30. La instalación, las máquinas
En esa ciudad pondremos a la vista todo. Tubos, cables, todos los mecanismos y todas las máquinas que podamos exponer serán expuestas. Primero, porque nos gustan los mecanos. Pero también por evidenciar su funcionamiento. Podríamos decir que lo queremos hacer por transparencia. E incluso por funcionalidad. Algunas piezas y algunos fragmentos tendrán que ir necesariamente bajo tierra, pero siempre que sea posible los expondremos a la luz. Que lo invisible sea lo que tiene que ser invisible, y no precisamente tuberías. No podemos evitar la asociación entre enterrar y enterramiento, esa derivación tan elemental, tan fuerte: no podemos ignorarla.
Es cierto. Lo dijeron muchos, hace décadas: la ciudad es una máquina. Pero, mejor aún, una “máquina delicada” (Pino), que se traba con la carne y con la vida. Tal es la conexión que a veces no se puede evitar el agobio, “el desasosiego de los cables en torno” (Guillén). Asusta como si fuera fiera monstruosa. “El teléfono es un pulpo que cae sobre la ciudad. Sus tentáculos se enredan en las casas. Con las ventosas de los tentáculos se chupa las voces de las gentes. De noche – se alimenta de ruidos” (Luis Vidales). Pero también la máquina nos entrega una especie de humana paz. Los radiadores, por ejemplo, son “sirenas calladas de los inviernos” (Salinas). Y los depósitos: “A semejanza de un alma libre / una cisterna da lecciones de silencio / en medio de una ciudad que es pura llama” (Séferis, en “La cisterna”). Una máquina que proporciona, como la rueda en el molino, el ritmo: “Da el poético molino / su compás hidráulico a la paz macilenta” (Lugones, en su “Lunario sentimental”). La ciudad, como la máquina, “eterniza sus compases binarios” (Lorca). Desasosiego, paz y ritmo. ¿Quién pretende esconder bajo las calles tal juego de contrastes?
Hubo un tiempo, aún no demasiado lejano, en que se valoraba la vida desenfadada y alegre de las instalaciones urbanas. “¡Qué hermosa es la ciudad!”, decía en ese contexto Pedro Salinas. Toda la quincalla de la ingeniería pasó entonces (en las primeras décadas del siglo 20) por los poemas de ultraístas y futuristas. Trenes, automóviles, tranvías, buques y aeroplanos, desde luego; pero también la máquina de escribir, la bujía eléctrica, el telégrafo y el teléfono, la turbina, las hélices, los ascensores, fonógrafos, bocinas, cines, neones, semáforos, ventiladores. Explosión de la técnica cuyo funcionamiento se veía como saludable espectáculo. “¡Saludable espectáculo de aeródromo y de pista desorbitada!”, escribió Gómez de la Serna. Hasta los automóviles parecían "bailar" sobre las "blancas carreteras del mundo” (Marinetti). Pulso de las ciudades que se constituían como máquinas absolutas, de luz resplandeciente que inundaba su atmósfera (Cendrars). Mundos de artificio tan coherente como alucinante, que llegó a considerarse más bello que las más bellas piezas del arte. Marinetti pudo proclamar: "Un automóvil de carreras es más bello que la Venus de Milo". Exageraba, pero no estaba tan desorientado.
Lo habitual es considerar que la técnica corrige (y por lo tanto, de alguna forma niega) a la naturaleza. Cuando es de noche, ilumina el lugar. Cuando hace frío, caldea el ambiente. Frente a la calma, nos lleva a una prisa insalvable. “Mares de blancura” que nos ofrece la bujía. Calor que proporcionan unos radiadores por los que añoramos el fuego (“Radiador y fogata”). Ascensores con prisa: “Vacío abajo corren ascensores, / corren vacío arriba, / transportan a fantasmas impacientes: / la nada tiene prisa”. Y siempre reclamando exactitud: “lo exacto triunfa” (todo citas de Salinas). Pero los poetas, por el contrario, han querido ver también en el rebaño de las instalaciones reflejos de la naturaleza. En su fondo late la energía, como anida igualmente en el poema (“el poeta toma la energía del mundo, la transforma y la lleva a su poema”: Olson). Se aplican metáforas florales: “las rosas de la electricidad se abren aún” (Apollinaire). Pero sobre todo se han visto estos mecanismos como animales o seres mitológicos de variada clase. Las redes, todas las redes técnicas, son tejidas por extrañas arañas (“¿En qué sueña en su tela mi hermana / la araña?”: Aragon). Las máquinas urbanas son “ninfas mecánicas de la vida moderna”. Los semáforos tienen ojos (Alberti). El aeroplano semeja un águila que tiene “un motor por corazón” (José Mª Romero). E incluso, rizando el rizo, es la naturaleza lo que parece artefacto. La luna como reloj, estrellas como bombillas. “La luna suena como un reloj”, y “apretando un botón / todos los astros se iluminan” (Huidobro).
Sea como fuere, la vida de las máquinas se complementa con el silencio de las almas. El frenesí de neón, “los comercios, las pantallas enormes, los rebaños de taxis amarillos y urgentes, el estruendo en el mundo y el silencio en las almas y la prisa en los pasos cansados de las gentes” parecen signos de la ciudad de hoy (Ospina). Cuando la técnica y las máquinas no colaboran a la felicidad (momentánea, transitoria, pero agradable), aplanan. El teléfono que no llama, los ascensores que no nos traen a nadie, subrayan las ausencias e intensifican nuestra decadencia. En esos momentos parece crecer “el rumor de las máquinas (…) en la sala contigua” (Sarduy). Porque el énfasis en la técnica puede considerarse, como lo hacía Cernuda, un intento para evitar lo humano. Lo cierto es que nos gusta ver los tubos y los cables, las piezas y las máquinas que están y activan la ciudad. Aunque sólo fuera por la pulsión del juego. Jugar, por de pronto, con la máquina de escribir en que estoy ahora aplicado ("por fin, a la hazaña pura, / sin palabras, sin sentido, / ese, zeda, jota, i...": Salinas otra vez). Y abriendo el foco, podemos seguir viendo las cosas de acuerdo con Vidales (en “La ciudad infantil”, 1926): “Pasaban los hombres manejando sus coches, sus trenes / sus tranvías, sus automóviles. / ¿Qué era lo que hacían? / Jugaban. / Iban a sus juguetes grandes. / Seguían siendo niños. / Y volaba y volaba la gran juguetería de ruedas. / Ah ¡la ciudad infantil!”.
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Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
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