Esos músicos de la calle
Con los músicos callejeros se pone de manifiesto, una vez más, el conflicto entre los que residen y los que pasan. Dicho en forma grandilocuente, entre sedentarios y nómadas. A estos últimos nos gusta casi siempre encontrar en una esquina o un recodo de las calles algún músico que ameniza (que musicaliza) el recorrido. Pero quienes oyen una y otra vez el mismo (y con frecuencia mínimo) repertorio no suelen ser de la misma opinión. ¿Qué hacer?
Veamos. Que haya música en la calle no está mal. Al contrario: está bien o muy bien. De manera que la cuestión será cómo organizar las actuaciones para que los vecinos no acaben presos de un ataque de nervios. Todos lo entendemos. Muchos ayuntamientos han aprobado normas para exigir un permiso y regular las ubicaciones y horarios en que los músicos pueden actuar sin molestar –se supone- a los transeúntes, y sobre todo a los vecinos. También se regula el volumen de la música. Eso sí, tales ordenanzas no suelen presentarse directamente como lo que son, sino que se parapetan en unas más amplias normas de “protección contra la contaminación ambiental”, o de “fomento y garantía de la convivencia ciudadana en el espacio público”, por ejemplo.
Suelen ser problemáticas. Para algunos, escasas. Para otros, vergonzosas. Pero en este caso no creemos que la virtud esté en el punto medio, sino en el lado de los músicos. Quien vive junto a una vía “de tráfico intenso” no suele reprochar el ruido existente, por más que resulte monótono y cargante: ya sabía dónde se metía cuando se instaló allí. Pues de forma semejante, quien reside en una vía “de música intensa” también suele ser consciente de las características del emplazamiento cuando se instala en la zona. La regulación puede estar bien, pero no habría que exagerar. “¿Habrá que oír la música callejera con auriculares?, ¿tendré que avisar de que mis hijos van a jugar en la calle?”, se pregunta un vecino al conocer la ordenanza recientemente aprobada en Granada.
Escuchar un acordeón, ver un malabarista, un mimo o un pequeño grupo de jazz actuando en la calle es buena señal, no cabe duda. No estaría mal, por tanto, pensar en esas posibilidades al diseñar el espacio urbano. Pensar que alguien como Sidney Bechet (que empezó en la calle, como tantos otros) podría tocar esa Petite Fleur que sin duda necesitamos. Una pieza breve que elaboró G. Querejeta para una exposición sobre ciudad y derechos humanos titulada La ciudad en ciernes mostraba un espacio en tensión (ruidos, prisas, ajetreo, vértigo). Pero al entrar la noche, en esas primeras horas del armisticio de la noche, un grupo callejero aplacaba las calles. Bien está.
bitácora principal de urblog sobre urbanismo y derechos humanos...
_______________________
código original facilitado por
B2/Evolution
|| . . the burgeoning city . . || . .
la ciudad en ciernes . . || . .
la ville en herbe . . ||