Una escalofriante “despedida” que nos contaba Saramago
Hay algo que no funciona en el relato de José Saramago sobre “La despedida de Jerónimo Melrinho” (publicado en Natura, suplemento de El Mundo, 11 de noviembre de 2006). O, mejor dicho, que actúa por medio del escalofrío, a través de la punzada que provoca una situación tan inverosímil y confusa como áspera. Probablemente lo que pretendía el autor era ese impacto emocional. Y lo consigue, sin duda, con la imagen evocada. Pero no conviene equivocarse.
La historia, que dice ser real, la cuenta así Saramago: “Soy nieto de un hombre que, al presentir que la muerte estaba a su espera en el hospital a donde lo llevaban, bajó al huerto y fue a despedirse de los árboles que había plantado y cuidado, llorando y abrazándose a cada uno de ellos, como si de un ser querido se tratara”. Eso es todo: una despedida, unos abrazos. Saramago nos recuerda que “era un simple pastor, un campesino analfabeto”, y que ese gesto no tenía nada de intelectual. Señala que fue a los árboles, y no a los animales, a los que se abrazó. Y que por ello mismo es lícito pensar que los consideraba parte de la familia: “Se despidió de la familia y de los árboles como si todo fuese para él su familia”. La historia y la metáfora es preciosa. Y sumamente eficaz, como dijimos. Conmueve. Pero algo falla en esos abrazos sobre las texturas frías y rígidas de los árboles. No decimos inanimadas (el árbol está vivo), sino duras, almidonadas, indiferentes a nuestro gesto, de algún modo desagradecidas.
El abrazo es una cosa seria. Podríamos decir (hagamos una breve teoría: para eso estamos en verano) que es algo así como la ampliación de la caricia (una teoría profunda y compleja, como ya seguramente habrá observado el lector). El abrazo es una caricia rodeada, amplia y ceñida. Ésta, la caricia, del dominio de la mano; aquél, el abrazo, del ámbito del cuerpo. En la caricia el gesto es suave, y pone en contacto la mano con la piel del otro (o de lo otro, de la cosa acariciada). En el abrazo hay que acercarse y juntarse. Apretar. Dos grados de esa búsqueda de la continuidad con los otros seres (somos demasiado discontinuos) donde, por así decirlo, entregamos momentáneamente una pequeña parte de nuestra identidad (la piedra inconmovible sí que es idéntica a sí misma), en razón de la ternura (esa “forma duradera del amor”, como dijo nada menos que Bataille). Gestos de contacto que suponen, al menos, el reconocimiento de la existencia del otro y el afecto por él. Pero que también funcionan, discretamente, en sentido inverso: la piel del acariciado se acomoda al gesto y entrega su calor. En el límite, podría decirse que la caricia, salvo excepciones, es siempre mutua: uno halaga con la mano, otro con la mejilla.
De ahí que nos cueste entender aquellos abrazos a los impasibles árboles. Y de ahí también (venimos ahora a nuestro terreno) que valoremos algunos muebles de la imagen del encabezamiento, donde se ve igualmente una hermosa pared y un generoso árbol. Son de una tienda de Libreville, Gabón, y están a la venta, naturalmente. Pero recuerdan esos asientos que a veces (pocas veces) vemos en la calle para el uso público. Con almohadones mullidos, con acolchados en brazos y respaldo. De cuero, de texturas agradables que recuerdan, a su modo, la piel o la lana. Que se acomodan y responden al cuerpo que les llega. No sólo es confort: es afecto. Pongamos, pues, en las calles, en algunos puntos (y en algunos asientos), texturas cálidas y piezas esponjosas y blandas, sensibles a su manera, que nos regalen esas leves caricias que a veces necesitamos. Y que los árboles no pueden darnos. Pues, recordemos (una obviedad más, menudo día) que su amistad nos llega como el calor del sol: no por contacto, sino por inundación. Un abrazo (infinitamente lejano e igualmente tardío) a Saramago.
No hay Comentarios/Pingbacks para este post...
Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
_______________________
código original facilitado por
B2/Evolution
|| . . the burgeoning city . . || . .
la ciudad en ciernes . . || . .
la ville en herbe . . ||