Detalles del post: Donde las higueras arden

30.07.09


Donde las higueras arden
Permalink por Saravia @ 22:17:45 en Una ciudad como su nombre -> Bitácora: Mundos

Con las constelaciones

Huertos de Turégano, con el castillo al fondo (foto: MS, 2007)

Los huertos (los pequeños; no la huerta grande) son joyas de la agricultura. Incrustaciones agrícolas en un territorio casi urbano (allí donde ya se oye “el fragor de las palomas en el aire”). Como espacios de cultivo tienen el esplendor del mundo eterno, de un mundo quizá fatigado, pero fiel. Como tierras de labor, obran en silencio y sólo canta el agua. “Secreto, huerto mío oloroso a silencio, oigo cantar tus aguas!” (González-Urízar).

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1. El ambiente es frutal. Perfumado y vivo. Armarios de naturaleza olorosos de frutas maduras, con la fragancia viva del arroyo y la selva. Allí están los “frutos redondos, dulces, doloridos” que invitan al deleite: “Sal a cogerlos y bebe su lisura. Reconoce el sabor que nos separa” (Ana María Rodríguez). Son múltiples los árboles frutales (ahí vemos al membrillo o las “almendras espumosas” de que hablaba Miguel Hernández). Pero sobre todos, la higuera. “Pegadas al muro de la casa, frescas higueras arden con oscuras constelaciones” (Gil-Albert). O también: “Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores”, del mismo Miguel Hernández. Juana de Ibarbourou lo tiene tan claro como nosotros: “Es la higuera el más bello de los árboles todos del huerto”.

No es la naturaleza por sí misma. Siempre hay en el huerto una sensación artificial. Una luz propia. A pesar de lo cual su vida es la vida oculta de la naturaleza, con su verdad numerosa y sencilla, su “tejido de sombras” (Jeannette Lozano), el “aire oscuro” y húmedo (Marosa di Giorgio), el aliento de pájaros, el vergel y las enredaderas. Puedes mirar “la siesta del verde” con los “ruidos que se esconden entre la maleza” (Olvido García Valdés), el arraigar de las raíces, la felicidad del lirio. A medio camino del jardín, también es habitado por el rosal. Pero jardín no es huerto. Lo intenta, pero no llega a serlo. La Quintinie, jardinero real de Versalles, no concebía un jardín si no estaba pletórico de frutos comestibles; y todavía en el siglo XVII los jardines y los huertos se confundían. Mas luego se divorciaron.

Por ser tan sencilla la vida del huerto, exige paciencia (y resignación) al hortelano (Alfonso Reyes), que “siembra sin flojedad ni vehemencia en el surco trazado” por su mano. Pues trabaja con “manos contemplativas” (Gabriel Zaid), siempre quitando malas hierbas, arrancando cizaña. La actividad del hortelano como metáfora vital es siempre valorada. Volvamos a Miguel Hernández: “Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano” (en la “Elegía” a la muerte de Ramón Sijé). Tiene una limpieza propia. Extraña, pues no es limpieza que podríamos llamar industrial, pero que ofrece sin duda, cuando se da, una enorme sensación de orden y pulcritud. Los frutales y las hortalizas se ordenan disciplinados en filas y zonas, entre los surcos.

Amigo de la luna (“llena en el huerto de la alberca / de sombra y plata”: Lugones). Cerrado de tapias (sobre las que Bécquer vio asomar tantas veces “la luna plateada”), llenas siempre de broza “y escajos las bardas”. Quizá con enredadera, con un fresco emparrado (que cantaba Gabriel y Galán y que Francisco A. de Icaza reconoce como la “gala de un muro de tosca piedra”). Gil-Albert, al comentar el abandono de una casa de campo escribió: “ni los perros del huerto nos recibirán saltando bajo los perfumados nogales”. Pues éste es, ciertamente, el ámbito de los perros, y no otro. Mas, ¿qué encierran esas tapias con tanto celo? Quizá la nostalgia, la niñez y la felicidad de la niñez (Baldomero F. Moreno). La vida, efectivamente, que tantas veces se suspendió en el huerto.

2. Pocas veces se piensa hoy en los huertos como ámbitos de producción agrícola. Cuando se promueven se insiste en aquel carácter artificial, específico. Y así se crean, por ejemplo, huertos “de mariposas” (500 m2 en el Hort del Gat de Elche), o huertos “genéticos”, como el de especies arbóreas de ecosistemas de ribera de ríos y barrancos de la Comunidad Valenciana (La Garrofera, Alzira, Valencia). Se piensa en sus posibilidades educativas (en espacios grandes, como el Parque educativo Miraflores –Sevilla-, o pequeños, de sólo 600 m2, como el Colegio público Felipe II –Madrid-). En vincularlos a una restauración de calidad (como Salvador Gascón, maestro de arroces de Cullera, que ofrece a sus clientes productos de su propio huerto). O se piensa en un significado religioso (el emperador de Japón, Akihito, siembra en su residencia de Tokio el arroz que, una vez recolectado en otoño, ofrecerá a los dioses en un ritual sagrado).

El huerto es un objeto literario (Alfredo Bryce Echenique tituló su novela de 2002 “El huerto de mi amada”). Artístico (la instalación en 2001 de la terraza de la Fundación Tàpies: Insideout: jardín del cambalache, del artista colombiano Federico Guzmán). O una síntesis de varios objetivos (como en la apertura al público del Romeral de San Marcos, en Segovia, un huerto-jardín diseñado por el paisajista Leandro Silva). Pero sobre todo suele pensarse en funciones de ocio. Son conocidas las promociones de los “huertos de ocio” en Madrid o en el norte de España (recientemente en Miranda de Ebro); o la curiosa iniciativa del proyecto Horturbà (Barcelona), para cultivar vegetales en mesas de acero, con riego automático y sin abonos químicos ni insecticidas, sino con un sustrato obtenido por el compostaje de materiales orgánicos. ¿Por qué no pensarlos, efectivamente, como ámbitos agrícolas?

La desaparición de los huertos existentes es considerada por la mayoría de la población una pérdida. Salvar los existentes es un programa quizá no escrito pero activo. Y así las actuaciones en defensa de los escasos restos que quedan de la huerta de Valencia, los platanales de Tenerife (El Rincón de la Orotava), las palmeras de Elche (l'Hort del Motxo) son sentidas con alivio. Pero en urbanismo no hay demasiada sensibilidad por el huerto ni por lo que significa. Y sin embargo sería bien fácil mantener esas joyas agrícolas existentes como elementos protegidos. Y más aún promover nuevos huertos urbanos. Su sitio: en los patios de parcela o de manzana, desde luego; pero también en las terrazas jardín y en las cubiertas verdes. Pero no sólo. De una ciudad-jardín a una ciudad-huerto.

Una protección de los huertos existentes o promoción de nuevos que vendrá bien, sin duda, porque en el huerto se esponja la ciudad. Y en la ciudad como su nombre se guardarán para huerto, además de esos grandes patios y terrazas ajardinadas que dijimos antes, los mejores espacios, los más frescos, los más alegres, los más fértiles. Se preservarán de la construcción los bordes urbanos de ríos, arroyos, acequias y canales, o sólo se levantarán allí pequeñas y dispersas edificaciones (algunas como viviendas, otras sólo dependencias agrícolas). Huertos con casas, como en Turégano; huertos sin ellas, como en Grado del Pico.

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