Urbanismo de los pueblos sin orden
El urbanismo es una construcción del orden. Aunque no siempre se ha pensado que en él hubiese que hacer sitio a alguna cuota de desorden, hoy sólo se concibe como la buena articulación de sistema y des-concierto. Pero ambas facetas, orden y desorden, están muy descompensadas en nuestra imaginación. De Platón a los jesuítas, cualquiera es capaz de pensar cómo sería una ciudad bien ordenada. Pero ¿cómo ha de ser la ciudad del desorden? Sólo una sombra. Un discurso ausente, sin duda, que perseguiremos (levemente, es cierto) hoy, con los piratas; y en días sucesivos con las realizaciones urbanas de otros pueblos pródigos. Aunque sólo sea para certificar su inexistencia.
Como decimos, qué poco sabemos de los establecimientos de piratas. Son muy escasos los testimonios, y que sepamos no existe ningún estudio específico sobre sus asentamientos, los “nidos de piratas”. ¿Cómo vivían en Tortuga? “Y sin embargo –decíamos en una publicación ya lejana, La urbanística como fronda, Universidad de Valladolid, 1991- pocas sociedades habían de poseer tantos elementos atractivos al historiador como estos asentamientos, estos altos lugares del filibusterismo en que habitaban intermitentemente gentes alejadas de la servidumbre del trabajo, abiertas a la vida de los mares, poseedores de los más ricos botines, que disipaban sin medida y con entusiasmo en el más breve tiempo. Gentes bucaneras y filibusteros a la vez, ebrias de sangre y de alcohol, desposeídas de casi todo pero que `dispendiaban con prodigalidad las riquezas que saqueaban´. Hombres asilvestrados que no reconocían la autoridad de nadie, pero que constituían formas de asociación originales caracterizadas tanto por la mayor libertad como por la total fidelidad a determinadas costumbres. Comunidades de la ayuda mutua, sin mujeres ni niños, de camaradas de la marinería. Violentos pero sensibles, con código propio del honor. Hermanos de la Costa, que explotaban en común las riquezas y gozaban de un alto sentido de la solidaridad. Crueles hasta donde la imaginación pueda llegar, fueron los filibusteros el ejemplo más extremo quizá de pueblo pródigo que negaba todo cálculo. Y alguna forma habían de tener los nidos de piratas”.
Alguna ley implícita los construiría; pero no la conocemos. Es curioso: las historias de piratas están siempre relacionadas con planos; pero no son de ciudades: son planos de tesoros. Se sabe que se asentaban en lugares casi inaccesibles, dispersos y cerrados a la comunicación. Se tienen noticias de su autoabastecimiento y autoconstrucción; de la liviandad y ligereza de sus chozas de hoja de palmera, de las construcciones a veces con ramas y pieles. Pero poco más. Hemos consultado, antes y ahora, bastantes libros de piratería (Exquemelin, por supuesto; y Deschamps, Butel, Lucena, Gall, Klotz, Cruz, González de Vega, Haring, Gosse, Ullivarri), y es muy poco lo que hemos encontrado. La isla de Tortuga, situada al noroeste de Haití, con 8 km de ancho por 40 de largo, y una forma que recuerda (vagamente, es verdad) al caparazón de ese animal, fue su sede principal y más conocida. Muy poca ciudad se llegó a hacer en ella. Su mundo era el mar, y el mar es el ámbito de la libertad. “Sobre el mar se sueña más fácilmente” (J. y F. Gall, El filibusterismo, México, FCE, 1957). Y la cita sigue: “La utopía está al alcance de la mano. Se siente uno hipnotizado, encantado, absorto. Se cae de un modo casi natural en el misticismo; ese misticismo hermano de la anarquía (…). Para prolongar esa libertad, y por su deseo vehemente de impunidad, el pirata busca una guarida, un abra un albergue (…). Esas guaridas son características en la historia de la piratería. Polícrates, príncipe pirata de la época clásica, fundó Samos. En ricos palacios aposentó artistas y llevó una vida de mecenas soberano. Más tarde, Arudj, el primero de los hermanos Barbarroja, convirtió Argel en su cuartel general. Y posteriormente se crearon otras formas de refugios: Nueva York, Boston… donde los gobernadores permitían a los piratas anclar, habitar, vivir… Para otros, la guarida no bastaba. Agruparon sus fuerzas, dándose los fundamentos de una constitución. Formaron repúblicas. Los “Hermanos Avitualladores”, la “República Pirata de Sales”, los “Mendigos del mar”, etc., pueden servir de ejemplo. La “Cofradía de los Hermanos de la Costa” irá mucho más lejos: será un verdadero ensayo de sociedad anarquista”. Anarquía.
¿Cómo era la vida de los piratas del Caribe? Muy primitiva. Allí no había ciudades, y ni siquiera aldeas. Algunos “están distribuidos a lo largo de la costa rocosa en lugares inaccesibles, por grupos de tres o cuatro, o seis o diez. Cada grupo está separado del otro por seis, ocho o quince leguas, según las características naturales. Se visitan navegando en canoas construidas por ellos mismos” (la cita procede de un informe enviado al ministro francés Colbert, a mediados del siglo XVII). Sus casas eran “chozas construidas con ramas ante cuya entrada se alimenta el fuego”. De manera que “así vivían los bucaneros en el noroeste de La Española: como anacoretas”. Las leyes (orales) de la Cofradía de los Hermanos de la Costa eran llamativas. Entre ellas, una sorprendente: “No se admiten mujeres. En la isla de la Tortuga no puede ser desembarcada ninguna mujer” (se refiere a mujeres blancas, no a las esclavas). Y así fue hasta que D´Oregon (“El Olonés”) hizo llegar un barco con un centenar. En cualquier caso los piratas “viven como salvajes”.
Y sumergidos en el alcohol: “El gran enemigo del filibusterismo fue el alcohol, que posiblemente mató más `Hermanos de la Costa´ que sus mismos enemigos”. Gastaban el producto de sus rapiñas en las tabernas de Port Royal, donde bebían brandy, cerveza y ron, y también en burdeles. “Morgan achacaba a las rameras el estado de pobreza en que vivían sus hombres” (Cruz Apestegui, Piratas en el Caribe, Barcelona, Lunverg, 2000). Derroche sin freno. Pero con trampa. Porque hay que señalar cómo se daba una curiosa simbiosis entre los diversos tipos de habitantes que poblaban Tortuga y las costas cercanas. Por un lado estaban los filibusteros, aventureros del mar, practicantes del pillaje y el contrabando, que suministraban a la colonia buena parte de los recursos que necesitaban, y que habían obtenido en la rapiña. Un segundo grupo era el de los bucaneros. Asentados en la costa norte de La Española (actual Santo Domingo), se dedicaban a la caza del ganado cimarrón, del que conservaban los cueros y ahumaban y salaban la carne, para venderla más tarde en La Tortuga. Había otro grupo de pobladores que cultivaban tabaco y vivían también del comercio. En alguna ocasión se enrolaban con los piratas, pero de forma excepcional. Por último, para las tareas del campo contaban con esclavos negros o indios y con “enganchados”, hombres libres que firmaban un contrato por tres años de trabajos forzados, casi esclavitud. De manera que los excesos y la gloria de los piratas se apoyaban en otros grupos sociales mucho más ordenados. Lo dicho: una gloria fraudulenta, un desorden tramposo.
Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
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código original facilitado por
B2/Evolution
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