39. Los polígonos
Un polígono industrial: qué duro. Ni los mejores llegan a ser amables cuando se ponen en marcha. Pero tampoco consiguen ser buenos en sus inicios los polígonos residenciales. Sólo la insistencia de la gente, en unos y en otros, les acababa confiriendo (con el tiempo, con mucho tiempo) humanidad, profundidad, algo de calor y cordura.
Los polígonos son el producto de una presencia y una carencia. Del rigor metálico de la cuadrícula, de una geometría inflexible, y de la falta de un pasado activo.
A su modo denunció Alfonsina Storni, en “Cuadrados y ángulos”, la dureza de los trazados implacables:
Casas enfiladas, casas enfiladas,
casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.
La monotonía que describió Kavafis para los días aquí la tenemos extendida sobre las calles. Si aquél nos dijo que “a un día monótono otro / monótono, invariable sigue”, en los polígonos a cada casa le sucede otra igual, y otra después, y otra más tarde. “Pasarán / las mismas cosas, volverán a pasar - / los mismos instantes nos hallan y nos dejan”. Se destejen los días, “las noches se consumen antes de darnos cuenta”, y así, casi sin más, “Nada es. Nada está. / Entre el alzarse y el caer del párpado” (Rosario Castellanos). Compartimos en los polígonos un paisaje de “ventanas sombrías y furtivas de tambaleantes casas de ladrillo” (Lovecraft). Compartimos un desastre lento. Gris, desganado, desanimado.
Pero junto al rigor de los trazados está también la ausencia de recuerdos. Carecen los polígonos de ese siglo anterior que los haría soportables. “La vida necesita de ese siglo anterior / que la haga soportable. Aquel momento / en que la luz dorada sobre el bosque / ardía en el quinqué prendido dentro”. Es necesario, lo sabemos, mirar hacia delante. Pero también “vivir con la mirada puesta atrás, / como el que sigue amando”. Intuir, ya no pensar siquiera, que lo que aquí antes hubo pudo rozar a veces esa felicidad esquiva. Un difuso pasado que, como todos, vendría también marcado por la dificultad y la miseria. Pero que ahora nos sirve (curiosa paradoja del destino) de consuelo: “Nunca / aquellos hombres supusieron / que su dolor sería, con los años, / el sueño venidero en un perdido otoño” (Trapiello).
Algo menos de rigor, algo más de pasado: ése es el programa. Y esperar a que actúe la gente. A que se mueva. Porque todos, finalmente, nos movemos siempre. Aunque tan sólo sea para no quedarnos quietos. “Estar triste es estar quieto / sin dormir y sin soñar, / y sin querer estar muerto” (Bergamín). Porque todos soñamos, para no quedarnos quietos. En los polígonos también se encuentra, y con qué fuerza, “la lejanía como un acto de presencia” (Concha García). Pero sin pretender siquiera transformar sueños en arte. “El arte es un excusarse de actuar o vivir. El arte es la expresión intelectual de la emoción, a diferencia de la vida, que es la expresión volitiva de la emoción. Lo que no tenemos, o no intentamos, o no conseguimos, podemos poseerlo en sueños, y es con ese sueño con lo que hacemos arte” (Pessoa). Quieren (queremos) transformar sueños en vida. Y por eso se nos puede ver andando por las calles y construyendo formas y palabras, “movidos / por algo parecido a una esperanza” (Ángel González).
Algo parecido a una esperanza: “Se quebraron los bordes del polígono / y se hicieron flexibles las aristas. / La mañana es redonda y en sus curvas / hay labios circulares y sonrisas” (Enrique Morón).
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Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
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