Un artículo de Moisés Naín, publicado en El País el 28 de septiembre de 2005, era especialmente incisivo. Decía: “Usted no es normal. Si está leyendo estas páginas, seguramente pertenece a la minoría de la humanidad que tiene un empleo estable, adecuado acceso a la Seguridad Social y que disfruta de una considerable libertad política. Además, a diferencia de otros 860 millones de personas, usted sabe leer. Y gasta más de dos euros al día. El porcentaje de la población mundial que combina todos estos atributos es menos del 4%”.
Ahí está. Aunque sólo fuera como lectores de periódicos ya no somos normales. Somos extraordinariamente raros en el mundo. Pero si además somos arquitectos la rareza aumenta de forma exponencial. Pues se trata de una de las poquísimas profesiones con competencias exclusivas. Quizá la única que tiene a gala ser tanto científica como artística. Lo mismo patentamos una técnica que defendemos la propiedad intelectual de una obra de arte. Nuestro plan de estudios es especial y una de las palabras que más nos gusta es "excelencia". Por si fuera poco la profesión, al menos en España, tiene (alucinante) uniforme propio, con hombreras y palas (como un coronel), gorra de plato con galleta bordada (como un piloto) y guantes color avellana (como un marqués). Fue aprobado oficialmente (cito de memoria) hace unos 80 años. Qué raros los arquitectos, ¿no?
Su obra trasciende. Según Wikipedia (en la voz “arquitecto”), “la esencia del buen Arquitecto es, además de cumplir con todo lo anterior, que su obra busque el trascender la simple ejecución para conseguir un objetivo más elevado (...). Esto hace que la profesión de Arquitecto sea una de las más complejas de ejercer, ya que requiere una firme vocación artística y un sano juicio práctico, y ambos deben ser ejercidos a la vez y en todo momento”. Qué grandes somos los arquitectos.
Y sin embargo, a pesar de todas las grandísimas cualidades que nos adornan, no deberíamos eludir el texto de Naím. Veamos el final: “Muchas decisiones de política pública han sido erradas porque han confundido ideales con realidades. En tiempos como éstos, en los que los valores se han vuelto tan habituales en la retórica política, es importante estar muy alerta a la posibilidad de que nuestras opiniones, planes y decisiones se cimienten en falsas suposiciones sobre lo que es normal. Cuando eso ocurre, los valores conducen a malas decisiones, y no a una mayor claridad moral”. La percepción distorsionada de lo que es normal se torna aún más grave cuando actuamos no ya para un cliente particular, sino sobre la ciudad. Y, recordemos, los únicos técnicos habilitados para redactar planeamiento urbano, además de los ingenieros de caminos, canales y puertos, somos los arquitectos.
(Publicado inicialmente el 05-12-07).
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