Ahora que está en proceso de reelaboración (como casi siempre) el plan de estudios de Arquitectura
“La práctica profesional específica de los urbanistas consistirá en relacionar formas de conocimiento con formas de acción en el dominio público. Para lograr su propósito, la enseñanza del urbanismo debería, por lo tanto, ser capaz de proporcionar el tipo de técnicas que no sólo permitirán a los estudiantes adquirir los conocimientos relevantes, sino también hacerlos capaces de usar ese conocimiento para `conseguir que las cosas se hagan´, en medio de una diversidad con una amplia gama de intereses en juego”. Esta cita (extraida de un artículo publicado en Urban) es de Simin Davoudi y David Whitney, ambos de la Leeds Metropolitan University.
Oigamos ahora al canadiense John Friedman: “Nos estamos moviendo hacia un modelo no euclediano de numerosas geografías espaciotemporales, y es el reconocimiento de este hecho lo que nos obliga a pensar en modelos nuevos y más apropiados (...). Necesitamos ir más allá del modelo de urbanismo basado en la ingeniería y en el diseño (...). Los urbanistas deben ser innovadores, normativos y emprendedores (...). El urbanismo versará cada vez menos sobre asuntos técnicos y cada vez más sobre la apreciación crítica de la apropiación de las ideas”. ¿Con qué urbanistas ha tratado Friedman?
La primera cita parece excesivamente practicista. Conseguir que las cosas se hagan, por encima de todo. La segunda, sin embargo, cae, en mi opinión, en un error que ya creíamos superado, y que sin embargo sigue asomando la cabeza cada vez que tiene ocasión. Me refiero al abandono de los conocimiento y prácticas primeras, básicas (esos “asuntos técnicos” que tan poco parecen interesarle al americano), en beneficio de unas ideas sobre “modelos no eucledianos de numerosas geografías espaciotemporales” que luego no se sabrá como hacerlas valer. Es decir, y que nadie se ofenda, ni tanto ni tan calvo.
Hay que conseguir que las cosas se hagan, y hay que tener en cuenta el significado de las ciudades en la compleja (por decir algo) sociedad actual. Pero también ser conscientes de que plantear cosas, aunque no se lleguen a hacer, también tiene su interés; y que el urbanismo no es más que una de las formas de intervención en la ciudad, entre otras varias, algunas, por cierto, mucho más determinantes. De manera que el urbanismo cumple también una función cultural, por una parte; pero el urbanismo no es el ombligo de las ciudades, por otra.
¿Qué se le puede pedir, o qué se puede esperar de la enseñanza del urbanismo? En mi opinión (y referido siempre a la perspectiva de los arquitectos), estos 7+1 propósitos. Siete que provienen de asumir una práctica que podríamos decir tradicional, y uno más que habría que implementar de alguna forma. Veamos:
1º. Arte cívico. Considerar la ciudad como obra de arte. Atender a la composición del espacio urbano, a la lógica de los trazados, de las alineaciones. A la buena práctica de las rasantes. Sí, lo sabemos. Hay gente que ante el elogio de un buen trazado piensa que se traiciona a la clase obrera. No es para tanto. Pretender conseguir una ciudad bella tiene su lógica y su interés, aunque en parte coincida con lo que reclamaban los príncipes. Es lo primero que cualquier persona espera que sepan hacer los urbanistas: trazar bien una calle. Implica el estudio cuidadoso del lugar, su topografía, sus preexistencias. Está muy relacionado con el dibujo y el “arte del emplazamiento”. Supone un cierto conocimiento de la historia del urbanismo, de otras soluciones en otros contextos. Y también del estar al día con las propuestas de los paisajistas de hoy.
2º. Higiene pública. La dimensión más ingenieril de la práctica urbanística. El diseño de las redes. E incluso el tratamiento del suelo para la urbanización. Supone ciertas habilidades en el campo de la ingeniería, y conocimientos de las instalaciones urbanas. Es realmente sorprendente la situación a que se ha llegado últimamente en España en esta materia. Nada importa. Los crecimientos urbanos se plantean al margen de cualquier consideración sobre las infraestructuras: las empresas correspondientes, todas ya, o casi todas, privatizadas (¿tendrá algo que ver?), vienen detrás, dotando de servicio a los nuevos suelos, estén donde estén y suponga lo que suponga: ya se trasladará el coste a los usuarios. Pues bien: disponer de los conocimientos básicos para conseguir orientar el desarrollo urbano con lógica racional, no estaría mal.
3º. La práctica de la urbanización. Es decir: la construcción material de los espacios urbanos. Lo que supone un cierto conocimiento, por ejemplo, de las distintas especies de árboles, de las dimensiones de los bordillos, los componentes de las subcapas, etc. Cuidar las implicaciones de diseño urbano, la correcta disposición de mobiliario, etc. No es una cuestión menor: la ciudad se vive también en sus detalles.
4º. Organismo económico-social. La ciudad en su conjunto, como marco global a la distribución de los recursos (especialmente del recurso suelo). Estudiar y conocer las posibilidades de gestión de uso del suelo, para lo que conviene la colaboración de los geógrafos. También de economistas y sociólogos, especialmente para responder a los requisitos de la geografía humana y de la economía de la localización. El DAFO famoso (debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades). Desde luego, si se quiere que las propuestas planteadas tengan efectividad práctica (“conseguir que las cosas se hagan”) es imperativo conocer la legislación y la gestión urbana, al menos lo suficiente como para saber lo que se puede plantear, dónde y cómo. Y si se plantean otras cosas, ser conscientes de dónde nos encontramos (o sea: más allá de la ingenuidad estúpida).
5º. Sistemas complejos. Desde los años 60 (sí: 60) se viene planteando la necesidad de pensar el desarrollo urbano desde perspectivas medioambientales. De tener en cuenta, por tanto, la ecología, el impacto ambiental; para lo que se necesitan algunos conocimientos de biología, de física, de ciencias medioambientales (otra vez mínimos, elementales: el urbanista es parecido al periodista, sabe de todo un poco, pero de casi nada mucho). Sobre todo en su aspecto práctico. Ya sabemos que desde 2007, por ley, hay que aplicar este tipo de análisis a todos los procedimientos urbanísticos. Se trata de la conservación de los recursos (en el ámbito global), y de pensar en el corto y medio, pero también en el largo plazo. En fin: un tema de moda (la famosa sostenibilidad).
6º. La ciudad histórica, la protección de bienes por razones culturales. Para lo que hay que dar entrada a los historiadores del arte y la arquitectura, y ser, también, un poco historiadores. Se trata de la integración de lo nuevo y de lo viejo. A pesar del título que le hemos puesto, que se refiere a la ciudad, realmente hay que aplicarlo a cualquier área que pretenda ser urbana. Necesitamos algunos conocimientos de historia urbana, incluso de arqueología. O al menos, saber cómo trabajar con historiadores y arqueólogos. Y etnógrafos (cada vez con más presencia) e historiadores de la “arqueología industrial”. En fin: se le pide al urbanista, como sabemos, que sepa valorar y proteger una serie de elementos de la ciudad en su proyecto de intervención.
7º. Participación. Favorecer la participación pública, así como la de otros organismos, asociaciones, instituciones. Una especie de “maestro de ceremonias”. O dicho con más gravedad, ser consciente de la nueva gobernanza. Lo que nos pone en la pista del viejo urbanismo procedimental. Porque también este apartado viene de lejos. Supone tener conocimientos para la evaluación de alternativas, y la toma de decisiones frente a distintas opciones (y de tener capacidad para plantear opciones realmente diferentes, lo cual no es ninguna tontería). Trabajar con las asociaciones de vecinos contra “las fuerzas hostiles del mundo exterior”. Ser capaces de promover, también, un urbanismo “de abajo a arriba”. De saber “resolver problemas mediante la colaboración”. Lo que supone conocer el contexto institucional, en sus aspectos prácticos, no sólo en la teoría.
8º. Minorías. Atender, por tanto, al último ciudadano, conforme a una política social más exigente. Supone conocer bien los derechos que tienen “componentes urbanísticos” y el significado de la diversidad cultural. Plantear el urbanismo desde la perspectiva de dotar de seguridad, salubridad y movilidad no discriminatoria a todos los ciudadanos, vincular la ordenación urbana al derecho al trabajo, al espacio urbano y a la vivienda; el sistema de equipamientos al derecho a la seguridad social. Organizar el planeamiento desde el punto de vista del slum, y no de los barrios centrales.
Lo siento, pero creo que todos estos aspectos deberían formar parte de la enseñanza del urbanismo de quienes vayan a hacer urbanismo. Sí, es mucho, pero es lo que hay. La cuestión es ahora ver cómo organizar (una vez más) estas tareas en un conjunto coherente de la enseñanza del urbanismo en los centros universitarios. Debatir si interesa un tipo único de enseñanza generalista o se puede ir a “urbanismos especializados” (un debate tradicional). Y pensar en los métodos pedagógicos más apropiados para esta clase de enseñanza: un tema del que existe muy poca literatura, y sobre el que volveremos otro día.
Pero acabemos como empezamos. Se trataría, al plantear la enseñanza del urbanismo, de enseñar lo específico del urbanismo. Lo que no es específico, peculiar, propio del urbanismo se supone que tendrá su sitio en otras asignaturas, carreras, otras enseñanzas. ¿Qué es lo específico del urbanismo, desde esta perspectiva? Lo específico es plural: diseño de calles, estructura de las redes técnicas (en coherencia con el desarrollo urbano), características de la urbanización (antes del diseño en detalle), estructura de usos del suelo e intensidades, coherencia del desarrollo urbano con la protección del medio ambiente y de los bienes culturales, impulso efectivo de la participación y desarrollo de un urbanismo básico, que atienda a todos, sin discriminación. Una mezcla que, a falta de mejor definición, se nos antoja específica del urbanismo. Porque se refiere a cuestiones de las que es lógico que se hagan cargo los urbanistas. ¿Quién, si no? Y que, por cierto, no está nada mal que así sea.
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