Algunas propuestas de "espacio compartido" en Valladolid. Artículo publicado en El Norte de Castilla del 7 de junio de 2008.
Cuando más aprieta el tráfico en el centro urbano, tendemos a pensar en alguna solución que segregue a los coches de los peatones, los autobuses de los coches, y los coches de las bicis. Enseguida hablamos de poner vallas sobre el bordillo que impidan a la gente cruzar fuera de los cauces previstos, plantar nuevos semáforos, poblar todo de señales de preferencias, stops, giros obligados y prohibidos, líneas de carril o de parada. Y finalmente siempre se propone excavar un túnel para que así la separación sea total y absoluta. Pues bien: hay quien también sugiere, y con éxito, todo lo contrario.
En 2004 la Unión Europea aprobó, en su Programa Interreg, la financiación de un novedoso proyecto de cuatro años para realizar acciones de reurbanización en espacios de cruce, con tráfico intenso, denominado Shared Space (“espacio compartido”). Tiene un enorme interés, y quien tenga curiosidad puede empezar visitando la página shared-space.com. Creemos que podría aplicarse en Valladolid, e incluso nos permitimos señalar algunas zonas donde sería especialmente interesante empezar con este tipo de actuaciones. En primer lugar, la que se extiende desde Rinconada a Fuente Dorada, pero también sería muy útil una solución de este tipo en el cruce de la plaza de Zorrilla, desde Santiago al Campo Grande y Recoletos. Planteamos estas áreas por su potencial ejemplaridad, pero podría disponerse en muchas más.
La idea consiste en reurbanizar los ámbitos seleccionados, de tráfico intenso y conflictivo, basándose en su integración con las demás actividades que allí se den (quizá no esté de más recordar que la calle no se limita al tráfico). La característica más reconocible, o más llamativa, de estas actuaciones es la eliminación de las señales de tráfico convencionales, tanto horizontales como verticales. Y de ahí que también se denomine a los lugares donde se actúa como naked streets (“calles desnudas”). El conductor en estos espacios se considera parte del contexto social y cultural, y se espera que su comportamiento (lo mismo que su velocidad de paso) se controle por las normas generales del comportamiento de la gente en sociedad, en la ciudad. Se espera que se comporte como una persona educada.
Para las zonas que se proponen supondría la disposición, en cada una de ellas, de una única plataforma en todo el espacio afectado, construida con un mismo material (por ejemplo, ladrillo rojo), donde dejasen de distinguirse ámbitos diferentes para los coches y para los peatones. Quedarían desnudas de artefactos, señales y signos del tráfico. Desaparecerían todas (o casi todas: no hay que ser maximalista) las señales horizontales, y también las verticales (fuera semáforos, señales de stop, de parada; fuera esas macetas junto a la fuente de Zorrilla, que lo único que hacen es quitar visibilidad y dar una falsa sensación de confianza a los conductores). Y así se conseguirían espacios más atractivos, continuos, no rotos como ahora por las calzadas; se mejoraría la funcionalidad (se acabarían las esperas ante los semáforos cuando nadie viene), y sobre todo, atención, mejoraría la seguridad. Este último punto es fundamental. Y no es una quimera: soluciones de este tipo se vienen aplicando ya desde hace años en algunas ciudades holandesas, y los resultados han sido magníficos. El número y la importancia de los accidentes producidos en los cruces donde se ha actuado se ha reducido drásticamente.
Se basa en algunas ideas sencillas. En primer lugar, en el apaciguamiento psicológico del tráfico: se consigue más haciendo ver a los conductores que no son los dueños del espacio por el que circulan que poniendo vallas que les dan aún más confianza en “su territorio” para ir más deprisa y con menos atención. En segundo lugar, los promotores de esta iniciativa piensan que “la gente es amable”. Si al llegar a un cruce ves a alguna persona atravesándolo, normalmente le dejarás pasar. Y si ya llevas mucho tiempo parado, normalmente te dejarán pasar a ti, te permitirán reiniciar la marcha. En el cruce principal de Drachten (50.000 habitantes, donde se cuentan 20.000 vehículos y 500 autobuses al día: es el cruce del círculo verde), la gente se espera y se deja pasar, los ciclistas nunca tienen que echar el pie al suelo, se mueven libremente por la plataforma y todo el entramado del cruce funciona perfectamente. Aquí había seis accidentes, de distinta gravedad, al año. Y desde que se reurbanizó como “espacio compartido” (se desnudó) no ha habido ninguno.
Es cierto que hay conductores (y también peatones) menos amables; pero esos mismos conductores (que se estiman en un 15% del total) tampoco se comportan correctamente en los pasos de cebra o en los cruces semaforizados. En cualquier caso, lo fundamental es mirarse unos a otros. “Cuando los conductores dejan de mirar a las señales empiezan a mirar a las personas”. Y como decimos, se trata de una propuesta que lleva ya bastantes años funcionando, en formulaciones variadas, sobre todo en distintas ciudades de la región holandesa de Frisia (Friesland). Es, por otra parte, una solución mucho más justa para todos que la de los semáforos que torturan a los peatones que tienen más dificultades de movilidad (esos tiempos tan ajustados, esos naranjas que permiten pasar a los coches, y presionarte). Si ha de cruzar una persona mayor que camina con dificultad, los coches la esperarán.
El principal promotor de esta idea ha sido un ingeniero de tráfico holandés, Hans Monderman, recientemente fallecido. Un tipo estupendo, con una larguísima experiencia en el diseño y la seguridad vial, que acompañaba a quien quería escucharle a atravesar los cruces que había acondicionado. “Verás cómo nos esperan los coches”, Y efectivamente, coches y autobuses se paraban cuando empezaba a andar, al ir libremente de un sitio a otro. Porque la gente es amable. Aunque parece que estamos oyendo ya algunos comentarios: “En Holanda, sí; pero aquí esto sería imposible, somos menos respetuosos”. ¿Quién lo ha dicho? Recojamos para finalizar otra cita de Monderman. Al organizar la movilidad, decía, “le tratan a uno como un perfecto idiota. Y si te consideran como un perfecto idiota, te comportarás como tal”. En efecto, si partimos de la base de que hay que tratarnos como si fuéramos canallas al volante o peatones insensatos, seguramente acabemos comportándonos como tales.
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