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25.06.08


Flores en el pelo
Permalink por Saravia @ 22:58:41 en Pequeñas cosas -> Bitácora: Mundos

Insistiendo en las ventajas de la cubierta verde

Atlanta City Hall Pilot Green Roof, 2003 (imagen procedente de greenroofs.com)

Nos hemos tomado la libertad de poner un título metafórico. Y si no ha sido extraño considerar la casa como un cuerpo humano, tampoco pasará nada porque lo hagamos una vez más: las guirnaldas de flores en el pelo aludirían así a la cubierta verde, al remate ajardinado de la edificación. (Un poco forzado, lo sabemos). Una solución propia de la gente tranquila, tal como nos decía la vieja canción de Scott McKenzie: “Si vas a San Francisco, asegúrate de llevar flores en el pelo; allí encontrarás personas tiernas, apacibles”. Era 1967, es cierto. Pero ahora, en 2008, ¿qué tal un remate hippie en las casas de la ciudad?

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Por de pronto, utilizar la cubierta como espacio habitable parece lo más lógico. Así se aprovecha mejor la construcción, y se usa un espacio con unas condiciones específicas (al aire libre, donde suele haber vistas más largas, sopla más la brisa, llega más el sol, crecen mejor las flores). Si no hay exigencias insalvables que lleven a tejados en pendiente, parece, insistimos, más razonable no desperdiciar las posibilidades de la cubierta. En muchas culturas, como sabemos, se usa profusamente como prolongación de la casa y la vivienda. Hay ciudades de las que se dice que pueden recorrerse sin bajar a la calle, como Argel (tomamos la referencia, como buena parte de las informaciones de este post del libro de Andrés Martínez, Habitar la cubierta, Barcelona, G. Gili). En la cubierta se cocina (Irak, por ejemplo) y se duerme (India). Se trabaja (Túnez) y se utiliza como secadero (Malí). Y por supuesto, se ajardina y cultivan plantas: el texto clásico es el de Le Corbusier, “Théorie du toit-jardin”, de 1927.

Algunos de los espacios mitológicos más atractivos se basan en cubiertas jardín. ¿Qué eran (si es que eran algo) los jardines colgantes de Babilonia, según la mayor parte de las tradiciones? ¿No estaba ajardinado el zigurat de Ur? ¿No hay jardines elevados en alguna de las villas pompeyanas? Y qué decir de los dibujos de Leonardo da Vinci para la reforma de Milán, donde se prevén jardines sobre los espacios abovedados de las galerías de servicio. Pero ha sido en el último siglo y medio cuando la cultura arquitectónica ha puesto en juego nuevamente la cubierta plana con uso y vegetación. Behrens, Rabitz, Hennebique, Döcker, Hood, Hénard o Perret son nombres que se volcaron en el objetivo de devolver el uso a este espacio de coronación del edificio. Incluso Otto Wagner tiene algún proyecto que juega con árboles detrás de la cornisa (Columnata de Karlsbad, 1906). También se ven también terrazas aprovechables en trabajos de Loos, Pero sobre todo, Le Corbusier. Oigámosle: “¡La terraza!: la cubierta de los edificios debería constituir el lugar por excelencia para el recreo e higiene de toda casa”.

Pero no vamos a encontrarnos sin enemigos de la terraza. Por de pronto, la ñoñería (lo sentimos: no hay otro nombre más adecuado) de la supuesta imagen tradicional de muchos pueblos y ciudades, que se supone deberían construirse para siempre jamás como si estuviésemos en la edad media. Aunque muchas de las construcciones de mayor interés de tales ámbitos no se rematan con cubierta a dos aguas de teja curva, las nuevas construcciones tienen que parecer medievales. Aunque con ello se arrastren muchas ventajas de uso (y de carácter medioambiental) vinculadas a la cubierta plana y verde. También deben contarse como enemiga de este tipo de cubierta la consideración de la azotea como depósito de materiales y desechos. Como si fuese un espacio meramente de servicio, invadido por conductos, compresores, ventiladores, antenas y un sinfín de máquinas que consumen espacio, hacen ruido y emiten de todo. Andrés Martínez considera a estas cubiertas meramente instrumentales, con acierto, como “cubiertas-muertas”.

Pero en su favor ha llegado, últimamente, el apoyo medioambiental. Recogemos algunos párrafos del libro sobre Planes parciales residenciales (Junta de Castilla y León, 2004; apartado 14.4): Sus ventajas [de la cubierta verde] no son desdeñables. A las más conocidas, como la mejora de la termodinámica urbana, las cualidades estéticas del edificio y su entorno, o la función como filtro aéreo, hay que añadir otras menos difundidas que afectan a las propias viviendas, como el favorecimiento del aislamiento térmico y acústico de la cubierta y la protección y alargamiento de la vida útil de la misma (...). El país donde se ha ensayado esta solución con mayor insistencia es Alemania. Allí se vienen construyendo desde los años 1970, por iniciativa de algunas instituciones estatales, universitarias o empresas privadas, que han llegado a realizar algunas de gran envergadura, como las de regeneración de algunos barrios de Berlín. Se estima que, al menos la cuarta parte de los nuevos edificios alemanes aplican esta solución. De hecho, está presente en muchos de los nuevos barrios, como el de Kranichstein, en Darmstadt, de los años 90. Hay también muchos más ejemplos en otros países, como Bélgica, Austria, Suiza, los Países escandinavos, o Francia.

Y sobre todo: es tan agradable mirar desde la cubierta el mundo alrededor. Mira, y mira, y mira.

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