Lo que salva es la mirada
Desde hace tiempo venimos reivindicando la idea de ciudad como pantalla blanca: “La ciudad como pantalla de cine, donde la acción transcurre sin que el soporte adquiera ningún protagonismo. Una ciudad calma, como un regalo, donde cada cual se entrega a su vivir” (una imagen que tomamos prestada de Jaume Vallcorba, editor de El Acantilado y Quaderns Crema; la cita procede de Ciudades civilizadas, Valladolid, Escuela de Arquitectura, 1999, p. 455). Mas ¿cómo enseñarla? Leemos el último de los capítulos del libro de Aurelio Arteta titulado La virtud en la mirada (Valencia, Pre-textos, 2002), dedicado precisamente a la enseñanza, por ver si nos puede ser útil.
La idea de Arteta es la siguiente: No hay educación sin admiración, pues admirar es un requisito básico, una palanca de la educación. Lo dijo Aristóteles: se pone más interés en aprender los asuntos “que despiertan admiración”. Pero también es la educación “el arte de despertar en nosotros pasiones fuertes” (lo dijo el ilustrado D´Helvetius). Y Simone Weil remachó: “La educación –tenga por objeto a niños, a adultos, a individuos, a todo un pueblo o a uno mismo- consiste en suscitar móviles”. Admiración, pasión, móviles (no teléfonos). Hasta aquí Arteta. Pero a nosotros, llegados a este punto, sólo a este momento (y acabamos de empezar), ya se nos acumulan los interrogantes. ¿Cómo suscitar pasión por “la pantalla blanca”? Y admirar ¿a quién? ¿Quién trabaja por blanquear la ciudad para que no interrumpa o moleste la vida de los que la habitan? No va a ser fácil encontrar modelos en un clima profesional que propicia casi exactamente lo contrario (la monumentalización de todo, o el paisaje como protagonista de una escena en la que el papel asignado a los ciudadanos es el de aplaudir). Y ¿qué móviles pueden aducirse, pueden fomentarse racionalmente entre las montañas de información en que nos movemos? No va a ser fácil cumplir en nuestro terreno, en el urbanismo, los propósitos de Arteta.
La argumentación de una nueva idea de ciudad es necesaria, imprescindible. Pero no bastante. Como sabemos, “no es posible o no es fácil transformar con la razón un hábito antiguo profundamente arraigado en el carácter, porque es como si lo hubiéramos mamado desde niños”. Los alumnos tienen al llegar una idea de ciudad demasiado fuerte y demasiado arraigada. Frente a ella, o al menos frente a lo que convendría modificar de ella, no será suficiente argumentar bien. Porque “en general, la pasión no cede al argumento, sino a la fuerza” de la pasión. La ciudad que traen asumida es, en muchos casos (y simplificando quizá demasiado), conforme al modelo americano expuesto en las películas, o al inducido en la publicidad de las nuevas urbanizaciones. Se trata, como dijimos, de unos modelos urbanos que en nuestra opinión tienen raíces profundas. Pero sabemos que "sólo una pasión puede triunfar frente a una pasión” (Spinoza). La clave, en efecto, puede estar en la pasión. Mas ¿cómo promoverla, insistimos? Arteta nos dice entonces: con el ejemplo. “El ejemplo es mucho más poderosos que el precepto”. Ejemplos que puedan defenderse racionalmente, pues “admiración e investigación racional se exigen recíprocamente, sólo que aquélla ha de comparecer antes y ésta después”.
Explicar la necesidad o la conveniencia de la “pantalla blanca”, de un urbanismo preferentemente social y estéticamente replegado, no será difícil. Pero ¿hay ejemplos vívidos, intensos, atractivos, de un urbanismo voluntariamente humilde, de fondo, neutral, de compañía? Sin duda, los ejemplos son legión. Pero no están historizados. Creemos que sucede algo parecido a lo que hasta hace pocos años sucedía con la historia de la mujer, o con la historia de la vida privada, o con la mayor parte de las microhistorias: que las fuentes documentales eran mínimas, o estaban semiocultas entre la maleza de la gran historia. Para la ciudad de la pantalla blanca tampoco va a ser fácil encontrar ejemplos bien documentados y vinculados a actitudes ejemplares, atractivas, que movilicen. Esta va a ser una tarea imprescindible que hemos de acometer ya con cierta urgencia.
Porque, como dijimos al hablar de María Zambrano, lo que importa es que el alumno pueda construir su propia mirada. Pues lo de veras admirable “sólo acaba mostrándose a una mirada capaz de atención”. Y sobre todo paciente: “la admiración acertada sólo viene con la espera”. Tiempo y trabajo. Y cansancio: qué se le va a hacer. Esa atención, que por serlo es también “justo lo contrario de la diversión”, tiene que ser un acto individual. Porque “en la estela de Platón, (Simone Weil) cree que el ser humano se transforma en lo que mira gracias a una especie de asimilación interior; y eso exige aprender a mirar de una manera desinteresada, que resista al deseo de posesión. Al final, lo que salva es la mirada”.
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