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08.01.08


Prorratear la historia, distribuir el teatro
Permalink por Saravia @ 04:12:18 en Lecciones -> Bitácora: Mundos

Guión de la cuarta clase de teoría del curso 2007-2008 (8 de enero de 2008), sobre el espacio público.

Una imagen del Tour de Francia en los años 60, procedente de cyclisme-info.net/histoire

Un precioso libro de Pierre Sansot, titulado Les gens de peu (la traducción literal sería "Gente de poco"; ed. en Presses Universitaires de France, 1991), nos pone en la pista del ciclismo. Del Tour de Francia, más concretamente. Ahí están las calles para que pasen los ciclistas: “Cada año, desde el inicio del Tour, nos dejamos llevar por la alegría o la inquietud, participamos en una batalla de gigantes que acabaría en París, la capital de nuestro país. Entrábamos en un tiempo que yo calificaría de mítico. Pues creo que, sin forzarlo, posee las características del mito: marcación de un territorio que incide en la tierra de manera original e incontestable, instauración de un calendario que se sustrae a la duración profana, densidad simbólica y lúdica de los oficiantes y concelebrantes, emergencia de una intensa emoción colectiva, producción de relatos y leyendas, elevar a héroes a ciertos personajes convertidos en semidioses, recuperación en lo cotidiano y familiar de la epopeya”.

[Mas:]

En sus momentos de gloria el Tour fue (ya no, desde luego) el principal acontecimiento de las calles de las ciudades francesas. Al menos para un sector de la población, resultaba esencial. Richard Hoggart, por su parte, en The Uses of Literacy: Aspects of Working Class Life (Chatto and Windus, 1957), también estudió “la cultura del pobre” en el caso de Leeds en las décadas centrales del siglo XX (casi una autobiografía). Ambos autores dedican sus libros a la dignidad de esos territorios, y a intentar entender unas formas que no son idénticas a las del resto de la ciudad.

América, Europa, África.

Conviene reconocer las distintas situaciones para plantear el espacio urbano adecuado. Veamos dos casos singulares, entre tantos. Por un lado, tenemos el modelo del New Urbanism de Estados Unidos (también extendido en Europa). Dos temas surgen: los espacios internos (plazas, etc.) y los de interconexión entre territorios (vinculados a las estaciones). Desde luego el "nuevo urbanismo" tiene presencia en la cultura urbanística. Lo fundamental en él es su objetivo de regresar, una vez más, a los conceptos de vecindario y comunidad (a esa supuesta memoria colectiva de un pasado más cívico). Origen: Se dice que fue en 1979, cuendo el promotor inmobiliario Robert S. Davis encargó a Andrew Duany y Elizabeth Plater-Zyberk un proyecto que recuperase la estructura y morfología de los poblados tradicionales norteamericanos, pero incorporando al automóvil.

Hacía algunos años que en Europa se estaba desarrollando algo semejante (Krier, por ejemplo; o el Príncipe de Gales, más tarde). El primer resultado reconocido como exponente de esta corriente fue la urbanización de Seaside, en Florida, 1981 (32 has). A sus defensores les gusta enumerar sus principios: “caminabilidad” (!), conectividad, diversidad, mezcla, arquitectura de calidad, plaza en el centro y densidades en gradiente, transporte “elegante” (trenes y bicis, sobre todo... aunque haciendo sitio siempre al automóvil), sostenibilidad y calidad de vida.

Existen algunas variantes. En la versión Costa Este americana se propone un crecimiento urbano de alta densidad y uso residencial mixto, para clientes pudientes. La versión británica subraya el ideal de un "pueblo urbano", recuperar el pasado perdido de la Vieja Inglaterra; aunque recurriendo a algunos de los principios de la ciudad-jardín: “pizca de conciencia social” (Harvey), grupos étnicos, elementos de producción y comercio, etc. La versión Costa Oeste americana sitúa los núcleos de barrio "tradicionales" en el seno de un plan regional más integrado de infraestructuras de transporte. (aplicación del TOD: transit oriented development). El concepto de "crecimiento inteligente" que conlleva esa reorganización territorial ha cobrado un atractivo nacional en Estados Unidos, como único camino para reorientar la urbanización sin límites y caótica.

Ventajas: el ideal orgánico (la visión de conjunto), la dimensión ecológica, la relación trabajo-ocio-residencia, etc. Inconvenientes: “Hay mucho margen para el escepticismo” (Harvey, de nuevo, a quien citamos reiteradamente aquí). El nuevo urbanismo rebosa de nostalgia por una idealizada vida de pequeña población y estilo de vida rural que nunca existió; y puede caer fácilmente en la "trampa comunitaria". La mayoría de los proyectos que se han materializado en Estados Unidos (guiados por el afán de lucro del promotor) se refieren a la mejora de la calidad de la vida urbana para los ricos. Además, este movimiento perpetúa la terrible idea de que la planificación urbana puede ser la base de un nuevo orden moral, estético y social. No obstante, se advierten signos de que este "nuevo urbanismo" se consolida en el favor del público. Promotores y financieros están interesados. Se vende bien y tiene futuro.

Pero la mayor parte de los espacios urbanos en el mundo no tienen el contexto americano. La presencia de lo que los anglosajones conocen como slum, que en cada país adopta su peculiar denominación, es contundente y demoledora. Pues asistimos pues a un salvaje proceso de urbanización de los pobres. El campo empieza a dejar de ser su refugio y los expulsa a la ciudad que pasa así a convertirse en el lugar hacia donde se desplaza, sin aparente retorno, la vieja pobreza rural. Casi mil millones de personas viven ya hoy en estos asentamientos precarios. Sin servicios básicos de agua, saneamiento o recogida de basuras; muchas veces sin electricidad, sin pavimentación alguna, de difícil acceso, sin escuelas o servicios médicos, sin espacios públicos, con dificultades de abastecimiento, etc. En tales asentamientos vive un tercio de la población urbana mundial. 550 millones de personas en Asia, 187 en África y 128 en América Latina. Y en los países ricos los 54 restantes. Éstos son los datos, y la previsión es que en 30 años estas cifras se habrán doblado. Así que hablar de pobreza es hablar de estos barrios.

En el pasado la pobreza urbana, aunque de forma lenta, se desplazaba. Siempre ha habido ciudades pobres que devenían ricas y a la inversa; y por supuesto, lo mismo sucedía con sus barrios. No es difícil rastrear en las ciudades las huellas de estos procesos. Pero la desmesurada magnitud de lo que está ocurriendo en los últimos cincuenta años y la tremenda asimetría a que da lugar hacen difícil que pueda pensarse a corto plazo en algo que no sea un progresivo agrandamiento de las diferencias entre unas y otras zonas urbanas. Por de pronto hay que recordar que para los gobiernos siempre ha existido la tentación de la “tabula rasa”. Plantearse la “erradicación” de la pobreza. Sin embargo, sólo parece caber, por justicia y por realismo, apoyarse en la población de estos barrios, aprovechar la enorme riqueza personal e incluso la escasa riqueza material oculta en esos asentamientos decrépitos para su regeneración.

En Brasil, el programa favela-bairro, de mediados de los años 90, se funda en esa idea. Asume la presencia de las favelas y se propone dignificarlas; integrarlas en el contexto urbano y reconocer a sus pobladores el estatus de ciudadanos; reconoce derechos de propiedad y dota a los barrios de servicios y equipamientos urbanos públicos. Y en Indonesia, por citar otro ejemplo, habría que hablar de la política nacional de ayuda a la población encauzada en el programa de renovación de los “Kampung”. Conforme a éste, el ayuntamiento de Surabaya decidió proporcionar materiales a los vecinos de los barrios pobres con los que éstos urbanizaron y edificaron. Un programa que, vistos los resultados, se amplió después a cientos de ciudades. La clave en todos estos procesos reside en confiar en la capacidad de autoorganización y ayuda mutua de la población del slum, frente a la más que frecuente corrupción e ineptitud de los gobiernos.

¿Es posible calcular cuánto espacio público necesitamos? ¿Con qué características? Conviene recordar que no hay números para este tipo de cálculos en la ley. El espacio urbano necesario será el que salga del sieño urbano. Pero quizá no esté mal una primera referencia, para empezar a hablar: los números con que se construyen los campos de refugiados.

Plazas

Cuando hablamos de espacio urbano, hay que hablar de las plazas. El espacio de la plaza es el característico, el que concentra las funciones críticas del espacio urbano. Para comentar sus cualidades podríamos empezar estudiando sus defectos, cómo son las plazas equivocadas. Una página web se dedica precisa y sorprendentemente a eso (worsturban.blogspot.com). ¿Qué vemos en ella? Ni aún así es fácil definir las características comunes a todos los espacios de la plaza urbana. El espacio público estructura la ciudad, pero hay en ella ámbitos diferenciados. Una vez que distinguimos el callejero (los espacios públicos) y el parcelario (los espacios privados, o de propiedad pública, pero no de dominio y uso público), podemos hablar de tres ambientes diferentes: residencial, productivo, terciario. ¿Qué hacer con los espacios públicos en cada uno de estos casos?

Entre los espacios públicos hay calles, plazas y parques. Estos son los tres elementos constituyentes básicos del espacio público urbano. Como característica jurídica básica está precisamente la del uso y dominio público (bienes de titularidad pública, no poseídos de forma privativa, destinados al uso público). No tienen, por tanto, nada que ver con los patios, ni con otros espacios semiprivados, y ni tan siquiera con las calles privadas de las “comunidades cerradas”. Una clase anterior se dedicó a las calles, y otra posterior se dedicará a los parques. Ahora nos centraremos en las plazas.

Las plazas son el énfasis del significado cívico, la expresión de la sociedad civil. No sólo, ni principalmente, espacios de reunión. Sino más bien ámbitos de celebración de la reunión. Se ha dicho que, al contrario que la calle (un lugar de tránsito, que captura la vida pública en pausas momentáneas), la plaza pública es un destino, un escenario construido. Por eso es difícil plantear un estándar dimensional (a veces se recomienda disponer una plaza de 1000 m² por cada 100 viviendas, pero se trata de una fórmula demasiado arbitraria y fácilmente refutable). Y lo mismo sucede con las recomendaciones sobre su forma o su tipología, tan variadas. Hay plazas para muy distintas funciones y en diferentes enclaves. Pero si nos referimos a la plaza como ámbito de las relaciones horizontales, abiertas, de lo específicamente local (de la sociedad civil), la discusión sobre los criterios se acota bastante.

La historia urbana nos ofrece múltiples referencias de plazas que han conseguido vestirse de esa especial dignidad que las es propia. Y por lo general no son de grandes dimensiones. En cualquier caso, la forma más adecuada sería la que invitase al encuentro y favoreciese la estancia; ni tan abierta como para que se diluya el recinto, ni tan cerrada que cueste el acceso. La configuración mediante una geometría clara nos habla, frente a las disposiciones más paisajistas, del énfasis en los hallazgos de la cultura (la geometría misma). El mobiliario, simple, austero y convenientemente situado; la presencia de esculturas, ayuda a identificar el lugar y puede suscitar, otras referencias culturales; la complejidad visual o la riqueza de plantas (árboles, arbustos, flores de temporada, etc.) llama sin duda la atención y puede aumentar el atractivo.

En cuanto al diseño, la plaza es también el lugar de la templanza, entendida como lo hacían los griegos, que la consideraban una condición para percibir la belleza de la realidad. No es un lugar donde deba primar la intensidad. En este sentido, es más importante por lo que evita que por lo que proporciona. No es la expresión de un proyecto de futuro, sino de un método de convivencia civilizada; no lleva a ninguna parte, sino que, con su vacío, pide a cada uno un esfuerzo de convivencia, que la minoría acepte la voluntad de la mayoría y que ésta respete a las minorías. Pide, con su centro desnudo, que todos defiendan los derechos de cada uno. No tiene como objetivo regenerar la ciudad, sino generarla, posibilitarla urbanística y políticamente.

De manera que, desde esta perspectiva, podríamos analizar las realizaciones más llamativas que han intentado desarrollar espacios públicos significativos. Por ejemplo, ejemplos de intervención en plazas en España: Valladolid, Barcelona, A Coruña, Sevilla. ¿Vamos bien orientados? Y también en espacios mayores, en los waterfronts. Incluso podemos ver con una mirada crítica las soluciones de urbanización (“pavimentando con oro”, como se dice en eukn.org). Pero para comprender bien la situación, deberíamos volver a plantearnos la cuestión del eurocentrismo. Es decir, pensar la ciudad desde la concepción cultural europea (u occidental, o “del norte”), pensando que sólo ahí está la historia y el motor del mundo. Aunque tampoco parece que sea preferible un relativismo acrítico. Una buena opción, el pluriculturalismo, también en el diseño urbano. Pueden leerse textos de Javier de Lucas, Manuel Delgado o Jordi Borja. Y revisarse las plazas del Campo en Siena, Times Square en Nueva York y Djemaa El-Fna en Marraquech.

La idea de interurbanización puede tener su aplicación en este ámbito. Que se mezclen, pues, las prácticas y los saberes urbanos de unos y otros lugares. Pueden apuntarse tres caracteres de la interurbanización: la universalidad de las propuestas, su hospitalidad, su deuda abierta. Universalidad que implica proponer formas y soluciones urbanas que sean generalizables. Aplicar la interurbanización significa plantear la intervención urbana en cualquier lugar con fórmulas exportables a todos los lugares y pensar que en todos los lugares pudieran aplicarse simultáneamente. El criterio de hospitalidad supone diseñar los espacios urbanos con carácter abierto, que inviten a acceder a ellos.

Supone una forma urbana que recuerde a cada paso que vivimos en un solo mundo. O adoptar una morfología y un estilo urbanos en los que domine el sentimiento de universalidad (recuperando, por ejemplo, las terrazas generales y praderas altas del movimiento moderno, que den cauce a esa tensión poética de un solo mundo). Reconocimiento de todos los precedentes. Con referencias en las ciudades del Sur a soluciones urbanas del Norte, y en las del Norte al Sur. Con alusiones mutuas entre el urbanismo de unos y otros pueblos, unas y otras culturas. Reconocer, en fin, el valor de las soluciones urbanas de todos los países e importarlas a todos los lugares. Confiar en que lo vivido no puede desaparecer completamente. Promover, en consecuencia, también en la forma urbana, el mestizaje. E impulsar así, interurbanizando, una poética urbana “que pueda nuevamente unir, de algún modo, lo que la vida ha separado, o desgarrado la violencia”.

Historia y teatro

Con frecuencia los espacios urbanos de las nuevas áreas de la ciudad no alcanzan la densidad de significado que tienen los del centro. Se dice que es un problema cultural. Pero la cultura es el afán cotidiano de dar un sentido a la existencia. No algo que se tiene, sino que es una producción colectiva, un universo de significados en constante evolución. Un hecho agrícola, un cultivo. No puede ser vista como algo apropiable, sino como una producción colectiva, lo contrario de lo privado. Lo público. Una palabra, público, que aparece en el siglo XIV, procedente del latín publicus: lo que afecta a «todo el mundo». Y lo que afecta a todos es la historia común.

Por eso es tan importante la historia para la calidad urbana. "Así como el pueblo revolucionario de París quería a su rey dentro de la ciudad para fusionarlo con la nación emergente" (Hatzfeld), es necesario historizar todos los espacios de la ciudad, de una forma mucho más equilibrada. También el campo tiene historia, los barrios tienen su patrimonio cultural y los espacios antaño subordinados pueden tener su épica. Sebastian Neumeister, en un artículo de la “Revista de Occidente" (nº 145, 1993), titulado “La ciudad como teatro de la memoria”, insiste en la misma cuestión. Sea un caso (Europa) u otro (Tercer Mundo, que cada vez menos se denomina así); sea un caso (los centros urbanos) u otro (las periferias, que ya no se llaman así, o cada vez menos); sea un caso (los espacios tradicionales) u otro (las áreas nuevas), todos comparten la necesidad de tener historia y teatro.

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