Ante la paralización del plan del Cabanyal de Valencia por el Ministerio de Cultura
Ha sido frecuente, desde el siglo XIX, denominar “bárbaros” a quienes causaban daño al patrimonio histórico. Pues bien: en Valencia, los bárbaros están en la Administración. Como si se tratase de una misión divina, los responsables del urbanismo valenciano se han empeñado, contra viento y marea desde hace décadas, en mantener un proyecto urbanístico impresentable, que ya en las formulaciones de los años 70 era impresentable. Consiste en abrir una enorme gran vía (a estas alturas) desde el centro de la ciudad hasta el mar, atravesando al acercarse a la playa el viejo barrio de pescadores de El Cabanyal, partiéndolo en dos. Y lo hace con absoluta insensibilidad a todo cuanto destroza, tenga el valor que tenga: arquitectónico, histórico, social, estético, cultural, medioambiental.
A principios del pasado mes de diciembre recorrimos el barrio acompañados de Tato Herrero, y pudimos ver el enorme daño que ya ha causado la insensatez, barbarie y avaricia municipal (tales son los términos apropiados). Para acelerar la degradación e impulsar el desalojo el Ayuntamiento ha empleado técnicas propias del mobbing inmobiliario más despreciable. Pero la impresionante resistencia de los vecinos ha conseguido frenar el expolio. Finalmente el Ministerio de Cultura ha declarado hoy como "acto de expolio” del patrimonio histórico las actuaciones derivadas del Plan Especial de Protección y Reforma Interior de Cabanyal-Canyameral (de 1999), y establecido la obligación de suspender inmediatamente su ejecución. Enhorabuena, Tato. Enhorabuena, Cabanyal.
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