A propósito del centenario de la Gran Vía de Madrid
Celebrar estas cosas es perjudicial. Porque se transmite la idea de que mereció la pena perder lo que se perdió y ejercer tanta violencia gratuita. Al contrario: deberíamos celebrar las ocasiones en que un espacio se consiguió conservar, resolviendo el hipotético problema que lo amenazaba por medios pacíficos. Celebrar la Gran Vía supone validar (una vez más, como siempre) la ley de los hechos consumados, la lógica de los hechos por encima de la de las razones. Supone admitir que lo realizado vale más que lo que no se supo, o pudo, defender; y que lo construido merece la pena por el mero hecho de haberse materializado. Supone, por lo tanto, celebrar la fuerza bruta.
Para empezar, las cosas claras: la Gran Vía es un proyecto fallido, muy poco interesante desde el punto de vista compositivo. Pero, digámoslo también, aunque el resultado hubiese sido magnífico, seguiría siendo difícil su justificación racional. Debería quedar claro que las ventajas de la nueva situación compensaban los esfuerzos, daños y dolores provocados. ¿Para qué se hizo ese auténtico “destripamiento” del centro de Madrid? Para mejorar el tráfico, se dijo entonces. Pero ni siquiera ese objetivo se cumplió, y no mejoró el tráfico del centro de Madrid ni en los comienzos de la nueva vía. Acogió buena arquitectura, se dice. Pero el interés de la arquitectura radica en su capacidad de resolver problemas concretos en una situación compleja. Aquellos buenos arquitectos bien podrían haber actuado, bajo otros parámetros, sobre la Red de San Luis, por ejemplo, sin necesitar esa preparación dramática del terreno que se hizo con la nueva calle, esa regularización violenta de los solares.
Hay ocasiones, sin duda, en que hay que adoptar medidas contundentes. Pero la mayor parte de los argumentos urbanísticos suelen ser puramente demagógicos. Sospechosamente interesados. Como sucedió en esta calle (que, por cierto, nunca tuvo árboles ni corrió el tranvía). La inauguración no fue constructiva, sino destructiva. ¿No resulta patética la imagen del rey Alfonso XIII dando “el primer piquetazo”? Lo que estamos celebrando, nos tememos, es más bien la carta blanca que ansían los urbanistas (técnicos y políticos), que no quieren ser juzgados por el futuro. Al contrario, parecen decirse, si consigues que finalmente algo llegue a construirse, ya has salvado el futuro. ¿No se han dado cuenta de que celebrando la Gran Vía están apoyando la barbaridad del Cabanyal de Valencia, esa otra “gran vía” en ciernes que Rita Barberá quiere construir como sea, en la confianza de que el futuro la absolverá benevolente?
No. La Gran Vía se hizo y ya está. Pero no la celebremos. No festejemos el centenario de la Gran Vía de Madrid con sus desahucios innecesarios, sus demoliciones gratuitas, los absurdos escombros de tantas construcciones que tumbó. Unas casas que se habrían levantado con arte y conservado seguramente con cuidado, y que arrumbó un propósito idiota de ínfulas imperiales. Todavía en Wikipedia se lee que la nueva calle supuso la "desaparición de todo un cúmulo de calles estrechas y antihigiénicas" (¿quién es el antihigiénico que ha escrito eso?). Decididamente, ha sido mala idea celebrar la violencia de la piqueta.
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