Comentarios sobre el libro Arquitectura y ciudad, del Círculo de Bellas Artes de Madrid
En un interesante artículo, titulado “Otra modernidad” e incluido en el libro colectivo Arquitectura y ciudad. La tradición moderna entre la continuidad y la ruptura (Ed. del Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2007), Rafael Moneo nos advierte de que la arquitectura contemporánea es “indiferente al lugar”. Pero en otro de los capítulos del mismo libro, titulado precisamente "La resonancia del lugar", Juan Miguel Hernández León nos dice que “en casi todos los proyectos contemporáneos se presenta una lectura o interpretación del lugar”. ¿En qué quedamos?
El texto de Moneo
En realidad no se trata de dos proposiciones contradictorias, sino concordantes. En efecto, Moneo expone una relación de diferencias esenciales entre la arquitectura moderna y la contemporánea, la que hoy se hace, muy sugerentes. Según él “la arquitectura contemporánea difícilmente puede entenderse como el resultado de la evolución natural de lo que se conoció como `arquitectura moderna”. Y así la idea del espacio que tenían los arquitectos modernos y los actuales no tiene nada que ver (para los primeros el espacio era la justificación de la arquitectura; para los segundos, “el espacio es resultado y no origen de la acción y el gesto proyectual”. También los diferencia su relación con el lenguaje, pues mientras los arquitectos de la vanguardias se centraron en la búsqueda e invención de nuevos lenguajes, universales y compartidos, la arquitectura contemporánea “ha sustituido la búsqueda de un lenguaje por el descubrimiento de los valores expresivos de un material”.
La tarea de la arquitectura moderna era “la construcción de esos objetos que llamamos edificios”. En cambio, “desde los años 80 y 90 la idea de objeto se ha ido difuminando hasta convertir el edificio, lo que se construye, en paisaje”. Para la arquitectura moderna la relación entre forma y función, entre forma y uso, ha estado siempre presente. Pero “hoy lo que realmente se quiere es construir gigantescos iconos arquitectónicos capaces de asumir en su abstracta disponibilidad cualquier posible programa”. Tampoco es ya una pieza clave el concepto de racionalidad. La arquitectura moderna se concebía como “racionalista” porque la razón “permitía escapar de la batalla estilística en la que estaba empeñada la academia”. Pero hoy el orden de los pilares, de la estructura, no importa gran cosa: “Si el arquitecto quiere que algunos pilares desaparezcan, me las arreglaré para que así sea” (dice el ingeniero Balmond, citado por Moneo). También hoy, más allá de la representación por medio del dibujo que caracterizó a la arquitectura durante siglos, “los arquitectos están encandilados con las geometrías que los nuevos medios de representación permiten, geometrías que, hasta ahora, resultaban inaccesibles debido a nuestra incapacidad para pensar en términos geométricos y espaciales con la libertad que hoy proporcionan los citados medios”.
En ese contexto de diferencias es donde Moneo habla del lugar. Del lugar como singularidad: “Es una singularidad muy presente en los proyectos de arquitectos como Erick Gunnar Asplund, en los que el entendimiento del lugar parece contribuir al dictado de la arquitectura”. Pero en la actualidad, y siempre “en aras de la independencia y de la libertad de expresión individual, el arquitecto puede construir en un centro histórico, como puede verse en la propuesta de Will Alsop, sin prestar atención al lugar”.
El texto de Hernández León
Hernández León identifica el lugar “con distintos tipos de estrategia”, de acuerdo con la utilización contemporánea de ese término. Por un lado, la estrategia romántica, “posiblemente la posición que menos ha influido en las tendencias actuales”, y que lo vincula a conceptos como identidad local o nacional. Por otro lado, la estrategia técnica, que depende de leyes externas, como los procedimientos de fabricación o la economía. También habla del lugar “fenomenológico”, que “aborda la comprensión del mundo en términos de relaciones entre las cosas, y no como la aplicación de un modelo teórico previo que violenta lo real”. Y por último, la estrategia que más parece interesarle, la del “lugar metafórico”.
Conviene ver cómo explica esta idea el propio autor: “Ya no es sólo un intento de desvelar o de entender la virtualidad de un sitio mediante la arquitectura, sino una auténtica reinterpretación de los significados mediante la activación de los conflictos virtuales de su `asentamiento´; recreando la forma a partir de un relato donde resuenan, en analogía literaria, aquellos elementos que sintetizan la topografía, o la propia memoria, estratificada u oculta bajo la epidermis del paisaje, aparentemente estático”. Se trata, por tanto, de una liberación de la dimensión expresiva de la arquitectura “para construir nuevas metáforas que entren en resonancia con el sitio concreto”.
De manera que la aparente contradicción con Moneo no es tal. Si este autor valoraba (o decía que se valora en la actualidad) “la independencia y la libertad de expresión individual” de forma que pueda actuarse “sin prestar atención al lugar”, con indiferencia, Hernández León entiende que en nuestros días, por algunos significados arquitectos, se reinterpreta con total libertad cualquier dato o componente del lugar. Desde su topografía a su memoria, de la geografía a la historia. En ambos casos el lugar es construido como un poema, o quizá como un relato. Incluso como un pan, con las manos. “Por supuesto, que resuene el lugar (es decir, que nos enfrentemos con él) no quiere decir en absoluto que nos adaptemos”. Y concluye: “En casi todos los proyectos contemporáneos se presenta una lectura o interpretación del lugar, pero ya nos e asume la jerarquía de lo anterior sino que los arquitectos se enfrentan al lugar intentando activarlo, reinterpretarlo y, desde luego, transformarlo o modificarlo”. ¿Quién dijo que más que interpretar el mundo, lo que hay que hacer es transformarlo?
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