La fortuna de las escaleras exteriores
De la ciudad libanesa-fenicia-bíblica de Sidón podemos aprender, en principio, siete cosas. La primera: que, como los acordeones, las ciudades crecen y decrecen con los tiempos; algunas llegan a desaparecer y otras renacen, con un ritmo propio. Sidón fue una de las mayores ciudades de la antigüedad, alabada por Homero, impulsora (y luego competidora) de Tiro, con la que formó el tándem básico de la civilización fenicia, pero después se desinfló tanto que en su historia pasó por varios periodos de indigencia. A principios del siglo XX contaba tan sólo con 10.000 habitantes. Hoy tiene en torno a 200.000 vecinos.
La segunda: de sus playas dependía el más glamuroso (y caro) de los colores de las edades antigua y media, el púrpura. En ellas se obtenía una especie de cañaílla (hay quien dice que es la mismísima cañaílla de los bares de Andalucía), el molusco gasterópodo del género murex que segrega un líquido incoloro que, al reaccionar con la luz, toma una coloración rojo subido violeta llamada precisamente púrpura. Sólo de sus conchas se extraía ese precioso líquido imprescindible para fabricar aquel color, sólo de ahí era posible obtener esa marca tan selecta que caracterizó, durante muchos siglos, a reyes y emperadores (y cardenales).
La tercera: la ciudad blanca y radiante de Medina Sidonia, en la provincia de Cádiz, se llama así por haber sido fundada por colonos fenicios procedentes de Sidón. Eso sí: nos dicen los historiadores gaditanos que la construyeron sobre la base de una ocupación anterior de la cultura tartésica. Es, por tanto, una especie de Nueva York (Nueva Amsterdam) del siglo VII adC.
La cuarta: de esta ciudad era Antípatro (no confundir con antipático), el poeta griego que nos dejó la relación de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, síntesis de la belleza construida. Una lista, por cierto, jerarquizada. Todas las obras seleccionadas eran muy bellas, sin duda (“he posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia”, etc.); pero del conjunto destacaba una: la casa o el templo de Artemisa (“cuando la ví, encaramada en las nubes, esos otros mármoles perdieron su brillo, y dije: aparte del Olimpo, el Sol nunca pareció tan grande”).
La quinta: en la época de Jesucristo no se hacía mucho turismo, pero algo se hacía. Sidón fue visitada entonces, entre otros, por Herodes el Grande, San Pedro, San Pablo y el mismo Jesús. En el siglo XII se hacía poco turismo, pero algo se hacía. Esta ciudad fue visitada (y saqueada) durante la Primera Cruzada por el rey Sigurd I de Noruega.
La sexta: los campamentos de antaño se convierten hoy en barrios. Tras el éxodo palestino de 1948, se construyeron en Sidón los campamentos de refugiados de Ain al-Hilweh y Mieh Mieh. Primero sólo eran alineaciones de tiendas de campaña, pero poco a poco se fueron sustituyendo por construcciones y hoy son barrios de Sidón. Mieh Mieh está situado sobre las colinas del este de Sión, y tiene unos 5.000 habitantes. Ain al-Hilweh, que significa en árabe “dulce primavera”, está cerca del puerto, es el mayor campamento de refugiados del Líbano y cuenta con 70.000 habitantes (¿nos explicamos ahora el más reciente crecimiento de la ciudad?).
Y la séptima, que no por venir la última de la fila es la menos importante (más bien al contrario): el interés de las escaleras exteriores para crear un clima urbano de mayor libertad. Las hay por todas partes en Sidón, como en la mayoría de las ciudades árabes. Para entender su significado seguimos (una vez más) a Christopher Alexander. Primero, la evidencia: “Está muy claro que un apartamento en la segunda planta de un edificio es maravilloso cuando tiene una escalera directa a la calle, y mucho menos maravilloso cuando ha de compartir una escalera interior con otros apartamentos”. En la cultura tradicional se usa mucho esta tipología, pero en las ciudades modernas, muy poco.
Según Alexander no es algo casual: “una entrada centralizada, que canaliza a todo el mundo a través del edificio, conlleva en su propia naturaleza los mecanismos de control; en cambio, el patrón de numerosas escaleras abiertas que llevan al ámbito público desde la calle directamente a través de puertas privadas conlleva en su propia naturaleza la independencia y la libertad de entrar y salir”. Una ciudad cuajada de pasajes, comunicaciones, pasillos y escaleras exteriores es todo lo contrario del “patrón que un tirano propondría si quisiera controlar las idas y venidas de la gente”. Con esa muchedumbre de escaleras “la gente de la calle reconoce cada entrada como el dominio de personas reales, y no como el dominio de corporaciones o instituciones que tienen siempre, en acto o en potencia, el poder de tiranizar”.
Para las asignaturas de “Planeamiento de Nuevas Áreas” y “Gestión y ejecución del planeamiento” de la Escuela de Arquitectura de Valladolid
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B2/Evolution
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