Detalles del post: El Harlem que ha recibido una paliza

28.02.10


El Harlem que ha recibido una paliza
Permalink por Saravia @ 14:13:51 en Urbanismo con nombres -> Bitácora: Plaza

La vida de Precious Jones, según Shappire

Gabourey Sidibe, en un fotograma de Precious (Lee Daniels, 2009)

Hasta los 16 años, la vida de Claireece Precious Jones (la tremenda, aunque quizá no tan completamente singular, vida de Precious) se desarrollará en muy pocos espacios de Harlem, el anhelante barrio de Nueva York. Pero a medida que, al aproximarse el nacimiento de su segundo hijo y por un giro afortunado del destino, esta muchacha se abre a la vida, se abre también a la ciudad y amplía el territorio que visita. Se diría que hay una relación directa entre el encogimiento del alma y la contracción del espacio en que se vive. Nos lo relata Sapphire en Push (Barcelona, Anagrama, 1998), la novela en que se basa (con gran fidelidad) la conocida película Precious (Lee Daniels, 2009).

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Situémonos: estamos en los últimos meses de 1987 y primeros de 1988. La ciudad es, como hemos dicho, Nueva York. Vista en conjunto Precious la considera “la ciudad de los blancos, como dice Farrakhan”. El barrio, Harlem, es un espacio vivo y complejo: “Harlem es pequeño, pero cuando estás dentro parece el mundo entero”. Pero también llega a ser apreciado: “Me encanta Harlem, sobre todo la calle 125. Hay cantidad de cosas. Se ve que tenemos cultura”. Las pintadas y graffiti son ordenadas y responsables: “Hay un tío en la 125, se llama Franco, que ha pintado las persianas de metal de casi todos los escaparates. Por la noche vas por allí y ves que en todas hay una pintura diferente. Y a mí eso me gusta más que los museos”. Pero en general el paisaje es desolador. Una vez nos dice: “Al bajar por la 124 hay un solar vacío, con mierda de perro, ladrillos rotos, valla de acero, vidas de basura (…) qué feo Toto / LO ODIO / ODIO / FEO”. Y en otro momento relata así lo que ve: “Hay muchas maneras de recorrer las manzanas de vuelta a casa. Tuerces una esquina y lo ves todo distinto. Si pasas por la 116 con Lenox ves muchas partes abandonadas, casas que se caen a pedazos. Se pone todo tan feo porque la gente tira basuras por todas partes. Y el Ayuntamiento no lo recoge. Los perros dejan todas sus cagadas. La gente que no tiene retrete se caga y se mea en la calle. Y cada vez está todo más feo, horroroso hasta decir basta”. Cuando finalmente empieza a bajar al centro de la ciudad, no sólo aprecia un barrio diferente, sino una ciudad distinta: “Todo es fantástico, grandes escaparates, tiendas (…). Es una ciudad distinta”.

A Precious le gusta “tener tiempo para pasear por Harlem (…), no el Harlem alegre y lleno de vida de Langston Hughes”, sino “el Harlem que ha recibido una paliza”. Porque junto a las ruinas y destrozos pueden también encontrarse algunos alicientes. En ocasiones “cojo la 116 y a veces subo por Madison y voy por el parque. El parque no está nunca limpio pero es todo verde”. La calle donde vive con su madre es Lenox Avenue. Esta calle “está llena de coches y autobuses y taxis piratas. Hay camionetas de reparto aparcadas delante del súper y del MacDonald´s de la esquina de la 132”. Desde el semáforo de la 126 se ve el famoso restaurante Sylvia´s. “Los vendedores africanos están por toda la calle con sus cosas puestas en la acera”. También el autobús (el 101, por ejemplo) forma parte del ámbito de su vida diaria. Un ámbito, por cierto, que recorre siempre sola. En 1982 parió su primer hijo en el suelo de la cocina de la casa del 444 de Lenox Av., donde vivió hasta 1988. La escalera de acceso a su vivienda es “tan estrecha que toco en los dos lados de la pared cuando voy bajando”. Lo más significativo de su cuarto son las fotos de la pared. Primero, la cara de Farrakhan (Louis Farrakhan, el líder del grupo militante negro norteamericano Nación del Islam), que luego se acompañará del póster de Harriet, “una mujer que sacó a más de 300 negros de ser esclavos” (Harriet Beecher, la autora de La cabaña del Tío Tom). A Precious le gustaría “tener una tele en mi cuarto”. Pero el televisor está abajo, siempre encendido, al lado de su madre. “Miro por la ventana a los ladrillos sucios del edificio de enfrente. No se ve el cielo como en la escuela”.

Otra casa de su vida es la de la calle 150 semiesquina con St. Nicholas Av., donde reside su abuela con su primera hija, Pequeña Mongo. Pero nunca va a ese lugar. Donde acude con cierta frecuencia es a un conjunto de centros de asistencia social o equipamiento público. Por de pronto, a las oficinas de la Asistencia Social que le corresponde para renovar el cheque que les entrega la Administración. En ocasiones va a la piscina del centro juvenil de la 135, que “en el verano está llena de gente que no para de salpicar”. Precious nació en 1970, en el Harlem Hospital, donde también nacieron sus dos hijos. Pero fuera de esas fechas no lo visita nunca. Como tampoco visita jamás ninguna iglesia (“Nunca he estado en una iglesia”). Cuando su vida empieza a ampliarse entran en acción nuevos lugares: un ambulatorio, la biblioteca de la 124, el museo de Historia Natural (“la semana pasada fuimos al museo. Hay una ballena colgando del techo”), un local donde se reúne “el grupo del insecto” (una asociación de “Víctimas del Incesto”), otra asociación de ayuda a “chicas seropositivas de 16 a 21 años” (en la novela aparecen varias asociaciones más), y algún café: “Yo no había `salido a tomar un café´ nunca en la vida”. Nuestra protagonista solía visitar muy pocas tiendas. A veces desayunaba en un MacDonald´s. Y otras veces acudía a un “sitio del pollo frito” entre la 127 y la 126: el “Arkansas Jr. Fried Chicken de Lenox”. También estaba ahí la tienda de la señora West, donde “he ido a comprar cosas desde que era pequeña”. Y “enfrente del bar de Lenox, entre la 124 y la 125 está la única tienda de fotocopias de Harlem”.

Por supuesto, hay que hablar de la escuela. Hasta finales del 87 acudía a la Escuela 146 de la calle 134, entre Lenox Av. y Adam Clayton Powell Jr. Boulevard. Poco hay que decir: vemos el aula (Precious siempre se sienta atrás) y el despacho de la señora Lichenstein. “No hay nada, o sea nada, de aire acondicionado en todo el puto edificio”. Cuando se aproxima el parto la cambian de escuela, y accede a la “Enseñanza Secundaria Alternativa / Aprende y Enseña”, situada en la planta 19 del Hotel Theresa, en la calle 125. Esta nueva escuela acabará siendo su auténtico hogar. “La escuela es algo (¡esta casa no es nada!). La escuela va a ayudarme a salir de esta casa”, llega a decir. En la nueva aula “lo primero que veo cuando entro son las ventanas; donde estamos es un piso muy alto, no hay otros edificios enfrente. El cielo es azul azul”. Ahora se sienta delante. En el aula hay “pósters y fotos y plantas y lo arreglamos todo para que quedara bonita”. Y allí, una vez más, reclama sol: “Yo lo que hago es mirar el sol que entra por la ventana de enfrente (…) Me gusta que en clase todo sea casi siempre igual, esa especie de sueño que es la escuela”.

Precious acude a dos albergues. Al primero de ellos, con el niño Abdul recién nacido, una sola noche. “Es como una cárcel de ladrillo, húmeda y con unas cuantas bombillas colgadas del techo”. La experiencia es nefasta. Por el contrario, en el Albergue de Reinserción Social, donde residirá después, las cosas funcionan mucho mejor. Allí ayudan a cuidar a los niños y puede continuar con la escuela. Es “un albergue de medio camino, o sea, un sitio que está a mitad de camino entre la vida que llevas y la vida que quieres llevar. ¿No es bonito?”. A veces va al despacho de la asistenta social del propio albergue, o a la sala de visitas o al despacho de la psicóloga, la señora Weiss (este despacho “es bonito, ¿sabes?, con una ventana grande con sol”). Y está contenta con su cuarto: “Me gusta mi cuarto. Mejor que el de casa, o sea, el de casa de mi madre. Tengo una cama para mí sola, y una cuna para Abdul. Una cómoda con cajones, una mesa, una silla, una librería para poner mis libros y los de Abdul”. Sigue con sus pósters de siempre: “Ahora tengo otro póster en la pared. Tengo a Alice Walker ahí pegada, con Harriet Tubman y Farrakhan”. Su deseo es conseguir un apartamento para vivir sola. Pero entretanto ahí la tenemos, sentada en el salón del albergue con Abdul en los brazos. “El sol está entrando por la ventana y le da a Abdul de lleno”. Eso sí, se trata de “un rayo de sol de color moreno”.

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