19. La cárcel
En esa ciudad como tu nombre, ¿ha de haber cárcel? Sí. Discutiremos sobre su configuración, mas no de su oportunidad. Forma parte de otro de esos dobles juegos a que nos tiene acostumbrados la ciudad, de la que puede decirse que se forma en la oposición (blanco/negro) de parejas de espacios. En su reparto, definición, imbricaciones. Así los de la producción (actividades) frente a la de la contemplación (parques). Los vivos (acrópolis) frente a los muertos (necrópolis). Los de la comunidad (calles) y los de la privacidad (casas). Los de la limpieza y los de la basura. El vuelo y el subsuelo. El sistema azul (redes de agua y naturaleza) frente al sistema rojo (redes viarias y artificio). Los de la libertad frente a la reclusión. Llegamos: éste es el espacio de la cárcel.
1. Algunos de estos pares forman familias. Una muy característica es la constituida por el espacio de la cárcel y los ámbitos urbanos de la pobreza, los cementerios o las basuras. Es decir, espacios peligrosos, contaminadores, contagiosos. Ya que no se pueden suprimir, deberían, al parecer, aislarse. Todos ellos comparten el rechazo de buena parte de la población (de la buena gente) y la oposición a que se instalen en sus proximidades: la lejanía diluye las miasmas perniciosas. Son, por su valoración, espacios negativos. Por su peligro, contagiosos. Pero también, lo sabemos, intensamente poéticos: estimulan la imaginación porque en ellos hay una vida que se pretende extirpada en los demás espacios; porque en ellos se aceleran determinados procesos vitales, y porque allí hay, quizá, de alguna manera, y por haber más muerte, también más vida. Por eso Oscar Wilde dijo que la piedad la aprendió en la cárcel (aprendió lo que no pudo ver fuera). Y Miguel Hernández (¿quién, si no?): “El tiempo en la cárcel es para mí una buena lección de vida y de todo lo contrario, y un provechoso curso de humanidades” (Carta a Carlos Rodríguez Spiteri). Por tanto, esta humanidad debe distribuirse generosamente. Volver a cárceles más urbanas, más pequeñas, y más repartidas en la ciudad.
2. Porque la pena de aislamiento no tendría por qué enfatizarse. En el escenario barroco se disponían céntricas las cárceles como expresión del poder. Semejaban “un espectro oscuro que espanta al transeúnte” (María Dolores Vázquez González, Las cárceles de Madrid en el siglo XVII, Universidad Complutense, 1992). Y así el edificio propuesto por Cerdán de Tallada (s. XVII) “había de ser construido con piedras toscas y negras, en el lugar más público, para ser recordado y temido en todo momento por su aspecto fantasmal”. Pero, con todo, ese mismo emplazamiento les proporcionaba las ventajas del contacto. La ubicación de la Cárcel de Corte y de la Villa de Madrid en la plazuela de Santa Cruz, “provoca, por un lado, que los presos no se sientan tan marginados del mundo de la ciudad y, por otro, que los madrileños vean la cárcel como un lugar familiar, perfectamente integrado en la actividad urbana” (op. cit.). Los presos “participaban, como buenos vecinos, del bullicio callejero. Compraban artículos o pedían limosna desde las rejas”. Cuando llegaban los reyes a la plaza se les oía pedir indulto o caridad. Y en los actos públicos las cárceles también se engalanaban, como un edificio más. Según un texto de la época, el 8 de noviembre de 1863, al celebrar una victoria militar, “el Ayuntamiento y Cárcel de la Villa era un monte de flores (…) cubierta de ricos reposteros de diferentes colores. La Real Cárcel de Corte, sólo ese día pareció bien a la gente, por verla tan bien adornada”. Pues lo peor de la cárcel era y sigue siendo la ausencia de contacto con el aire libre. Manuel Altolaguirre (en “Mis prisiones”) lo dice poéticamente: “sin que siquiera una avecilla trine / para darme noticias de la aurora”. Luego las cárceles se fueron al arrabal (las cárceles nuevas o cárceles modelo), para después alojarse en la mitad del campo, fuera de todo contacto urbano. No nos gusta: las preferimos urbanas.
3. En la ciudad, decimos, hay un reparto entre lo que es y significa cárcel y aire libre. Blas de Otero era consciente de esta oposición cuando escribía (en “Todo”): “Gracias por aire y por cárcel”. Se vive en la ciudad el aire libre como tal porque se sabe de la existencia eficiente de las cárceles, porque nos consta que hay otros aires confinados. La prisión es el lugar del “aire ya empedernido entre unos muros / cada vez más opacos” (Guillén). Digámoslo una vez más: la cárcel forma parte constitutiva de la calle. O, más exactamente, de la ciudad. Dependiendo de cómo se defina la cárcel acabaremos definiendo también el aire libre. El espacio urbano puede hacerse más o menos carcelario y la prisión más o menos rígida. Pero sea como fuere, el aire libre ha de ser el mismo para todos, sin privilegiar o castigar ninguna zona específica de la ciudad. Lo cual tiene que ver con el cuidado que ha de tenerse para no confundir políticas penitenciarias y políticas sociales. Lo ha advertido Wacquant reiteradamente. Y hace sólo unos días podíamos leer (El País, 5 de agosto de 2009), en el mismo sentido, unas declaraciones de Mercedes Gallizo: "Las prisiones españolas están llenas de pobres, enfermos y drogadictos. Suman más del 70%. La cárcel se está convirtiendo en el único recurso asistencial y esa no es su función". La Secretaria general de Instituciones Penitenciarias de España insistía así en la necesidad de mantener la función resocializadora que debería tener la cárcel, aunque “admite que ese principio constitucional está cada día más lejano”.
4. El discurso penitenciario ha evolucionado radicalmente en los últimos tres siglos. Y el imaginario social también ha cambiado con él. Aunque subsisten en lo profundo de la mente las viejas cárceles medievales de penas físicas, torturas y venganzas. Y la prisión como lugar de confinamiento, duro y aterrador. Duro: “Mira un miserable en cárcel dura, / cercado de tinieblas y tristeza” (Fray Luis de León). Aterrador, con calabozos subterráneos, cargado de cepos y cadenas: “un cepo con su barra e tres cadenas con sus candados y sus llaves y siete argollas, cinco de mano y pies y dos de pescuezo” (I. Bazán, La cárcel de Vitoria en la Baja Edad Media. 1428-1530, Diputación de Álava, 1992). Jerónimo de Barrionuevo comenta la situación de un tal Marín, preso en Madrid en 1656: “Le tienen en una torre de la Cárcel de la Corte, en el chapitel, en lo más estrecho, que apenas cabe un hombre, con unos grillos de cuarenta libras y una cadena de cuatro arrobas: enjaulado como un pájaro para que con la dulce voz que tiene pueda entretenerse cantando” (cit. por Vázquez González).
No obstante la prisión era, hasta hace un par de siglos, espacialmente más versátil. Podía servir la propia vivienda (el arresto domiciliario, aún vigente, que entonces se denominaba “señalar la casa por cárcel”), o no poder salir de la ciudad (tener “la ciudad por cárcel”). Incluso a veces se hacía cumplir la pena en casa del ofendido. Muchas soluciones de prisión sin edificio: “Son cárceles también los caminos, las veredas, el campo libre que cruzan los presos aherrojados y con escolta, yendo de cárcel en cárcel a la galera o al presidio (…). La cárcel sobre cimientos, con rastrillos y rejas; la cárcel con hierro y en marcha sobre pies desnudos; la cárcel en carro deprisa, todo es cárcel y para serlo no necesita muros, techos ni oscuridad” (Rafael Salillas, La vida penal en España, 1888 ). Pero según Foucault, desde el siglo XVIII la cárcel, el edificio carcelario ocupa el lugar central del aparato punitivo, y se constituye como uno de los elementos cardinales de la estrategia general de control social. Los edificios desde entonces se han transformado radicalmente, desde el clásico panóptico a las propuestas actuales.
Podría servir de ejemplo de la nueva arquitectura penitenciaria el centro proyectado en la colina de Soltxate-Santa Lucía, Pamplona. La parcela es de casi 20 has., y el centro contará con 504 celdas, 120 plazas de enfermería o régimen cerrado, un módulo de jóvenes y otro de mujeres. Las celdas serán de 13 m2, y habrá un módulo de comunicaciones con 26 locutorios, 12 salas para visitas familiares y 12 habitaciones de visitas íntimas. También un módulo deportivo-cultural con gimnasio, polideportivo cubierto, vestuarios, frontón, biblioteca, sala de audiovisuales, aulas, despachos, zonas polivalentes, auditorio y piscina. Y por último, un centro de formación continuada para funcionarios, centro de inserción social en la misma parcela, talleres formativos, talleres productivos y vigilancia medioambiental. Todo bien, excepto el tamaño (demasiado grande) y la ubicación (un emplazamiento sensible, de importancia paisajística, que ha provocado las protestas vecinales; y además, una concepción demasiado aislada).
5. Pero la cárcel sigue siendo siempre igual a sí misma. Y sobrevive la vieja idea de que más que resocializar destruye a la gente. Digámoslo con Oscar Wilde (“Balada de la cárcel de Reading”, 1898): “Las acciones más viles, cual malezas / en la prisión envenenadas crecen; / pues en la cárcel se marchita y gasta / todo lo que en los hombres hay de bueno”. Hoy se plantea como un espacio higiénico, con servicios, que se supone devuelve al reo una imagen diferente de sí mismo, “empezando a actuar así sobre su propia voluntad”. Pero en la práctica (como la ciudad o, mejor, el conjunto de las ciudades), dominan las imágenes del gueto (ver el Informe sobre las prisiones de Human Right Watch): superpoblación, ausencia de cuidados médicos, corrupción. Un ambiente muy duro (drogas, violaciones, mafias, SIDA, abusos, discriminación de las mujeres). Unas tasas de muerte en prisión muy elevadas. Un lugar donde frecuentemente se mezclan jóvenes y adultos, quienes esperan su primer juicio y delincuentes consumados. Donde, como decía Wilde, se enseña la delincuencia (la “universidad del crimen”). Carencias también en las ultra modernas llamadas prisiones de súper máxima seguridad, “supermax”, donde los prisioneros confinados pasan un promedio de veintitrés horas por día en sus celdas, soportando aislamiento social extremo, ociosidad forzada, y con oportunidades recreativas y educativas extremadamente limitadas o inexistentes. Múltiples violaciones del artículo 7 del Convenio Internacional en los Derechos Civiles y Políticos y de las Normas Mínimas para el Tratamiento de Prisioneros de las Naciones Unidas.
6. En la ciudad como tu nombre habrá cárcel. Pero no será de ningún modo un lugar “inmundo”. En ella, inevitablemente, por ser cárcel, “cada día parece un año cuyos días fuesen muy largos” (Wilde, una vez más). De modo que para salir, aunque sólo sea en sueños, habrá que tener otros recursos. Leamos a Miguel Hernández, en las “Nanas de la cebolla”: “Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca.”
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