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28.06.09


Simplemente Oz
Permalink por Saravia @ 23:00:04 en Lugares imaginarios -> Bitácora: Mundos

Fotograma de The Wizard of Oz (Victor Fleming, 1939). Dorita (Judy Garland) canta Over the rainbow.

Localización: Hoy en día es imposible saber donde se encuentra el País de Oz, aunque creemos, por de pronto, que más allá del arco iris. Descripción: Está rodeado de desiertos en los que cualquiera que pise su arena se convierte en polvo. Antiguamente, sin embargo, se podía sobrevolar (unos llegaban en globo y a otros los arrastraba un tornado). Está dividido en cuatro países menores: El País de los Munchkins, donde domina el color azul: la vegetación, los árboles, las casas y todo es azul; el País de los Winkies, en el que todo es de color amarillo; el País de los Quadlings (todo rojo); y el País de los Gillikins (todo púrpura). En el centro de los cuatro está la Ciudad Esmeralda (donde todo es de color… verde esmeralda). Entre los países vecinos (todos muy singulares) se encuentra el País de la Porcelana (al sur), rodeado de un muro de porcelana blanca; en él todas las casas y también los habitantes son de ese mismo material. En la actualidad el País de Oz, debido a alguna mala experiencia, se ha hecho invisible y ha cerrado toda comunicación con el mundo exterior. Informadores: L. Frank Baum, The Wonderful Wizard of Oz (Chicago, 1900), y otros varios autores en libros sobre el mismo tema, publicados en Chicago entre 1900 y 1913. Pero sobre todos ellos, Victor Fleming con la película de 1939. Tema: Identidades.

[Mas:]

Argumento: La historia que conocemos empieza con una niña de Kansas, Dorita; y un perro, Toto, a los que arrastra un tornado, con su casa de madera, y caen en un país extraño llamado Oz. Concretamente sobre una de sus comunidades autónomas llamada País de los Munchkins. Desde allí se dirige a la Ciudad Esmeralda, siguiendo un sendero de ladrillos amarillos (rehundido y no muy bien cuidado), para que un famoso Mago le facilite el camino de regreso a Kansas. En el camino se junta con un espantapájaros, un hombre de hojalata y un león cobarde que la acompañarán. El nombre del país deriva de las iniciales que figuraban en el globo (O.Z.) en que llegó el primer visitante extranjero, el famoso mago. Lo último que se sabe es que estaba gobernado por la Princesa Ozma. Todo en ese lugar tiene una identidad muy clara: los países (uno es azul, otro es rojo, etc.), el sendero, las personas (¿o habrá que decir androides?): hombre de hojalata, etc.; incluso los objetos (los chapines de esmeraldas que calza Dorita, por ejemplo). Eso sí: el signo fundamental para la identificación de todo parece ser el color (por algo está el país más allá del arco iris).

Derivaciones: Hay un libro bastante conocido sobre la identidad en el urbanismo, que es obligado citar aquí. Nos referimos a Rem Koolhaas, La ciudad genérica (Barcelona, G. Gili, 2006; original de 1997). Allí leemos cosas como éstas: “¿Son las ciudades contemporáneas como los aeropuertos contemporáneos, es decir, `todas iguales´? ¿Es posible teorizar esta convergencia? Y si es así, ¿a qué configuración definitiva aspiran? La convergencia sólo es posible a costa de despojarse de su identidad.” Perder la identidad suele considerarse una pérdida, pero Koolhaas lo ve como ventaja. “¿Qué queda si se quita la identidad? ¿Lo genérico?”. La identidad como una forma de compartir el pasado “es una proposición condenada a perder”. Se abusa de lo que queda del pasado, y además “la masa siempre creciente de turistas, una avalancha que, en su búsqueda perpetua del `carácter´, machaca las identidades de éxito hasta convertirlas en polvo sin sentido”. No tiene este autor, como decimos, un concepto positivo de la identidad. “La identidad es como una ratonera en la que más y más ratones tienen que compartir el cebo original, y que, en un examen más minucioso, tal vez haya estado vacía durante siglos. Cuanto más poderosa es la identidad más aprisiona, más se resiste a la expansión, la interpretación, la renovación y la contradicción. La identidad se convierte en algo así como un faro: fijo, excesivamente determinado, sólo puede cambiar su posición o la pauta que emite a costa de desestabilizar la navegación (sólo París puede hacerse más parisiense: ya está en vías de convertirse en híper-París, una consumada caricatura. Hay excepciones: Londres –cuya identidad es la falta de una identidad clara-, perpetuamente se vuelve incluso menos Londres, más abierto, menos estático)”. Un poco frívolo ese análisis, ¿no?.

Pero sigue: “La Ciudad Genérica es la ciudad liberada de la cautividad del centro, del corsé de la identidad (…). Es la ciudad sin historia. Es suficientemente grande para todo el mundo. Es fácil. No necesita mantenimiento. Si se queda demasiado pequeña, simplemente se expande. Si se queda vieja, simplemente se autodestruye y se renueva. Es igual de emocionante –o poco emocionante- en todas partes. Es `superficial´: igual que un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada lunes por la mañana”. Más aún: “La gran originalidad de la Ciudad Genérica está simplemente en abandonar lo que no funciona –lo que ha sobrevivido a su uso- para romper el asfalto del idealismo con los martillos neumáticos del realismo y aceptar cualquier cosa que crezca en su lugar” (como se ve, Koolhaas es un poeta). “La vivienda no es un problema. Se ha resuelto completamente o bien se ha dejado totalmente al azar. En el primer caso el legal; en el segundo, `ilegal´. En el primer caso, son torres o, habitualmente, bloques (como mucho de 15 m de fondo); en el segundo (en perfecta complementariedad) una corteza de casuchas improvisadas. Una solución consume el cielo; la otra, el terreno. Resulta extraño que quienes tienen menos dinero habiten el artículo más caro (la tierra), y los que pagan habiten lo que es gratis (el aire)” (como se ve, Koolhaas tiene una gran sensibilidad social).

Ejemplos: Lo cierto es que este mismo autor nos va a proporcionar algunos ejemplos que curiosamente tienen como bandera la identidad. Al comentar su proyecto del Centro de arte y técnicas multimediales de Karlsruhe, nos dice que pretendía crear una estructura capaz de absorber una serie interminable de significados, “generar densidad, explotar la proximidad, provocar tensión, maximizar la ficción, organizar los espacios intersticiales, promover los filtros, alentar la identidad y estimular lo impreciso, el programa entero queda absorbido por un container único de 43x43x58 m.” (lo dice en S, M, L, XL; y lo cita R. Moneo en Inquietud teórica y estrategia proyectual en la obra de ocho arquitectos contemporáneos, Barcelona, Actar, 2004, p. 314). Vaya, vaya: de manera que hay que “alentar la identidad” con la arquitectura.

Pero veamos ahora el Plan de Almere-Stad, que firma el propio Koolhaas (con el OMA). Se describe en esta página de la 4ª Bienal de Rotterdam (celebrada en 2001, poco después de publicarse el bonito libro que comentamos antes). Y allí nos enteramos de que la ordenación en varios núcleos del crecimiento de esa ciudad holandesa se fundamenta en la idea de dotar de “carácter” a cada uno de ellos, y conseguir que sobre todo el centro “tenga una fuerte identidad”. Durante mucho tiempo, se dice, esta ciudad era poco valorada desde fuera porque se consideraba “dormitorio”, sin valores especiales, donde no había nada que hacer. Pero ahora Koolhaas va a reforzar su identidad construyendo un “corazón palpitante” urbano donde pueda reunirse la gente, que proporcione, a la vez, una referencia clave en el mapa mental para la orientación de todos. Con ese plan se superará la “denigrante uniformidad” de los espacios suburbanos. Y la ciudad se irá convirtiendo en un hito arquitectónico. Vaya, vaya. Parece que la Ciudad Genérica no nos gustaba tanto como decíamos. O quizá es que aún no nos había llegado el encargo oportuno. En fin, lo dicho: cinismo sin fronteras. Nos quedamos, por tanto, con la única afirmación de aquel libro que parece seria: “Las gambas son el aperitivo fundamental” (pág. 42).

Las identidades colectivas (porque de eso hablamos) aluden a la sensación de pertenencia a colectivos. Las que se refieren al urbanismo suponen que hay sectores de la población que se sienten vinculados a su ciudad, a través (al menos en parte) de ciertas construcciones o características urbanas (trazados, vistas, relación con la naturaleza, materiales típicos, incluso perfumes o sonidos, etc.). En el diseño urbano se trataría, por tanto, de encontrar atributos urbanos significativos, y ponerlos en marcha. Son siempre cuestiones delicadas y conflictivas, aunque el conflicto puede ser útil: “en el campo de las identidades colectivas el conflicto actúa como revelador” (Alfonso Pérez-Agote). Porque habitamos un tejido complejo y múltiple de identidades. No bastan los colores del País de Oz. Y hemos de contar, además, con el problema de las discriminaciones o marginaciones que se derivan en ocasiones de la sobredeterminación de ciertas identidades. No es un asunto para tomarlo a broma, como hace nuestro amigo holandés.

Opinión: Hablar de identidades territoriales es hablar del lugar. Christian Norberg-Schulz escribió hace tiempo: “La identidad humana presupone la identidad del lugar. Identificación y orientación son aspectos primarios del hombre estando en el mundo. Mientras la identificación es la base para el sentido humano de pertenencia, la orientación es la función que permite que sea aquel `homo viator´, lo cual es parte de su naturaleza”. Y también nos advirtió que “en nuestro contexto, 'identificación' significa el llegar a ser 'amigos' con un medio particular”. Pero los espacios son sólo territorio, “hasta que tú, amada mía, lo transformaste en un lugar” (si no falla la memoria, la expresión -aproximada- era de Goethe). Una idea que confirma Vicente Verdú (en “La identidad o el amor”): “Los enamorados, en tanto lo están, quedan eximidos de la feroz avería de la identidad (…). Uno ya no es sino esa mirada satisfecha en donde ha encontrado, al fin, su residencia”. Pero llegados a este punto ya hemos olvidado por completo a Koolhaas y a Dorita.

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