Y ahora Spilsbury.
La periodista experta en asuntos científicos y ambientales, Marguerite Holloway, acaba de publicar “La medición de Manhattan: La agitada carrera y el portentoso legado de John Randel Jr., cartógrafo, agrimensor, inventor” (The Measure of Manhattan: The Tumultuous Career and Surprising Legacy of John Randel, Jr., Cartographer, Surveyor, Inventor. Ed. W. W. Norton).
Nada más presentar su propósito, la autora subraya el juego de correspondencias que podemos mantener con un árbol, una casa, un parque, un huerto, una calle, una arboleda, un riachuelo: referencias que nos abren a la evocación de distintos estados (naturalezas) en el tiempo y el espacio, donde la imaginación (el genio del lugar) nos confía los tránsitos entre todos, añadidos cada vez como si para nuestros sentidos fueran transparentes. Los títulos disponen el ánimo en la mejor tradición de los buenos cuentacuentos: en el Capítulo I, Reuben Skye Rose-Redwood y J. R. Lemuel Morrison se aprestan a descubrir la ciudad imaginada. En el Capítulo II John Randel Jr. fija la ciudad a la isla. En el Capítulo V se describe la “ingenuidad de lo nuevo”.
John Randel Jr. (1787–1865): personaje excéntrico, pomposo, irascible y extravagante, reconocido por su ingenio, jugó un papel esencial en el trazado y desarrollo de Manhattan, bajo encomienda de Simeon De Witt, Topógrafo General del Estado de Nueva York, que le encargó el levantamiento de lo que entonces no era más que una isla agreste y sinuosa. Randel registró contornos y sustancia con todo el escrúpulo que le imponía su empeño en la exactitud y su amor por la ciencia. De aquí resultaron unas magistrales series cartográficas, que a día de hoy no dejan de suscitar admiración gracias a su detalle y precisión.
Holloway se detiene en las señales tangibles, en las otras consecuencias de la obra. Describe el jalón de Central Park, perno asentado por el propio Randel que señala el centro de un cruce entre vías proyectadas en 1811, pero jamás ejecutadas. Al igual que otros, el útil de replanteo se mantiene como memoria de una versión suspendida de la ciudad, espectro subyacente de la que llegó a ser, hasta el punto de incluirse en la base de datos del Sistema Nacional de Referencias Territoriales, de manera que el jalón se mantiene asociado a los satélites cartográficos y geodésicos.
Tullio Aebischer, geógrafo investigador de la Universidad de Roma “La Sapienza”, refiere un hito similar, hallado cerca de la ciudad de Frattocchie, sobre la Vía Apia Antica. Se le conoce técnicamente como el Jalón B (el “A” se encuentra en la propia Roma) y se descubrió en una boca de registro localizada junto a la tumba de Cecilia Metella. Se trata de uno de los elementos de las mediciones realizadas en el siglo XIX para determinar la forma de la Tierra.
O la insólita panoplia de artefactos y herramientas topográficas del Dr. Cyrus Reed Teed, que a finales del siglo XIX fundó una comunidad en Estero, al sur de Florida, cuya misión fue demostrar que los seres humanos habitamos en el espacio convexo de una inmensa esfera hueca, dentro de la cual relucen los cuerpos celestiales. Alargaron su regla infinita, el Rectilineador, a través de caminos solados con miles de valvas y veneras dibujando los contraluces de la luna, buscando un confín sobre el que volar (entonces estaríamos sobre la superficie) o topar (tenían razón, andamos bajo la cáscara). Nada quedó de la comunidad, salvo Estero vacío y aquellos instrumentos.
Terminamos aquí esta relación de pistas, indicios o reliquias de horizontes cancelados, cuyo solo pensamiento valió para que alguien en nombre del pueblo los considerase dignos de preservar. Habrá que seguir otro día, porque hay más, mientras nos rendimos al inexcusable texto de Borges (“Del rigor en la ciencia”, quién podría resistirse):
“En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.” Suárez Miranda, “Viajes de varones prudentes”. Libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658.
También dijo él que la imposibilidad de penetrar en el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de plantear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos son provisorios (“Otras inquisiciones”).
Pero, aún mejor, el soneto de la lluvia…Bruscamente la tarde se ha aclarado porque ya cae la lluvia minuciosa. Cae o cayó. La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado.
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