Detalles del post: Y a esta distancia la llamaron cortesía

24.04.08


Y a esta distancia la llamaron cortesía
Permalink por Saravia @ 01:25:00 en Maneras de hacer ciudad -> Bitácora: Mundos

Comentarios a partir del último libro de Eustaquio Barjau

Las casas de Turégano (Segovia), vistas desde el castillo (imagen procedente de static.flickr.com).

“En un gélido día de invierno unos puercoespines se apiñaban los unos a los otros para que así, dándose calor mutuamente, no se quedaran ateridos de frío. Sin embargo no tardaron en sentir que se estaban pinchando unos a otros, lo cual hizo que volvieran a alejarse unos de otros. Luego, cuando la necesidad de calentarse los volvió a juntar, se repitió por segunda vez aquel mal, de modo que estos dos sufrimientos los estaban lanzando de un lado a otro, hasta que encontraron una distancia moderada en la que mejor podían soportar aquella situación. Y a esta distancia la llamaron cortesía y buenas maneras”. Esta fábula de Schopenhauer (Parerga und Paraliponema 11 & 396), que ya utilizamos en alguno de nuestros libros, puede sernos útil una vez más, ahora desde un nuevo enfoque. La cortesía, esta manera de ver la cortesía, podría ayudarnos a resituar el papel de las ordenanzas de edificación y uso del suelo, especialmente en los conjuntos de viviendas unifamiliares, donde la expresión personal de propietarios y vecinos tiene lugar.

[Mas:]

“Así que la cortesía es un invento de los puercoespines para no pincharse los unos a los otros y a la vez para protegerse contra el frío que hubiera comportado una vida de aislamiento mutuo”, según nos dice Eustaquio Barjau en su Elogio de la cortesía (Madrid, A. Machado Libros, 2006), a quien seguimos en este post. Acercarse y alejarse, hasta encontrar la “distancia conveniente”. Pero distancia social, no física (o no sólo física). Veamos qué quiere decir. Se parte de que en cualquier grupo social existen unas normas, no escritas, de cortesía, con la función de facilitar la vida conjunta del grupo y sus relaciones mutuas. Insistimos: existen siempre, de una u otra forma, incluso entre los grupos menos civilizados. Varían, pero ahí están. Pero para entender bien lo que queremos decir, lo mejor será empezar explicando cómo funciona “la (mal) llamada vida militar”, donde la cortesía está excluida.

Vida militar

Tres asuntos nos va a interesar destacar. El primero, los signos externos. Si en la vida civil la evaluación de las distancias que han de guardarse entre los ciudadanos “se deja al buen criterio de los miembros de la comunidad cortés y, salvo escasas excepciones –por ejemplo, algunos bares y restaurantes, en los que el uniforme indica el lugar dentro de la jerarquía laboral-, no está marcada por signo externo alguno, en el ejército estas distancias, verticales siempre, están señaladas de modo inequívoco, por medio de estrellas, galones y otros signos”.

Segundo: límites explícitos, sanciones regladas. En la comunidad cortés los límites entre lo permitido y lo prohibido existe, pero no está nunca explícito. Ya se encargará en cada caso esa misma comunidad de permitir o sancionar (normalmente con la marginación del infractor) las salidas que pueda haber de la norma tácita de “guardar distancias”. Pero no ocurre lo mismo en la comunidad militar. Allí las distancias son rígidas e inflexibles, las normas están escritas y las faltas reciben una sanción prevista y formulada en un código.

Tercero: relaciones de jerarquía y subordinación manifiestas. En la comunidad cortés se enmascaran las relaciones de subordinación. La ficción es “conveniente para la vida en la urbe (...): Fingimos cuando en vez de mandar pedimos, cuando damos las gracias al recibir algo que pedimos y que nos deben, cuando decimos que nos parece que algo es así, de esta o de aquella manera cuando en realidad estamos seguros de que esto es así, de esta o de aquella manera. En cierta medida cierta medida fingimos también cuando llamamos a alguien `señor´ (`el que es mayor que´)”, etc. Pero en el ejército tales relaciones no sólo no se disimulan sino que se están explicitando de un modo casi permanente (“mi capitán”, “mi sargento”, y otras fórmulas para explicitar el hábito opuesto al de la cortesía, el sometimiento al mando).

Cortesía civil

Según dice el autor a quien seguimos hoy, la cortesía es urbanidad, está relacionada con la habitabilidad de la ciudad. “La cortesía está motivada por la necesidad de hacer habitable la urbe, disimulando relaciones de dependencia y creando en el ciudadano la ilusión de libertad y autonomía”. En la vida militar “la no cortesía –que no descortesía-“ es obligatoria para garantizar el funcionamiento como una máquina de “este extraño ente colectivo” (Barjau). De la vida militar “debe quedar excluida la más pequeña desobediencia o insumisión”. ¿También ha de ser así en la vida civil?

Ya hemos dicho que las ordenanzas urbanas tienen su origen en las ordenanzas militares. Y eso se nota. Son órdenes de mando, escuetas, directas. Realmente autoritarias, ciertamente mandonas. ¿Es necesario? Creemos que no. En la conducta cortés el “mantener a raya” o “poner en su sitio” se consigue casi siempre “por medio de una conducta reactiva por parte del que ha advertido que aquel con quien está tratando se ha acercado más de lo que éste quisiera, raras veces con la explicitación de la voluntad del que ha sido objeto de la infracción”. En la conducta cortés “mantenemos una distancia en relación con nuestro interlocutor, `guardamos´ su espacio, su espacio físico y su espacio de actuación. Con los actos de habla indirectos –pedir en vez de mandar-, con la ficción de dar las gracias y con la mitigación de nuestras aserciones le dejamos al otro (fingimos dejarle) espacio de actuación libre: piensa (cree pensar, hace ante si mismo como que piensa) que accede libremente a nuestro ruego y no que está obedeciendo nuestras órdenes, que puede tener una opinión divergente de la nuestra”.

Se trata de un juego que todos conocemos, que a nadie engaña porque todos sabemos que es un juego. Pero funciona. “La cortesía es agradable (...), hace llevadera nuestra vida con los demás. Y lo es porque es una ficción (bene-volente) que en cierta medida resuelve una contradicción muy profunda en el individuo humano: el deseo de ser autónomo y de disponer por tanto de un espacio que sea sólo su espacio, por una parte; y la necesidad de tener que vivir y colaborar con los otros, por otra, y en consecuencia de tener limitado este espacio, abierto a aquéllos, que van a entrar en él y van a reducir la posibilidad de moverse en él”. En el espacio público se da una contradicción parecida: cada casa tiende a conformarse en libertad, de acuerdo con los intereses, necesidades o deseos de sus propietarios o poseedores. Pero también existe la necesidad y el interés común de constituir un espacio público identificable y con carácter propio. ¿No sería posible poner en marcha un sistema mixto, de ordenanzas (militarizadas) para regular los volúmenes máximos y la disposición básica de las fachadas (la localización del plano), confiando el resto a la cortesía?

Comenta Barjau que “lo que hace posible sobrellevar estas dos tendencias contrapuestas del individuo humano es la capacidad que éste tiene de fingir –a los demás y a sí mismo-, de vivir en y de la ficción: la cortesía como el juego tácitamente convenido del `como si´, como ficción convenida, y conveniente, el feliz invento de los puercoespines”. Un calor que convierte (hace como que convierte) las órdenes en ruegos, los actos de obediencia en sentimientos graciables, las aserciones en opiniones no compartibles, etc. O dicho de otra forma: normas indicativas, orientaciones que, si son acertadas, si tienen aceptación social, serán atendidas sin necesidad de su imposición militar. Y si no es así, será que están equivocadas.

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