Donde los campos de refugiados tienen tanta población como las ciudades que los acogen.
¿Qué sabemos de las ciudades de Darfur? Muy poco. Lugares sin futuro, ni siquiera tenemos certeza de que allí el tiempo esté también "tejiendo el corazón de las cerezas", por traer de nuevo, fuera de su contexto, las palabras de Eugénio de Andrade. No es fácil explicar cómo se ha llegado a esta situación. Al parecer hay cuatro causas concatenadas. No sabría por cuál empezar, y el orden en que las expongo es, por tanto, aleatorio: 1ª. La superpoblación, con el regreso (ya hace algunas décadas) de los trabajadores del algodón, junto a la llegada más reciente de los desplazados del Chad y de los nuevos desplazados internos. 2ª. El grave deterioro medioambiental y la desertización de parte del territorio, con la consecuente carencia de recursos naturales, como el agua, los pastos o la leña. 3ª. La violencia que asola la región, con los conflictos entre nómadas y sedentarios, y la creación de enormes campos de refugiados junto a las ciudades. 4ª. El descubrimiento de petróleo en el Sudán, que ha acabado por implicar de manera interesada a terceros países, y transformar un problema político en una cuestión geoestratégica. Las ciudades reflejan sin remedio este explosivo clima social, económico, político y ecológico.
La superpoblación
El antiguo sultanato independiente de Darfur, hoy dividido en tres provincias de Sudán, fue independiente hasta 1916, en que se incorporó al Sudán anglo-egipcio. La colonización se centró en la “Mesopotamia sudanesa”, entre el Nilo Azul y el Nilo Blanco. El “Gezira Scheme”, un programa para desarrollar el cultivo del algodón en aquella zona (el nombre árabe Gezira, Al Jazirah, significa península, la formada por el Nilo en el extremo sur de Nubia) dio origen a la mayor instalación algodonera del mundo. La población de Darfur fue reclutada masivamente para recoger el algodón, donde acudían como temporeros para un trabajo que les permitía subsistir el resto del año. Al mismo tiempo, el papel de Darfur como puerta del desierto y puerto del comercio transahariano entre Egipto y el África negra, ya había concluido a finales del siglo XIX, con la apertura de vías marítimas directas y de una línea de ferrocarril en el eje del valle del Nilo. Por otra parte, la denominada pax britannica, favoreció, desde 1916, un crecimiento rápido de la población de la región, que se estimaba en unos 300.000 habitantes al principio del siglo XX, y que acabó multiplicándose por diez en menos de un siglo, para alcanzar los 3,1 millones de habitantes en 1983 y los más de 6 millones actuales. Pero desde los años 1970 este orden comenzó a modificarse radicalmente. Entre las causas, en primer lugar la crisis del Gezira, que se inició entonces y llevó a la sustitución paulatina de los cultivos de algodón por otros más rentables y de más fácil salida internacional. Como consecuencia cesó la demanda de mano de obra de Darfur, al tiempo que comenzaba la llegada a esta región de numerosos desplazados del Sur de Sudán, empujados por una interminable guerra civil.
El deterioro medioambiental
Según explica Marc Lavergne (uno de los mayores expertos de la zona), la región sahelina de Darfur está sometida à un fortísimo proceso de desertificación, que se ha acelerado precisamente desde los años 70, fundamentalmente por la conjunción de dos factores “antrópicos”: el crecimiento demográfico en un medio rural que no ha podido con él, y la ausencia de políticas de desarrollo y diversificación económica. (Ver información en disasterscharter.org). Los campesinos del Darfur, con la llegada masiva de población y sin los ingresos del Gezira, debieron aumentar la superficie cultivada, reduciendo los barbechos, que sin embargo eran indispensables para mantener la fertilidad de unas tierras pobres. Se extendió la zona cultivada mucho más allá de los límites pluviométricos tradicionales; y teniendo en cuenta la gran variabilidad de las lluvias de un año a otro y de un lugar a otro, se multiplicaron y dispersaron los campos cultivados, para tener la seguridad de al menos una buena cosecha en el conjunto de las parcelas roturadas y sembradas. También se multiplicaron los cultivos en los fondos y las orillas de los “wadis” (los lechos secos de los ríos). (Hay datos en los informes de la Agencia Espacial Europea).
La violencia
La extensión de cultivos se hizo en detrimento de los ganaderos nómadas, privados de sus pastos y de sus “derechos de paso” a través de los cultivos, así como del acceso a los pozos de los wadis. Los incidentes entre tribus próximas se multiplicaron y los campesinos, para evitar las incursiones de los nómadas, comenzaron a quemar los pastos que rodeaban a sus pueblos, en una táctica de “tierra quemada” que recuerda la de los campos rusos. Los ganaderos, por su parte, adoptaron sus propias estrategias defensivas. Dejaron proliferar sus rebaños, ejerciendo así una presión creciente sobre los recursos de pastos y agua. A lo cual fueron incitados por una ayuda extranjera irresponsable que, haciendo nuevas perforaciones en cualquier sitio, favoreció la estancia en el mismo lugar de grandes rebaños, mucho más allá de las fechas tradicionalmente admitidas. Lo que ha llevado a la aparición de numerosas e inquietantes “aureolas” de desertización.
Los ganaderos nómadas, transformados en milicias tribales, se entregan hoy a una devastación sistemática de los bosques de acacias (Acacia albide) y de heglig (creo que no tiene traducción; es la Balanites aegyptiaca; ver foto aquí), quemando viejos troncos para hacer emerger nuevas ramas para el ganado. Una devastación voluntaria para modificar el medio ambiente en favor de la actividad pastoril. Una desestabilización que ha empujado a algunos grupos, como los Zaghawa, hasta hace poco seminómadas, hacia el gran nomadismo que les da más movilidad, aunque con ello entren en competencia con los camelleros tradicionales, y se desarrollen nuevos conflictos.
Darfur es un mosaico de grupos étnicos con múltiples conflictos entre ellos. Estos conflictos locales han sido instrumentalizados por el Estado. Al principio, cuando se centraban en los aspectos agrícolas y ganaderos, habrían podido ser resueltos, caso por caso, por los consejos tribales, al modo tradicional de compensación por animales robados o cosechas destruidas. Pero el Estado sudanés abolió los poderes locales en 1970, para más adelante (1983) establecer una autonomía regional sin financiación ni medios de gestión.
El petróleo
Últimamente los focos internacionales están orientados hacia Darfur. ¿Por qué? La respuesta se encuentra en el fondo de un mar de petróleo. (Ver “Los perros de la guerra”). El interés de EEUU y Francia (que ya tiene soldados en la zona), es el petróleo. Como también el de Gran Bretaña. Y el de China y Malasia por controlar las riquezas de África. Y el de Arabia Saudí por las tierras cultivables. Entre tanto, la población es mera espectadora que pone los muertos y las excusas “humanitarias” que hagan falta.
La provincia de Darfur no tiene petróleo, pero el Gobierno de Sudán sí, desde que se descubrieron sus primeros yacimientos en 1999. De hecho, el control de las reservas petrolíferas del centro del país es el principal campo de disputa de la rebelión que enfrenta desde hace casi dos décadas a Jartún (o Jartum, o Khartoum, la capital del Sudán) contra el SPLA (Sudan People's Liberation Army) de John Garang, considerado por Bill Clinton como uno de los «nuevos líderes» del continente (falleció en 2005 en accidente de helicóptero). Exxon Mobile (USA) y Total (Francia) son las empresas en la zona. Chad, por su parte, no sabía que tenía petróleo hasta 2003 (qué casualidad: en esa fecha comenzó el conflicto de Darfur). En palabras de Marc Lavergne, “Francia y EE UU quieren la paz en la región para repartirse todo el crudo”.
Además, algunas organizaciones humanitarias aseguran que hombres de negocios de Arabia Saudí están comprando grandes extensiones de tierra en Darfur, una zona fértil que podría convertirse, si se trata adecuadamente, en el “granero de África”. La rebelión en curso en la provincia, instigada por el MLS (Movimiento para la Liberación de Sudán) y el MJE (Movimiento para la Justicia y la Igualdad) impide sacar partido de esas tierras. Y por último, cada vez es más activa la presión de China, principal socio comercial de Sudán y su mayor importador de petróleo, en defensa de Jartún en los foros internacionales. El actual oleoducto que lleva el crudo hasta el Mar Rojo ha sido construido con financiación de Malasia y China, que no dudó incluso en enviar prisioneros de delitos comunes a descontar su pena mediante trabajos forzados en los campos petrolíferos sudaneses.
Un galimatías difícil de simplificar
Es importante ser cauteloso en los análisis del conflicto. Porque para la opinión pública occidental se está simplificando demasiado, en unos términos que son los más convienen a los intereses de las potencias económicas mundiales. Interesa hablar de conflicto étnico y religioso, incluso de genocidio, para poder actuar sin miramientos. Pero las cosas no parecen estar tan claras.
El actual conflicto de Darfur estalló en febrero de 2003 con la rebelión de dos grupos armados, los ya citados MLS y (después) MJE, este último de obediencia islámica. Tras el 11 de septiembre de 2001 el presidente Omar el-Bechir excluyó a la corriente "arabista" de su gobierno, y Jartún acabó por acceder al rango de compañero de Estados Unidos en la lucha contra Al Qaeda. De esa forma Sudán expiaba sus antiguas alianzas con Bin Laden y presentando una apariencia respetable. Sin embargo, el gobierno se ha opuesto férreamente a la ONU, en su pretensión de enviar "cascos azules". (Ver “Darfur y sus falsos amigos”). El 31 de Julio de 2007, finalmente, la ONU decidió el envío de 26.000 soldados en una decisión calificada por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, como "histórica". (Una pregunta: ¿hay alguna decisión que hoy tome cualquiera, en cualquier ámbito, que no se considere “histórica”? Qué pesadez).
Hay quien defiende que pueda hablarse de racismo hacia las poblaciones periféricas por parte de las elites sudanesas de origen árabe que viven en el valle del Nilo. Poseedoras del poder en Jartún, estas élites son, según muchos, los verdaderos responsables de los atropellos que cometen las milicias yanyawid (o janjaweed), los "jinetes asesinos" que siembran el terror en las zonas rebeldes. Pero los yanyawid son tan negros como sus víctimas. Oigamos nuevamente a Marc Lavergne: "Para mí todo el mundo es negro en esta historia. La noción de racismo no tiene razón de ser. Las milicias tribales yanyawid son unos mercenarios que no se proclaman en absoluto árabes. Ellos no son el verdadero problema. Generalizando, podríamos decir que son pobres que luchan contra pobres". (Afrik.com, 16 de julio de 2004). No está tan claro que las milicias manipuladas por el gobierno sudanés sean el brazo armado de los "pastores nómadas árabes". Presidiarios liberados con la promesa de un compromiso miliciano, ex desertores del ejército gubernamental del sur, miembros de tribus camelleras víctimas de la sequía, naturales de algunas etnias negroafricanas que esperan una retribución por su adhesión: la composición de las milicias yanyawid es enormemente variada. Lavergne incluso ve en ellas al "lumpen proletariado" ("proletariado andrajoso", según la célebre frase de Karl Marx), utilizado por Jartún “para expulsar a los habitantes de Darfur e instalar en su lugar grandes explotaciones mecanizadas confiadas a empresas agrícolas o a grandes familias". A la inversa, a menudo se olvida mencionar que la principal etnia árabe de Darfur (los “bagaras rezigat”), creó también su propio movimiento de guerrilla antigubernamental para protestar por la miseria de las poblaciones de la zona y la incuria de Jartún.
Si hay "islamistas" en Darfur, es obvio que están en ambos bandos. Una situación compleja que recientemente resumió Rony Brauman: "No se trata de un conflicto entre islamistas extremistas y musulmanes moderados. El frente de resistencia, más o menos unido hasta 2006, se fragmentó en una docena de grupos que combaten entre ellos y además siguen luchando contra las fuerzas gubernamentales y las milicias. Entre los más encarnizados, porque consideran que Darfur no ocupa el lugar que le corresponde, están los islamistas radicales" (Le Nouvel Observateur, 15 de marzo de 2007).
¿Por qué de forma sistemática se hacen lecturas en clave étnica o religiosa? ¿Por qué no se considera el conflicto de Darfur, en primer lugar, como un conflicto político? "Los movimientos de liberación, como explicaba Lavergne en 2004, no reivindican la independencia ni la autonomía, sino un reparto más justo del poder y los recursos. Los rebeldes consideran que su región está desfavorecida con relación a otras, en particular con las del centro”. La guerra de Darfur, un conflicto político entre el poder acaparador y una región desheredada, entre el centro hegemónico y una periferia abandonada a su suerte, es una auténtica tragedia. Pero no parece ser ni una cuestión religiosa ni étnica, sino política, de poder. Un galimatías de hechos que debería incitar a la prudencia en el análisis. Y ser precavido al abordar la dimensión confesional. En Darfur todo el mundo es negro, todo el mundo es musulmán y el conflicto no tiene ninguna connotación religiosa. Es una de las mayores diferencias con la sangrienta guerra civil que enfrentó a Jartún con la rebelión sudista entre 1983 y 2005. (Una versión detallada, aunque “versión”, en wikipedia).
En cuanto al sombrío balance la ONU apunta la cifra de 200.000 víctimas. Según Brauman, "podemos calcular que durante período más violento, desde la primavera de 2003 al verano de 2004, murieron entre 30.000 y 70.000 personas a las que hay que añadir, como en todos las guerras, a las víctimas del aumento del índice de mortalidad causado por la desnutrición, lo que representa alrededor de 200.000 personas".
Ciudades de Darfur
Ahora ya podemos pasar a ver las ciudades de Darfur. Pues sólo es posible explicarlas en el contexto de violencia, deterioro medioambiental, superpoblación, intereses internacionales y masiva presencia de ONGs que las condicionan decisivamente, aunque de forma algo diferenciada a cada una de ellas. Fundamentalmente nos basaremos en la información que se aporta en geoconfluences.ens-lsh.fr, de donde hemos traducido párrafos enteros, y que nos ha parecido la más fiable de cuantas fuentes hemos consultado.
Darfur cuenta con tres centros urbanos de importancia, las capitales regionales de El-Facher, El-Geneina y Nyala, aparte de algunas otras localidades, centros administrativos y mercados muy vinculados al entorno agrícola y ganadero y, en cierta medida, tribal. Como dijimos, la crisis de un mundo rural abandonado a la inseguridad desde hace veinte años ha hecho aumentar la población de estos centros, enclaves de relativa paz, y los únicos lugares que podrían disponer de empleos de sustitución a la agricultura y a la ganadería. De las tres capitales es hoy Nyala la que se ha impuesto como la más dinámica y mejor equipada, en detrimento de El-Geneina, cabeza de Darfur-Oeste, de creación tardía, y de El-Facher, la capital histórica, víctima de una desertización que le ha llegado a la puerta.
Nyala, centro estratégico y logístico, puerta de acceso a Darfur.
Nyala está situada a 650 metros sobre el nivel del mar, con unas precipitaciones anuales medias de 465 mm,, aunque muy variables de un año a otro. Sobrepasa largamente los 250.000 habitantes (63.000 en 1973 y 114.000 en 1983; como siempre, las cifras son variables: en algunos lugares se dice que la ciudad cuenta con casi medio millón de habitantes). Se beneficia de su situación meridional, de las lluvias y su consecuente y variado potencial agrícola. Exporta ganado a Jartún y a los mercados del Golfo, y parte de una producción cerealista muy importante gracias fundamentalmente a grandes granjas muy mecanizadas. También cuenta con algo de industria manufacturera. Además es la entrada de la producción del territorio Jebel Marra, rico en tabaco, frutas y verduras. Tiene acceso por ferrocarril, con la línea construida en 1961 desde El-Obeid, aunque en la actualidad ha cesado prácticamente toda su actividad. La carretera con Zélingei está asfaltada (aunque algo degradada) desde los años 80.
Pero sobre todo es la puerta principal de acceso terrestre a Darfur. (Algunas fotos, muy buenas, aquí). Como tal, conoce una intensa actividad en su mercado, animado por los comerciantes “jallaba” y por los camioneros de toda la región. Su aeropuerto, dotado de una pista también asfaltada, es utilizado varias veces al día con vuelos de compañías privadas procedentes de Jartún, que han proliferado desde la crisis humanitaria, y por los aviones de la ONU y de algunas ONG ricas (con aviones propios). Es el principal centro de reabastecimiento, junto a El-Obeid. Con la presencia de más de 50 ONGs internacionales y de diversas instituciones de la ONU, la ciudad conoce una prosperidad sin precedentes. El alquiler de casas y “quintas” ha aumentado enormemente, lo mismo que el precio de los productos y del carburante, lo que beneficia a propietarios, comerciantes y representantes del régimen.
Para la mayoría de la población, sin embargo, ese alza en los precios les ha hecho la vida más difícil aún. Centenares de millares de desplazados, que han llegado aquí huyendo de unos pueblos devastados o controlados por las milicias tribales. Pero con tanta oferta de mano de obra, los salarios se han hundido, mientras que la demanda de alimento y agua potable se ha multiplicado por tres. El gobierno, por otra parte, actúa sin contemplaciones. Procedieron a cerrar y trasladar a la población, manu militari, de alguno de los campos de refugiados próximos, como el de El-Guir. Pero los campos restantes, como el de Kalma (100.000 habitantes), El-Atash (cuya traducción literal es "la sed"), y otros albergan una población superior a la de la ciudad misma. “Podemos preguntarnos qué futuro les espera a estos refugiados, hostigados por las autoridades, y sin otra perspectiva que el avasallamiento”.
Pero la periferia urbana “regular” tampoco estaba en una situación aceptable. La mayoría de las viviendas de los suburbios son, ya desde hace décadas, refugios temporales, principalmente cabañas tradicionales de barro con tejados de paja. A finales de los años 80, se construyeron más casas de fábrica de ladrillo y materiales similares y los asentamientos de la periferia fueron asumiendo gradualmente un carácter más permanente. Si bien, con múltiples carencias en infraestructuras. Al comenzar la década de los 90 en toda Nyala únicamente contaban con un sistema de agua canalizada el 9% de las casas. El aprovisionamiento se hacía (y se hace) básicamente a través de los vendedores itinerantes de agua (cerca de 2000 vendedores a principios de los años 90, según cálculos municipales). Pero cuando hay sequía (como en 1984-1985), ni siquiera los vendedores con carros tirados por animales pudieron suministrar suficiente agua. Se construyeron quioscos de agua en los asentamientos de la periferia, y se elaboró un notable proyecto de abastecimiento que fue premiado internacionalmente.
El-Geneina, ciudad presa del conflicto
La ciudad de El-Geneina o Al-Junaynah está cerca de la frontera con Chad. Sus alrededores son semiáridos. Su altitud media está cerca de 800 metros sobre el nivel del mar, pero hay en las cercanías algunas colinas más elevadas. Contaba con 39.000 habitantes en 1973. Creció hasta los 56.000 en 1983, y hoy suma más de 80.000 (nuevamente hay baile de cifras: en algún lugar se habla de 187.000 habitantes). Comparte algunos problemas urbanos con Nyala. Por ejemplo, respecto a las carencias de agua y los sistemas de abastecimiento. Aunque con algún matiz. Según parece, por ejemplo, los vendedores de agua la transportan en bolsas de piel de cabra, de poca capacidad, y por esta razón se les permite abastecerse de los quioscos de la comunidad, sin tener que acudir a los pozos privados, de dudosa calidad, como sucede en Nyala.
Lo más característico de la ciudad es su aspecto “de Far West”. Sobre sus calles de tierra, los 4x4 de las ONGs levantan a su paso nubes de polvo, y por todas partes se ven los uniformes "gris-azul” de la policía, o los de camuflaje de los milicianos. Aquí no hay grandes edificios ni tiendas iluminadas, como en Nyala. El urbanismo legado por los británicos está arruinado. El aeródromo, lugar de encuentro de los "humanitarios" de todas clases, sólo tiene una pista de tierra apisonada. En las calles anchas, algunos árboles han sido arrasados por los animales errantes. Los “wadis” están atestados de armazones herrumbrosos y de montañas de basura. A diferencia de Nyala, los campos de los alrededores han sido devastados por las operaciones de los yanyawid y las incursiones de los rebeldes venidos del Chad.
La economía de la ciudad está completamente deshecha. El mercado, antes lugar de aprovisionamiento de nómadas y aldeanos, ha sido abandonado. La presencia de las ONGs y de los campos de desplazados en la periferia no compensa esta decadencia, y más aun cuando la frontera con el Chad vecino está totalmente cerrada. El campo de refugiados de Riyadh cuenta con 20.000 habitantes censados oficialmente, pero en realidad son menos. Una parte de las chozas de ramas habrían sido construidas, al perecer. por gente de la propia ciudad, que necesita un refugio simbólico para poder recibir las raciones de ayuda. Pero también sucede lo contrario. Hay desplazados que se quejan de no recibir nada. Todo tipo de tráficos se dan entre distribuidores, comerciantes y jefes tribales, que finalmente recaen sobre la espalda de los más vulnerables, mujeres de edad o madres con niños pequeños.
La ciudad es el centro de operaciones de los yanyawid de Darfur Occidental. Vienen para recibir armas, equipo e instrucciones sobre las operaciones a realizar. Tras la apariencia bondadosa que reina durante el día, El-Geneina y los campos de desplazados de la ciudad están bajo el mando de las fuerzas de seguridad, el FDP y los yanyawid, que actúan impunemente durante la noche, sembrando el pánico en los campos.
El-Facher, en el frente de la desertización
La ciudad de El-Facher (o Al-Fasher) está en el frente de la desertización. Capital histórica del sultanato de Darfur, hoy es la cabecera de la provincia de Darfur Norte. Cuenta con universidad. Veamos su progresión demográfica. Contaba con 26.000 habitantes en 1956, pasó a tener 55.000 en 1973, 85.000 en 1983, y hoy alcanza (con todas las reservas) largamente los 200.000. Pero, como les sucede a Jartún (la capital del país) o a El-Obeid, se encuentra en el frente de la desertización, lo que explica que, aunque acoge todavía a una población rural en desconcierto, no está precisamente en buena situación para dotarse de más medios de abastecimiento. Recibe sólo unos 200 mm de agua al año, y es víctima, desde varias décadas, de un agresivo proceso de desertificación, acentuado por los cultivos inadecuados, la sobreexplotación de los pastos y el arranque de vegetación para crear nuevos suelos urbanos.
En la vista aérea, la región se nos ofrece como totalmente desnuda, a excepción del ancho y arcilloso wadi el-Ku, que discurre al este de la ciudad. El agua falta en la temporada seca, y el depósito de Golo está encenagado. Una gran parte de la población está subalimentada. Hay quien explica el aislamiento y empobrecimiento de la ciudad en el hecho de que fue el primer blanco de los ataques de los rebeldes de la Sudan Liberation Army (SLA).
Otras pequeñas ciudades
El papel y la importancia de las ciudades pequeñas y medias también se han modificado como consecuencia de la situación de inseguridad que prevalece en la región desde hace una quincena de años. Algunas de ellas son guarniciones y también han acogido a poblaciones que huían del hambre y los combates, mientras que otras, demasiado expuestas, han sido literalmente vaciadas de toda población civil. Algunas concentraciones de esa población trasladada, situadas en las proximidades de otras ciudades, han dado origen a nuevos centros urbanos, posiblemente duraderos.
Entre las ciudades que se han quedado vacías están algunas de las ciudades-frontera del Chad, hasta hace poco centros activos y comerciales, como Tiné o Kolbous (40.000 habitantes ayer, apenas 4.000 en la actualidad). En estas ciudades, ocupadas episódicamente por las fuerzas chadianas, subsiste sólo una población fantasma y una guarnición militar. Sus habitantes se dispersaron por los campos de alrededor o atravesaron la frontera para refugiarse en alguno de los campos de desplazados del Chad, que son ignorados por las organizaciones humanitarias.
Los campos de refugiados y la reconfiguración del sistema de ciudades
Para la reconfiguración efectiva de la red urbana de Darfur habrá que esperar al arraigamiento de los grandes campos de desplazados situados al lado de los centros urbanos. Embriones de vida urbana están surgiendo en campos como Mornay (80.000 habitantes), o en los instalados alrededor de pequeños pueblos. Aunque vastas y temporales, estas áreas han sido dotadas, en ciertos casos, de redes modernas de abastecimiento de agua limpia tomada de perforaciones en el wadis próximo; y cuentan con hospitales de campaña administrados por ONGs, que además aseguran con su presencia una aparencia de seguridad frente a las fuerzas armadas, la policía y los yanyawid que vagabundean en las cercanías e intentan infiltrarse por la noche. La población sobrevive allí con la ayuda alimenticia, los bienes que pudo salvar y de la recolección de madera de hierba (para cestería) que efectúan las mujeres. La consecuencia es una amplia aureola de desertización, de unos 10 km de radio alrededor de Mornay.
Pero ¿cuánta población vive en los campos de refugiados? Los números que leemos sobre la población residente en los campos de refugiados son muy variables. Cambian según la fuente y la fecha. Hablamos antes, casi de pasada, de la llegada de numerosos desplazados (desde 2003) del sur de Sudán presionados por la guerra civil. Pero también llegan del vecino Chad. En enero de 2007 podíamos leer: “Un tercio de la población de Darfur, convertida en refugiada”. Pero el número de desplazados sigue creciendo sin parar. Y según la ONU, en la actualidad (información de noviembre de 2007) suman 2,5 millones, repartidos en más de 350 campos, el 40% de la población total. Se deben, como se ha dicho, a la acción combinada del gobierno de Abbas y de las milicias árabes (los famosos yanyawid). Pero no sólo son efecto directo de la acción violenta. También hay refugiados económicos. Uno de ellos dice: "No teníamos cosecha de modo que vinimos aquí". Sin contar con las varias decenas de miles de refugiados del Chad que han venido a los campos de Sudán. Y paradójicamente, muchos habitantes de Darfur han huido en dirección contraria, hacia el Chad (unas 230.000 personas). De hecho hay 12 campamentos de ACNUR (el organismo de las Naciones Unidas de ayuda al refugiado) en el desierto de Chad.
La vida en los campos de refugiados de Darfur
Los cooperantes suman aproximadamente 13.000 personas, en su mayoría sudaneses. Tienen grandes dificultades para llegar a los afectados. "En abril de 2004, cuando la operación humanitaria comenzó a desarrollarse a gran escala, teníamos sólo 200 trabajadores sobre el terreno para asistir a 350.000 desplazados. Hoy hay 13.000 cooperantes, ayudando a un número de refugiados cuatro veces mayor que entonces". Un cooperante por cada cien refugiados, aproximadamente.
Los campos de refugiados constituyen el urbanismo más real, más vivo y dramático, de la zona. Tienen nombre. Ya hemos hablado de Mornay (80.000 habitantes). O los grandes complejos de Dorti y Kalma (con 90.000 personas, el mayor de Darfur), El Atash, o el más pequeño de Alseride, junto a Nyala; el de Kerenik (o Kirinding, con más de 40.000 personas cuando se estableció, en 2004), el de Riyadh (20.000 habitantes), el de Ardamata, el de Kirinding, en las inmediaciones de El-Geneina; la nueva 'ciudad' de chozas humeantes de Gourounkoun, refugio para 15.000 chadianos, etc. Las condiciones de vida allí dejan mucho que desear: violencia, miedo, sed, falta de combustible, arena y calor sofocante, hambre y miseria.
Violencia. Las emboscadas de los guerrilleros son frecuentes. La frontera, tan artificial como porosa, permite que los yanyawid sudaneses actúen en las dos orillas y los rebeldes de ambas naciones recluten 'soldados' en los campos agrícolas. Las fuerzas de la Unión Africana finalmente desplegadas son meros testigos. El 2 de noviembre podíamos leer: “La violencia estalla en los campos de refugiados de Darfur”. El enviado especial de El Mundo en Nyala, Pere Rusiñol, nos dice: “La verdad oficial es que la guerra ya ha acabado en Darfur, o casi. Pero nada más salir de Nyala, la mísera capital de Darfur del Sur, la consigna del Gobierno se da de bruces con un nuevo campo de desplazados que se improvisa a marchas forzadas y en el que falta de todo, salvo miedo (en el nuevo asentamiento de Alseride, cerca de Nyala). El millar largo de personas que aquí se apiña a cielo abierto y sin ningún servicio huye incluso de los que hasta la semana pasada eran sus compañeros de penalidades. La violencia en Darfur lo inunda todo: algunos campos de refugiados se han convertido en un escenario de batalla más, en el que los parias dirimen a tiros las diferencias políticas que dividen a los rebeldes”.
Un ejemplo: en Kalma (un nombre que a los españoles nos ha de resultar irónico), a finales de octubre la población “fur” –mayoritaria, opuesta a las negociaciones entonces en curso- la emprendió a tiros con los “zaghawas”, más proclives al diálogo. “El campo está prácticamente sellado, pero se sabe que hubo muertos -se especula que 17, aunque nadie lo confirma- y muchos zaghawas huyeron. Algunos se instalaron en Alseride”. Hay tantas armas en la zona -llegadas de Jartún, del Chad, de Libia y de otros lugares- que la situación se ha vuelto totalmente ingobernable.
Miedo. Según relata Alexis Masciarelli (un médico francés de larga experiencia en varias guerras civiles africanas) “tienen aspecto de tener muchísimo miedo, pero no se van. Es algo incomprensible. Es como si estuviesen prisioneros en la ciudad”. Para él, Kerenik, a tres horas de El-Geneina, capital del estado de Darfur occidental, sigue siendo un misterio. “Es como un campo de concentración, pero sin alambradas”. Sed. El acceso al agua es insuficiente. Un reciente informe de Cruz Roja denuncia que la disponibilidad de agua en tres de los principales asentamientos de El-Geneina (Riyadh, Ardamata y Kirinding) es, de media, de 4 litros por persona y día, mientras que la cantidad exigible, según las Normas Mínimas del Proyecto Esfera (que comentaremos otro día) es de 7 litros. Además, la mayor parte de la gente debe caminar más de 400 metros para llegar a los depósitos de agua (las Normas estipulan 100 metros). Otras informaciones hablan de que “sólo la mitad de los afectados tiene acceso al agua”. Para mejorar la dotación se está extrayendo de nuevos pozos a más de 50 metros de profundidad.
No hay tampoco suficiente combustible para cocinar. Y la sanidad es un grave problema en todos los campamentos. El calor, en verano, es abrasador, con temperaturas de 45 grados y más altas. Respecto a la comida: “Apenas nos queda nada para comer. Subsistimos con una especie de caldo de sorgo”. La arena (un polvo rojo) lo inunda todo. Y las construcciones, sumamente precarias. Están hechas de esterillas atadas, sobre el suelo de tierra, o se forman con láminas de plástico sostenidas por varillas. La imagen que encabeza este post lo resume todo.
(Publicado inicialmente el 28-12-07).
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