De Biengoces a Jauja
Comenzaremos con la ciudad italiana de Bengodi, o Biengoces (más tarde hablaremos de Jauja). Localización: La ciudad se llama, o se llamaba, Berlinzón. Se encuentra (o se encontraba) en un país conocido como Biengoces, en la comarca de Carnavalia, allá en tierras de los vascos (atención: no confundir con Euskadi; son otros vascos). ¿A cuántas millas de distancia?: “A más de millanta, que toda la noche canta” (¿queda claro?). Descripción: Cerca están la montaña de queso parmesano rallado y el arroyuelo de vino, que baja de los célebres viñedos de la comarca, donde los labriegos atan las vides con longaniza. Informador: Giovanni Boccaccio, en la narración 3ª de la 7ª jornada de El Decamerón (editado en Florencia el año 1358; aquí seguimos la edición española de Barcelona, Plaza y Janés, 1963). Tema: La generosidad de la naturaleza.
Argumento: Se encuentran en Biengoces algunas piedras curiosas. Unas te hacen invisible y otras pueden llegar a darte “todo lo que quieras”. No están mal. Los lugareños de la montaña de queso no hacen otra cosa que preparar algunos tipos de pasta (unos dicen que ñoquis y raviolis, otros hablan de macarrones), que cocinan con caldo de capón, y luego envían rodando montaña abajo para deleite y alimento de los que los cogen (obviamente, “quien más cogía, más tenía”). Un país interesante, donde “por dinero se compra una cosa y, de añadidura, un pato”. Calandrino exclamó: “¡Oh, buen país es ése! Pero dime, ¿qué se hace con los capones que esa gente cuece?”. Y Maso respondió: “Los vascos se los comen”. Todo en orden.
Derivaciones: Julio Caro Baroja, en su Jardín de flores raras (Barcelona, Seix Barral, 1993) no habla de Biengoces; pero presenta una nómina bastante completa de lugares afortunados (fabulosos), donde la naturaleza era tan pródiga que la gente vivía holgada y felizmente sin trabajo alguno. Plutarco y el Betis; las Batuecas, que describe Feijoo; la isla de San Borondán (en Canarias); el País de Cucaña; la Tierra de Pipiripao. Pero por encima de todos, Jauja. No esas poblaciones reales que llevan el mismo nombre (el pueblo cercano a Córdoba o la ciudad de Perú), sino el mítico lugar que nos decribe Lope de Rueda, en un paso titulado "El Deleitoso". Allí hay un río de miel y otro de leche, y entre ellos, “una fuente de mantequilla encadenada de requesones”. Los árboles son de tocino, sus hojas hojuelas y sus frutos buñuelos. Las calles están empedradas con yemas de huevos, “y entre yema y yema un pastel con lonjas de tocino”. Por aquí y por allá, enormes asadores con toda clase de aves y cajas de confitura, calabazote, mazapanes y confites. Y muchísimas cazuelas con arroz, huevos y queso. “En invierno los granizos son de huevos y chorizos”. Cuando nieva “son buñuelos, bizcochos y caramelos”. La gente se baña, cuando hay calor, “en estanques de licor”.
Ejemplos: Los urbanistas somos gente seria, y no proyectamos tonterías. No conocemos ninguna ciudad (seria) de chocolate, por ejemplo. Con todo, cada vez es posible encontrar más proyectos donde la naturaleza se presenta espectacular y seductora. Diríamos que figuran jardines del Edén. Aunque el espacio libre proyectado no se pretendía exuberante, en el Plan Especial del Campus de la Finca de los Ingleses (Valladolid, 1991) se cubría por completo de toda clase de árboles frutales, por ejemplo. Pero hay muchos más planes parciales que se plantean como un gran jardín, donde crecen, entre una fertilísima vegetación, los edificios. De hecho, la misma idea de la ciudad jardín se asienta en ese mismo principio de la naturaleza generosa. No hay chocolate, ni mazapán ni tocino; pero sí unas enormes flores rosas que dicen a cada paso (como contaba Lope de Rueda de las delicatessen de Jauja): “cómeme, cómeme”: las hemos visto recientemente en esa propuesta para “jaujitos” que se llama Proyecto Madrid Río. ¿No quiere ser Jauja?
Opinión: Para qué nos vamos a engañar: no nos gustan Jauja ni Biengoces, ni siquiera como sueño. Si la gracia consiste en construir un lugar donde, al menos en sueños, metafóricamente, “todos mueren de hartazgo”, pues adelante. Pero no nos gusta. Ni ese frondosísimo río previsto para Madrid (quién te ha visto, Manzanares), ni peñas de las que brote vino "tinto y Valdepeñas" (impresionante rima). Generosidad de la naturaleza, sí. Pero en su más modesta forma de lluvia de verano. Como en esta preciosa imagen del mismo Madrid. Tiene que haber fórmulas urbanísticas que trabajen y celebren esa prodigalidad. ¿Cómo? Aún no lo sabemos.
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Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
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