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07.02.08


Pettit en la ciudad
Permalink por Saravia @ 17:42:07 en Democracia -> Bitácora: Plaza

Comentarios sobre el Republicanismo de Philip Pettit

Cork City Hall (Eamon de Valera, 1932). Imagen procedente de corkpastandpresent.ie.

Unas notas sobre el libro titulado Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno (Barcelona, Paidós, 1999). Su autor, Philip Pettit, está de moda por ser el filósofo de cabecera del presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero. Una condición que podría perjudicarle, pero que el autor asume encantado, habiendo llegado a publicar este mismo año un nuevo librito (Examen a Zapatero, Madrid, Temas de Hoy, 2008) en el que analiza la labor política del presidente en los últimos años. Salvando las distancias, es una situación parecida a la del líder británico Tony Blair y el sociólogo y economista Anthony Giddens; o a la del político canadiense Michael Ignatieff y el filósofo Isaiah Berlin; o a la de José Mª Aznar y... el caso es que ahora no caigo.

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Republicanismo

El Republicanismo de Pettit ha sido vapuleado a diestra y siniestra. Por un lado (y estos son los amigos) Félix Ovejero y José Luis Martí advierten que “no sólo de Pettit vive el socialismo”, y le acusan de presentar “un pensamiento de aliento corto”. Dicen que “el republicanismo es bastante más que el libro de Pettit”, y le perdonan la vida: su trabajo –continúan- es “un poco descuidado”. Enfrente están los críticos educados (aunque muy duros), como Álvaro Delgado-Gal entiende que el republicanismo que defiende Pettit “es un mal modelo, tanto en el plano político como intelectual. Lo segundo, porque integra un artefacto filosófico harto pobre; lo primero, porque otorga a las instituciones públicas un papel equívoco y poco deseable”. Por último están los críticos maleducados, que son legión, y que básicamente se limitan a despreciarle.

Y el caso es que, en mi opinión, el libro no está nada mal. Fíjense. Comienza el filósofo irlandés (en su honor hemos puesto una foto del ayuntamiento de Cork) explicando que lo escribió “porque daba sentido a su experiencia” de seminarista. “Aunque esas escuelas y seminarios ofrecían grandes oportunidades de estudio y camaradería, desde luego no nos enseñaron a mirar a las autoridades de frente, confiados en saber cuál era nuestra posición y ajenos al temor de estar sujetos a juicio caprichoso. Al contrario: se nos comunicaba un sentido de vulnerabilidad y exposición sistemáticas al arbitrio de la autoridad, haciendo a veces incluso virtud de esa práctica”. Cómo no interesarse por un texto que arranca con una crítica tan radical de la iglesia, de todas las iglesias (con sus curas). “Puesto que la experiencia de subordinación está tan extendida –continúa-, espero que los lectores compartan conmigo la intuición de que tiene que haber algo atractivo en el tipo de libertad que, exigiendo que no seas dominado por otro, te capacita para mirar de frente a los demás”. Y todo el libro se aplica a ese propósito: a definir un ideal de libertad como “no-dominación”. ¿No es un magnífico objetivo? ¿No nos gustaba tanto la libertad?

Desde luego, conviene advertir que nada tiene que ver esta teoría con la forma de estado, monárquica o republicana. Busca Pettit (en una tradición lejana, pero también en la de Arendt, Skinner, Habermas, Bauman o Salvador Giner) un lugar al sol entre el liberalismo y el socialismo, entre la democracia liberal y la democracia radical, una especie de tercera vía, que tiene su interés. El problema va a estar (lo que, desde luego, no es poco problema) en cómo articular ese propósito de no-dominación. Su planteamiento básico consiste en poner en el centro de la acción política la garantía de que ninguna persona pueda ser dueña de otra, de que ninguna sea súbdita de nadie, ni de un poder público ni de cualquier otro ciudadano, institución o empresa. “Pensar políticamente (dice en las primeras páginas) en los términos de las exigencias de la libertad como no-dominación nos proporciona una imagen muy rica y convincente sobre lo que es razonable esperar de un estado decente y de una sociedad civil decente. El agravio que tengo en mente es el de tener que vivir a merced de otros, el de tener que vivir de tal manera que nos volvamos vulnerables a algún mal que otro esté en posición de infligirnos arbitrariamente”. Ahí va a estar la clave de todo: arbitrariamente.

Un acto es arbitrario “si sólo está sujeto al arbitrium, a la decisión o al juicio del agente” que lo ejecuta; “si el agente está en una posición en la que puede o no elegirlo, según le plazca. Y en particular “sin atender a los intereses o a las opiniones de los afectados”. Puede haber dominación incluso cuando el agente dominante se abstiene de levantar la mano. El mero hecho de que lo pueda hacer es suficiente para quebrar la libertad. ¿No está bien este objetivo? ¿No tiene nervio? Porque queda muy abierto. Dice Pettit en una entrevista en El País (25 de julio de 2004): “El neoconservadurismo es esto: quieren una dictadura benigna porque creen que poseen los valores correctos, pero nunca sería correcta una dictadura por más benigna que sea, porque el amo será siempre el que decida”. La no-dominación es un ideal social muy exigente, que requiere que aquellas personas capaces de interferir arbitrariamente en la vida de otras se vean impedidas de hacerlo.

Ciudad

Podemos, sin embargo, citar algunas cuestiones que se plantean en el desarrollo de estas ideas, y que podrían tener alguna aplicación en el proceso de planeamiento urbano. Sólo unos apuntes bastante inmediatos, pues se trata de un planteamiento que requeriría un mayor detenimiento para estudiar sus posibilidades en el urbanismo. En primer lugar, la exigencia de un apoyo mucho más decidido, tanto económicamente como política y legalmente, a organizaciones ciudadanas de minorías, fuertes e independientes, para ejercer la crítica. Tiene que ver directamente con los procesos de participación urbanística. “La igualdad se convierte en un camino para alcanzar la libertad” (Óscar García Agustín). La lucha contra la vulnerabilidad de determinados grupos sociales es motivo suficiente, según el republicanismo, para la intervención del estado. Lo que significa que el estado de derecho debe ser aplicable a todo el mundo, que a su vez nos lleva a incrementar la exigencia en el cumplimiento efectivo de los derechos humanos en la ciudad.

Relacionadas con este compromiso han de estar las garantías de protección contra la pobreza; y especialmente (como ha puesto de manifiesto Daniel Raventós), la garantía de unos ingresos mínimos para todos, una renta básica. Ser libre es estar exento de pedir permiso a otro para vivir o sobrevivir, para existir socialmente. “Quien depende de otro particular para vivir, es arbitrariamente interferible por él, y por lo mismo no es libre. Quien no tiene asegurado el `derecho a la existencia´ por carecer de propiedad, no es sujeto de derecho propio, vive a merced de otros (...).La ciudadanía plena no es posible sin independencia material o sin un `control´ sobre el propio conjunto de oportunidades” (María Julia Bertomeu). Un tema del que hablaremos en un próximo día más detenidamente, y que tiene un recorrido muy prometedor también para la gestión urbanística.

Conferir poder a los más vulnerables supone limitar el de los individuos o grupos relativamente poderosos (por ejemplo, los señores del suelo, de los que ya hemos hablado). Pues uno de los objetivos del republicanismo democrático tiene que ser la denuncia de las nuevas formas de desposesión que afectan a la libertad de una gran parte de la población del planeta. Más aún: la idea republicana implica rendir cuentas de la acción de gobierno en sede oficial, pero también a través de la opinión pública (el papel de los medios de comunicación es esencial). La sociedad civil es el contrapeso de la acción del estado. Por eso Pettit habla de “disputabilidad”, y de “democracia deliberativa”. Si la población se comprometiera a debatir y registrar sus ideas sobre qué es lo que favorece el bien común, se adoptarían, sin duda (confía nuestro autor) las mejores. “Y si la población generalmente se involucra en esta actividad, la calidad de la participación se incrementará”.

Por último, el republicanismo supone la proposición de buenas leyes. Pero subrayando en ellas su carácter directivo. Qué regular de la ciudad, más allá de muchas de las prácticas habituales, tan discutibles. Leyes o normas dirigidas también a mejorar los hábitos sociales, que a su vez impulsarán mejores leyes: “un círculo virtuoso”. Porque “aún cuando se trate de restituir la libertad a determinadas minorías, su triunfo es el triunfo de todos”.

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