Gato en la niebla.
Acaba de concluir, con el número 32 “Betún en la mirada”, la colección “Manuscritos” de El Gato Gris. Ediciones de Poesía, cuyo lar (los veinte años, su milagro en cada instante de las siete vidas) podemos admirar aquí.
Tal y como describe el colofón, se compone este número de doce poemas y doce serigrafías estampadas sobre cartulina del Pergaminero en plata y betún de Judea, obra en todo de José Noriega, guardado en estuche con alma de abedul; portada y contraportada teñidas manualmente a la cola, con serigrafía oro en la primera y tampón de fieltro –gato en la niebla- atrás.
No hay adiós en un verso, solo colgar del tiempo, velar asperjando lunas llenas para que su luz nos alce de los pasos de fango. El Gato nos enseñó que nunca hemos de alejarnos de las cosas a las que no podemos dar nombre, a no consentir la crueldad de lo insignificante, a que nos merecemos los días limpios, que brillen nuestros ojos más que las galateas, y que la memoria reclame palabras que nos hagan libres.
Aunque cada hoja me parece preciosa, elegí para este post el último poema (número 12), que se titula Invierno:
Ralos los barbechos en su verde renacido. Pujantes, casi alfombras, las cebadas con su ternura de niebla toda hielo. Los almendros tiritando por las yemas y los tocones alumbrando las últimas setas por las grietas de su leña muerta.
Quiero el frío sobre el páramo, los lirios a la espera y los jilgueros en los esqueletos de los cardos. Las urracas en su negro azulado y yo mirando el pasar del tiempo, convencido de que en las nubes hay pasajes con presagios.
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