estén atendidas y funcionen. Qué menos. Estamos con Gatica (verdadero especialista en tiempos y espacios), desde luego. Pero eso no quita para que también valoremos el mantenimiento esmerado de objetos y mobiliario: un cuidado que te hace sentir bien en el espacio público.
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