Cosas que sugiere la Ciudad de las Damas
Localización: Ni idea. Europa, todo lo más. Descripción: Es un lugar habitado únicamente por mujeres. Pero no se trata exactamente de una ciudad como las demás, sino que más bien es una amalgama de obra y palabra, construcción física y teórica que se construye “con un incesante trajín entre pluma, estilete o pincel, libros o piedras, tinta o mortero” (Marie-José Lemarchand). No se sabe mucho de la forma de la ciudad, pero sí que en ella había grandes bloques de piedra, con nombres de mujeres célebres (que han destacado “como mujeres”) grabados en ellos: Semíramis, Amazonia, Zenobia, Artemisa, Berenice, Clelia y Fredegorida. Se dice que la argamasa que se utilizó en la construcción era una mezcla de tinta con mortero. Y en algún momento se lee: “Me parece, Cristina, que nuestra construcción anda ya muy adelantada. A lo largo de las anchas calles de la Ciudad de las Damas ya se levantan altos edificios, magníficas mansiones y palacios, tan altas torres y atalayas que pueden divisarse desde lejos”. Informadora: Cristina de Pizán, en La Ciudad de las Damas (París, 1405; hay edición española reciente en Siruela, 1995, con una interesante introducción sobre la autora). En la pista de este libro nos puso Carmen Alber. Tema: Urbanismo de género. En la construcción de la ciudad de Pizán se desecharon los “negros pedruscos que no sirven para la construcción”, y que son los argumentos machistas o misóginos. ¿Hablamos, pues, de urbanismo de género?
Argumento. Para abrir las puertas de la ciudad, la mujer que desee acceder a ella debe fabricarse una llave con “prudencia, economía y buenos modales”. Curiosa llave. Las mujeres que la habitan han de ser “de gran mérito, porque son las únicas que queremos aquí”. Más aún: “No queremos mujeres frívolas y casquivanas” (vaya por Dios). Con esta ciudad, decía Pizán, empezaba “la era del Nuevo Reino de la Femineidad, muy superior al antiguo reino de las amazonas”. Tiene una doble inspiración, clásica y europea, religiosa y laica: se inspira a la vez en la polis griega y en la religión cristiana. Con esa mezcla Pizán “ensanchó genialmente las posibilidades de libertad femenina que ofrecía desde el siglo VI el monacato cristiano” (M. Milagros Rivera). M-J Lemarchand, la traductora en Siruela, considera que el libro de Pizán es un "elogio de las mujeres independientes".
Derivaciones. Hay un libro reciente de homenaje a Cristina de Pizán, titulado Mujeres y espacios urbanos (C. Segura, coord., Al-Mudayna, 2007), que sugiere una serie de derivaciones. Sobre todo las relacionadas con la caracterización de los espacios por sexos. Pues en la mayor parte de las culturas se han generado espacios segregados para hombres y mujeres. Tanto en la cultura cristiana como en la musulmana se generaron espacios femeninos separados: los conventos, los serrallos, el harén. Aunque curiosamente, en ocasiones, como en la Edad Moderna en Occidente, “el reducto más igualitario, paradójicamente, era el medio rural, en mayor medida que el urbano” (Pilar Díaz Sánchez).
Tradicionalmente, el espacio de las mujeres por excelencia es el doméstico. Allí vemos a la mujer en su papel de esposa, madre o hija. En la historia, es éste su espacio más característico, al menos desde los griegos. Menandro, en el siglo III adC, escribió: “Una mujer ha de verse encerrada por las puertas de la calle”. A veces también estaban segregadas en el mismo interior de la casa, como en Al-Andalus, donde los cuartos de las mujeres no daban directamente al patio de acceso, sino que había que atravesar una serie de espacios intermedios para dificultar la llegada de los extraños. Había que volcarse hacia el interior. Las mujeres que se asomaban con frecuencia a las ventanas, llamadas “ventaneras”, no eran bien consideradas. Durante mucho tiempo la calle tampoco fue espacio para la mujer. En la ciudad medieval, por ejemplo, "en las calles sólo circulaban las mujeres de clases sociales inferiores o de escasa honra” (Cristina Segura).
La iglesia ha sido durante mucho tiempo lugar de encuentro entre hombres y mujeres. Aunque en ella no se favorecía la mezcla, pues cada uno tenía su lugar (el triforio de las catedrales góticas era, en origen, el espacio destinado a las mujeres, desde donde asistir a los oficios religiosos sin ser vistas por los hombres; la mezquita, por su parte, también separaba a las mujeres), de hecho los templos eran espacios compartidos, de encuentro y posibles relaciones. Los baños también han sido siempre lugar de encuentro y sociabilidad, pero sólo entre personas del mismo sexo. El mercado fue inicialmente un espacio de hombres, los mercaderes, pero progresivamente se transformó en espacio de mujeres. En algunas ciudades las mujeres desempeñaron algunos oficios de forma exclusiva, como las pescaderas de Bilbao o las panaderas de Madrid. Y aunque en otras surgió el oficio masculino de los aguadores, “la fuente y el lavadero son espacios femeninos de forma casi exclusiva. Son espacios de trabajo, pero también espacios socializados para el encuentro y, en cierta medida, el ocio femenino” (Segura). Y otro tanto podría decirse de los lavaderos.
Algunos de los espacios marginales más característicos eran propios de las mujeres: mancebías, burdeles o lupanares. En tiempos de los Reyes Católicos se crearon en muchas de las ciudades importantes burdeles regulados por las autoridades municipales. También habría que hablar de los espacios laborales. Podemos verlas “empleadas en viviendas ajenas, en instituciones hospitalarias, conventos o iglesias, donde, a cambio de una remuneración, solían desempeñar tareas domésticas” (Gloria A. Franco). La taberna fue siempre el espacio masculino por antonomasia, donde los hombres “dan salida a su sociabilidad sin la presencia de mujeres”. Pero más tarde, cuando hicieron su aparición los cafés, ya se empezó a ver en ellos a las mujeres. En Barcelona, en 1802, había 13 cafés; la mayoría en las Ramblas, y frecuentados por hombres y mujeres. El desarrollo de la costumbre del paseo, y el acondicionamiento de espacios arbolados para tal uso, dio lugar a que, a determinadas horas y con un carácter claramente exhibicionista, la masiva presencia de hombres y mujeres “proporcionaba a la población la posibilidad de ver y ser vista, una costumbre que alteró profundamente las costumbres de la época” (Franco).
Ejemplos. Para desarrollar la ciudad de Pizán, se pueden tomar ejemplos del urbanismo de género. Desde los trabajos de hace una década (en España, por ejemplo, María Ángeles Durán y Carlos Hernández Pezzi, La ciudad compartida, Madrid, CSCAE, 1998) hasta la actualidad, se han multiplicado los estudios, proyectos y realizaciones en este campo. Hoy contamos con arquitectas especializadas (ver, por ejemplo, este artículo de Zaida Muxí), algunas asociaciones (como La Mujer Construye), foros urbanísticos (ver, por ejemplo, GeneroUrban), bastantes jornadas sobre el tema (por ejemplo, urbanismo i gènere), e incluso posibles subvenciones. También hay planes (veamos uno: Plan especial en Eirís de Abaixo, A Coruña) y publicaciones de todo tipo. Es un tema en marcha, desde luego.
Opinión. Una ciudad de mujeres se nos antoja tan poco interesante como una ciudad de abogados. Pero como tema para remover lugares comunes es todavía muy útil. Y necesario.
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Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
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