Detalles del post: Herida y bálsamo

07.02.10


Herida y bálsamo
Permalink por Saravia @ 02:30:27 en Una ciudad como su nombre -> Bitácora: Mundos

6. La calle

Vista de la calle del Calvario, de Madrid (imagen procedente de fotosdemadrid.es)

Si no hay afluencia tampoco hay calle. Si se vacía, deja entonces de ser calle. Como tampoco lo es un pasaje interior, un espacio redondo -un corro-, ni un lugar de sólo estancia. Línea y cielo, movimiento y gente: ahí está la calle. Cuatro intimidades confundidas en un espacio que no se sabe bien si es llaga o es consuelo, bálsamo o herida.

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Línea. La forma de la calle enfila hacia un punto del horizonte, una fuga de la perspectiva. Un lugar preciso de la línea del horizonte, pero que simboliza sólo la distancia inmensa donde perderse. Por eso en la mayoría de las calles no es indiferente donde está la entrada (desde la ciudad) y la salida (que apunta al campo). “Cuando era niño me desazonaba mucho cierta calle Travesera. Pues en una de sus entradas, no muy lejos de nuestra casa y de la escuela, era el mundo corriente, mientras que en la otra, allá…" (Bonnefoy). La calle lleva siempre inevitablemente a lo desconocido, donde desagua. “Como una calle / subes, te abres, serpeas, te angostas, / doblas, sigues mis pasos y desembocas” (Francisco Hernando).

Cielo. “Calles a cielos abocadas”, escribió Guillén. Y Leopoldo Marcebal insistía: “Tu calle dibujaba otra calle en el cielo”. El cielo nos reclama la atención cuando estamos en la calle, como también el suelo, con su gente. Pizarnik advertía este doble reclamo: “He aquí lo difícil: / caminar por las calles / y señalar el cielo o la tierra” (en “La única herida”). Y por ese vínculo con el cielo, las calles viven las horas más intensamente. En ciertos momentos “ahondan el poniente”, mas también hay calles “nocheras”. De hecho “se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche” (Xavier Villaurrutia). En la hora del atardecer “el viento / traía desde el campo hasta mi calle / un inestable olor a establo / y a hierba susurrante como un río” (Ángel González). Es cierto, todos nos dicen lo perfumada que está la calle en el atardecer: “La tarde bajaba por esa calle junto al puerto / con paso lento, balanceándose, llena de olor” (Juan Gelman, en “La muchacha del balcón”).

Gente. La calle es pública, un lugar para todos. “La calle es accesible para todos: / la carcajada del pillo, el estruendo polvoriento, / la risa herrumbrosa de alguna prostituta barata” (Fedor Sologub). Roberto Juarroz lo ve de esta manera: “Vieja calle sin nadie. / Sería fácil ocuparla. / Pero después no se podría / vaciarla como antes”. La calle es lugar de todos y como tal “poblada de voces humildes” (Lange). Gente que es para los demás sustento: “Vosotros, todos vosotros, toda / esa carne que en la calle / se apila, sois / para mí alimento” (Leopoldo Mª Panero). La calle, como espacio público, también nos constituye y nos conforma. Las muchachas, por ejemplo, “germinan como plantas silvestres en la calle” (Gonzalo Rojas). En ella las intimidades se entremezclan. La gente, el cielo y el suelo: “En los charcos de la calle flotan las palabras” (Enrique Jaramillo). “Costras de tiempo se agrietan en las calles” (Jorge Riechmann).

Movimiento. Es el espectáculo de la calle. “Volveremos a la calle a mirar transeúntes”, escribió Pavese. Y Ezra Pound nos llamaba la atención sobre cómo “las pezuñas herradas de sus caballos / hacen saltar chispas de los adoquines de la calle”. Para Fabio Morábito “el tráfico no cansa”. Para César Dávila “la calle pasa con su algarabía”. Para Baudelaire “la calle atronadora aullaba en torno mío”. Y para Carlos Murciano, más concreto y ceñido a las veredas, “en las aceras se apiñaba la vida”.

Herida. Norah Lange veía abrirse la ciudad en sus calles: “Y la ciudad se abre como una carta / para decirnos la sorpresa de sus calles”. Pero Borges añadía un sentido lacerante a esa apertura: “Calle que dolorosamente como una herida te abres” (en “Luna de enfrente”). El dolor. “Cada esquina de la calle me dolía” (Pedro Casariego). Y por grande que sea la muchedumbre que ocupe la calle, podemos entonces sentirla solitaria.

Bálsamo. Aunque “esa soñada calle / absoluta / donde confías / al fin encontrarte / contigo mismo / y dialogar (con la mayor / sinceridad posible) / … / no existe” (H. A. Murena); no obstante, la calle acompaña. “Te has de ir por esas calles, / las calles de la ciudad, / a poblar tu soledad / de pretéritos detalles” (Horacio Rega, en “Canción sin tema”). “¡Qué júbilo profundo, hasta que estalle / tu dolor, cuando al fin de tantas cosas / te encuentres nuevamente con la calle!” (Rega, ahora en “La calle”). Guillermo Carnero es también explícito: “La felicidad no tiene historia. / Pero en la ciudad vive: cada calle / es un recuerdo que salvar.” Y por eso –continúa- la calle es dicha: “Es cada calle / recorrer la ciudad como tenderse entonces / al lado de tu cuerpo”.

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