46. La habitación, el cuarto
Las habitaciones de la casa tienen su propia poética. Aun desnudas de cualquier mueble, las habitaciones nos hablan. “Sonreído va el sol / por la pared” (Guillén), y es suficiente el gesto para sentir el mundo en movimiento. Pero no sabemos a qué carta quedarnos: la plenitud del centro donde estamos (“Hacia mi compañía / la habitación converge”: otra vez Guillén), o esa ausencia que nos disuelve y arrebata (“Aléjate, memoria de pared”: Olga Orozco).
1
Ser el centro del mundo y el último lugar, el más desventurado: ahí tenemos el juego de las habitaciones en la casa.
2
Los cuartos están vivos: “A menudo veo el cuarto de intimidad animado, / con vivacidad cuentan las paredes” (Rilke). Respiran (“un paisaje de paredes que respiran”, nos decía Amalia Iglesias) y nunca están vacíos. Pues al menos los habitan las sombras. Un personaje delicado como Girondo (es broma) lo advertía: “A veces se piensa, / al dar vuelta la llave de la electricidad, / en el espanto que sentirán las sombras, / y quisiéramos avisarles / para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones”. También reside el deseo, que no hay manera de que se vaya afuera: “Pernocta entre los muebles el amorfo, / el tenaz y oxidado material del deseo” (Caballero Bonald).
Las cosas que lo pueblan le aportan la ternura, el bienestar, la maravilla incluso. Lo dijo Martí i Pol: “Al abrigo de los inútiles objetos / inevitablemente cotidianos / existe todo un mundo no sabido de ternura”. Lo dijo Juan Ramón Jiménez: “¡Qué quietas están las cosas! Y qué bien se está con ellas”. Lo dijo, una vez más, Guillén: “El balcón, los cristales, / unos libros, la mesa. / ¿Nada más esto? Sí, / maravillas concretas”. Se alimenta de vistas (una habitación con vistas que, cuando la persiana no está cerrada del todo, “se abren treinta y siete horizontes rectos”: Gabriel Ferrater, “Habitación de otoño”). Se alimenta de olores y perfumes, del “olor de maderas / remotas de tus muebles” (Salinas).
Todo converge, todo es centro en ella. Porque nada hay “que sea tan dulce como una habitación / para dos, si es tuya y mía” (Gil de Biedma).
3
El cuarto está vacío, aunque estemos en él. Lo habita la ausencia, la separación y la distancia. El polvo es el silencio: “Cómo se vuelve polvo en los muebles / oscuros tu silencio” (Trapiello). Y todo lo recuerda, a cada paso. Para Benítez Reyes su figura reaparece en el humo del cigarro: “En esta habitación, mi cigarrillo / se afana en dibujarme tu figura”. Para Cesare Pavese lo es todo, en cada momento: “Eres la habitación oscura / en la que se vuelve a pensar siempre”.
Allí están las tormentas (“Cada habitación tiene un sonido / a modo de selva / o de tormenta”: Ana Merino, en “Desamor”). Allí hay un bosque antiguo (“con ciervos y prodigios”), un interior profundo (“como el interior de las caracolas / más profundo que el color rojo”: Tomás Segovia), donde reviven los crepúsculos: “En la destruida alcoba de tu ausencia / pisoteados crepúsculos reviven / sus harapos, morados de recuerdos” (Carlos Pellicer).
4
Entre el centro y la ausencia, la voluntad del tacto. Leamos “Cuarto solo”, de Alejandra Pizarnik: “Si te atreves a sorprender / la verdad de esta vieja pared; / y sus fisuras, desgarraduras, / formando rostros, esfinges, / manos, clepsidras, / seguramente vendrá / una presencia para tu sed, / probablemente partirá / esta ausencia que te bebe”.
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Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
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