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06.12.08


Calles expresivas
Permalink por Saravia @ 22:25:13 en Una ciudad como su nombre -> Bitácora: Mundos

De esa pulsión íntima de construir

Fachadas hacia el canal en Borneo-Sporenburg, Amsterdam (imagen procedente de farm1.static.flickr.com/34/114662009_68ea689f1b_b.jpg)

Las Cárites (Χάριτες, las Gracias latinas) son divinidades de la belleza y, en su origen, también potencias de la vegetación. “Esparcen la alegría en la Naturaleza, en el corazón de los humanos e incluso entre los dioses” (Pierre Grimal). Se las ve en el séquito de Apolo, el dios músico, donde hacen coros con las Musas. Se representan como tres hermanas llamadas Eufrósine, Talía y Áglae. Son hijas de Eurínome, hija a su vez de Océano. Viven en un ambiente de libertad. “Se atribuye a las Gracias toda clase de influencias sobre los trabajos del espíritu y las obras de arte”, pues “han tejido con sus propias manos el velo de Harmonía”. ¿Cómo hacer sitio a esas otras formas de la vegetación que también algunas veces pueblan las ciudades, la belleza, la música y la armonía? ¿Cómo acoger a esas tres muchachas tan agradables que “esparcen la alegría” y “tejen la armonía”?

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Observemos la foto del encabezamiento. Corresponde a una de las bandas edificadas del nuevo barrio de Borneo-Sporenburg, planificado por West8 y construído entre 1993 y 1997 en la ciudad de Amsterdam. Son las fachadas traseras, hacia el sur, de las calle Scheepstimmemanstraat. No hay dos iguales, y cada una responde a lo que sus habitantes han querido construir. Por supuesto, unas ordenanzas establecen las alturas, los vuelos posibles, el movimiento de los planos de fachada, etc. Pero dentro de ese marco, en ese orden, cada casa es singular. Ni los acabados, la composición o la altura de las plantas es uniforme o se ha decidido centralizadamente. Qué distinta esta diversidad del rigor mortuorio de esta otra serie de casas del mismo barrio. En este caso se ha confiado todo el conjunto a un único arquitecto, a un proyecto unitario de casas adosadas. Y por bien que esté, no puede superar su condición.

Como sabemos, esta última solución es la habitual. Cada día es mayor la proporción de viviendas unifamiliares que se proyectan por grupos, en diseños unitarios. Y desde luego ésa es la única fórmula que se emplea en las casas multifamiliares. Se hace por tradición, pero también por el interés de determinados grupos (promotores, arquitectos), sin que haya razón funcional o estética que lo avale. Desde esos puntos de vista sería preferible dar entrada a las decisiones de los usuarios, tanto en la distribución interior como en la fachada resultante. Las viviendas serían más funcionales y la ciudad ganaría en vitalidad, en naturalidad, en expresividad. Un buen intento de simular viveza, pero claramente insuficiente, lo encontramos en este ejemplo del mismo Borneo. Sugiere que hay diversa gente, distintos intereses, pero todo se filtra por la única expresión de una sola firma (MVRDV, en este caso).

Se prefiere ahormar a la gente en unas viviendas que nunca se ajustan fielmente a sus necesidades, y castrar su creatividad constructora. Se paraliza la acción autónoma en beneficio del suministro profesional. Desde luego, como sabemos, la creación del ambiente urbano más vitalista nace de la integración de dos fuentes distintas: la vida personal y los suministros técnicos, los valores de uso y las mercancías. Dos mecanismos que engranados fructíferamente dan lugar a hogares, y no a estériles “unidades habitacionales”. La profesión, encargada de la técnica, no está a la altura de las circunstancias y se comporta como una iglesia. Los profesionales de la arquitectura y la ciudad declaramos poseer un conocimiento secreto acerca de la naturaleza humana que sólo nosotros podemos administrar. Y nos hacemos con el control general de la imagen urbana, que llevamos más lejos de lo necesario, de lo razonable, de lo deseable.

Porque es fácil abrirse a esa diversidad. Desde luego hay técnicas que permiten distinguir, y construir en consecuencia, los elementos de soporte de los edificios, que deben diseñarse por profesionales, de aquéllos que pueden ser directamente decididos por los usuarios. Precisamente fue un arquitecto holandés, John Habraken, quien enunció los principios de El diseño de soportes (original de 1974; reeditado recientemente en castellano: Barcelona, G. Gili), posteriormente ampliados en The Structure of the Ordinary, Form and Control in the Built Environment (MIT Press, Cambridge and London, 1998). Pero el problema no es de orden técnico.

A todos nos gusta construir. Responde a una pulsión, un instinto. Nos gusta modelar el barro, acomodar los rincones, y levantar casas. Nos gusta organizar nuestro espacio vital y también determinar la imagen que de nosotros mismos queremos transmitir hacia la calle por medio de la fachada. ¿Por qué limitarlo en lo que no afecte a la estabilidad ni a las normas generales? ¿Por qué todos hemos de vestir con el uniforme que dispongan unos técnicos especialistas avalados por ellos mismos? La pulsión de construir, cuando puede expresarse, da lugar a los espacios más atractivos, vivos y coherentes con la gente que los habita. Para resolver las estructuras y la organización general del edificio reclamamos la ayuda de los técnicos. Para acomodar lo que tenga que ser armonizado (incluso, si se quiere, de orden estético) están las ordenanzas. Pero reducir la imagen de la ciudad a la que determina una sola profesión es, sin duda, un empobrecimiento.

Nos gustaría dar juego a esa sutil sinergia que puede darse entre producción autónoma y heterónoma. Esa concordancia que se refleja en el equilibrio entre libertades y derechos, y que se expresaría en unas fachadas vibrantes, vívidas. Las libertades protegen los valores de uso, los derechos defienden el acceso a los bienes. No nos confundamos. La ciudad que únicamente ofrece la imagen de una profesión, por importante que ésta fuese, sería de una riqueza empobrecedora. ¿Cómo acoger a las tres Gracias, decíamos antes?: extendiendo la libertad en los paños de nuestras fachadas hacia la calle.

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