Detalles del post: La ciudad nos devuelve lo que nos ha robado

09.12.09


La ciudad nos devuelve lo que nos ha robado
Permalink por Saravia @ 01:19:43 en Una ciudad como su nombre -> Bitácora: Mundos

45. La puerta

Puerta de la ampliación del Museo del Prado, de Cristina Iglesias (imagen procedente de bea.eduangi.com).

La puerta nos abre al mundo. “El estado de apertura es la `primavera´ de la puerta. Cada puerta que se abre revela no sólo un nuevo mundo y nuevas posibilidades, sino el mundo mismo de la puerta en su integridad, y la posibilidad de acceso” (Marco Biraghi, Porta multifrons. Forma, immagine, simbolo, Palermo, Sellerio ed., 1992). Nos protege de las miradas: “Que se cierre esa puerta / por donde campos, sol y rosas quieren vernos” (Pellicer). Y de los malos sueños (“Veo tu puerta cerrada (…) para librarte de los sueños malos” (Hugo Gutiérrez). Mas también nos limita: “¿Por qué fue que las hicimos / para ser sus prisioneras?” (Gabriela Mistral). Y siempre la puerta juega con nosotros. “En la noche / la puerta se echa encima de sí misma / y cierra tan ciega y claramente, / que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto” (Pellicer, de nuevo, en “La puerta”). En cualquier caso, nos conviene. Pues “por esa puerta ha de volver un día” (Amado Nervo).

[Mas:]

En la ciudad moderna también nos interesa, aunque por otras razones. La ciudad organizada en recintos tiene, necesariamente, límites y puertas. Puertas que no se cierran físicamente, pero puertas que marcan pasos, accesos, entradas y salidas, transiciones. Le Corbusier decía que “las diversas soluciones [sobre la disposición y características de las puertas] son el fundamento mismo de la arquitectura”. Es un problema, efectivamente, que no se resuelve con el “todo abierto”, sin más; la “indiferente penetrabilidad”. Ciudad implica separar y unir. Y aún considerando que el espacio público ha de ser continuo, de acceso abierto a todos (sin barreras), se organiza con puentes y con puertas (Georg Simmel, Puentes y puertas, 1909). Por eso se ha escrito que “abrir puertas es un acto específicamente humano”.

La naturaleza de la puerta es muy peculiar. “La puerta está hecha de lo que falta. Al construir una casa se deja un espacio vacío a través del cual se da el acceso, un espacio no colmado del material empleado en la construcción. Es decir que el hombre construye la casa y no construye la puerta. Mas este `faltar´de la puerta, esta ausencia, es también su esencia más profunda” (Biraghi). En el hueco que es la puerta se concentran los caminos de fuera y de dentro, y al aproximarse, en umbral (desde fuera) y zaguán (desde dentro) se produce la transición, el acto de entrar o de salir que la puerta subraya y acompaña. Unos espacios, los próximos al acceso, distintos y comprometidos.

Mentalmente elaboramos mapas de la ciudad. Distinguimos zonas, espacios, recintos, que a veces también se acompañan de barreras físicas, construidas (Lynch). Una buena manera de afianzar los recintos es marcar el cruce del perímetro con una o varias puertas. Que abren en los dos sentidos. Pues todo puede abrirse. Hay un campo abierto, pero también un cielo abierto. Un mar abierto, un fuego abierto (Carmen Ollé), un silencio abierto (“Abierto está el silencio como una mano entre las hojas de los árboles”: José Carlos Becerra). Incluso puede verse un azul abierto (“ojos de tierra roja / beben en el azul abierto”: Homero Aridjis). Una noche abierta y un árbol entreabierto (Neruda, ambos: “la noche ha abierto sus puertas de piano”, y “tu risa pertenece a un árbol entreabierto”). Al abrir la puerta, por el día, no sólo entra el sol: “entró el sol, entraron estrellas, entraron dos trenzas de trigo y dos ojos interminables”. Pero al cerrar la puerta, en la noche, también se cuela el mar: “El mar se cuela de noche por agujeros de cerraduras, por debajo y por encima de puertas y ventanas” (seguimos con Neruda). La puerta es vida: “para entrar en la vida basta una puerta” (Blanca Varela).

En nuestro tiempo se ha advertido, según dicen, la decadencia del simbolismo de la puerta. Sus múltiples formas y significados se deslíen. Pero también aparecen nuevas formas de abrir fronteras. Al arco tradicional, al pasaje entre edificios o la avenida de árboles que formalizan algunas entradas se incorporan soluciones, formas, artefactos, técnicas o materiales novedosos. Puertas automáticas, batientes, giratorias. Arcos hinchables en las etapas de las vueltas ciclistas. Y habrá que pensar otros, estando como está clara la función: conseguir sensación de tránsito (el rito del pasaje).

Es curioso; aunque los signos de abrir y de cerrar sean iguales, o muy parecidos (articular la manilla, girar la llave a uno u otro lado), se ha llamado la atención sobre el hecho de que los gestos que los acompañan sean muy diferentes. El gesto de cerrar es contundente y firme, definido, con el golpe final que da por concluido el acto. El gesto de abrir, por el contrario, es mucho más complejo, tiene “mayor espesor fenomenológico”. Los gestos no son, por tanto, equivalentes. Decíamos que hay que seguir organizando la ciudad en recintos. Pero también hay que seguir abriendo puertas desde los zaguanes. Para abrirnos al campo, a todo. Mas quizá también para recuperar algo que alguna vez fue nuestro. Oigamos finalmente a Horacio Rega, en su poema “La ciudad”: “Hasta los paredones del zaguán asombrado / ladrón arrepentido, la ciudad se aproxima / a devolvernos todo lo que nos ha robado”.

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