Por qué poner “vía 1” y “vía 2” si se puede decir “calle del océano”, o “de la mañana”, o “de las delicias”
Quien ha tenido la oportunidad de poner nombres a las cosas puede entender algo a los kabalistas. Buena parte de la comprensión del mundo nos llega a través de sus denominaciones. Y nombrar es un gesto creativo interesante, que permite sentirte como Dios. Sabemos que los nombres oficiales de las calles, los lugares y los espacios públicos los deciden las autoridades públicas; pero nada impide (sino todo lo contrario) que al realizar un plan se puedan designar las calles o las manzanas sin acudir a los socorridos números y letras, sino buscando otras denominaciones más intencionadas. O más sugerentes. Quizá más divertidas. Provisionales, sí; pero vivas. Mas, ¿qué nombres poner?
No sabemos. Una ayuda impagable para rebuscar: el diccionario etimológico (es decir: el Corominas-Pascual). Para las familias de nombres: el María Moliner. En cualquier caso, cada técnico tendrá su propia lógica, o su poética. Su propio sentido, que no puede reducirse a recetas. A pesar de lo cual, daremos una serie de indicaciones que simplemente nos gustan. Empezaremos por tres negaciones, para pasar después al grupo de afirmaciones.
Ya lo hemos dicho: nunca números o letras. Hay lugares que se llaman “Polígono 3” o “Sector 5”. Y calles (muchísimas calles, especialmente en América), denominadas con números, letras o combinaciones de ambos. Tres ejemplos: en Caracas se dice Norte 1, Norte 3; en Bogotá Cr27 y Dg57; y en Puebla 15 Poniente, 13 Sur. Pero son cientos de ciudades las que siguen esa pauta. Es una pena. (Por cierto: en Quito hay una calle que se llama Sin Número).
Los nombres propios, que se queden en sus respectivas casas. Creemos no equivocarnos si decimos que del orden de dos terceras partes del total de las calles del mundo llevan nombres de personas, personajes y personajillos. Qué espanto. Porque aparte de que el resultado es como si desplegásemos la guía de teléfonos sobre el plano de la ciudad, se acaban asignando calles a tipos tan poco aconsejables como Camilo José Cela o el Duque de Lerma, por ejemplo. Y como hay tantas calles el proceso de nombrar se complica cada vez más. Ya no sólo se pone el nombre, sino la profesión, el cargo, y a este paso, parte del currículo. En Logroño hay una calle dedicada al “Político Jorge Vigón”: así, “el político”. En Vigo al “Gaiteiro Ricardo Portela”. En Alicante al “Teniente Alcalde Soto” (y otra al “Catedrático Soler”). Y en Benavente a “Sor Asunción Romo” (sor es el empleo). Una de las más patéticas: la Vía Elevada Profesor Rufino de Almeida Pizarro, en Río de Janeiro.
No obstante, siempre puede arreglarse algo. Quintanilla de Onésimo puede denominarse (como hacía Luis) Quintanilla “de la O”. Pero es preferible evitar todos los homenajes desde el principio. La cosa mejora, es cierto, cuando sólo quedan nombres sin apellidos. Mejora incluso aunque figure la profesión: así sucede con la calle de “Fernando el Alfarero” de Navalcarnero. Y también es verdad que hay algunos nombres propios que ya no lo parecen: la calle de Vivaldi de Villanueva de la Cañada (Madrid) más parece dedicada a la música que al compositor. Y lo mismo sucede con la calle Gaudí de Pola de Lena. Insistimos: algunos nombres hace tiempo que dejaron de referirse a personas. La rúa de Fonseca, de Santiago de Compostela, habla menos del tal Fonseca que de la tuna. Las calles sin apellido resultan simpáticas: así la calle Adriano, de Sevilla; la calle Fernando, de Barcelona (que quedó estricta para evitar referirse al rey), o la calle Manuel, de París.
No hay quien se acuerde de las fechas. En Buenos Aires están las autopistas urbanas 9 de julio y 25 de mayo. En Guadalajara (Jalisco), como en muchas ciudades de México, encontramos la 16 de septiembre. En Lisboa la avenida 24 de julio. En Mazatlán hay una calle 7 de abril. En Caviahue, otra del 8 de abril. En Montmeló hay una calle 9 de abril. En Cuernavaca, del 10 de abril. En San Félix, del 11 de abril. Y así hasta que queramos. Porque además es muy habitual que no se sepa a qué responden esas fechas que al parecer son tan importantes. En Valladolid, por ejemplo, tenemos, entre muchas otras fechas, el 4 de marzo y el 20 de febrero. ¿Qué pasó en la primera fecha?: que en un 4 de marzo se fusionaron las Jons y la Falange (impresionante acontecimiento, desde luego). ¿Y el 20 de febrero?: que se aprobó la llegada del tren a la ciudad. Pero nadie lo sabe, ni falta que hace, y se acaban bailando las fechas. Fuera.
La belleza de los lugares. Una fórmula habitual y atractiva es la de poner nombres en función de la belleza (real, potencial o supuesta: al final no importa tanto) del lugar en que se encuentra el espacio nombrado. Bonavista, Miraflores. A veces basta con la descripción: el Paseo del Mar, de Valencia. Especialmente atractivo siempre si hay arboledas: el Paseo de la Alameda, de la misma ciudad, o el Paseo “Bajo los Tilos” de Berlín. En Vigo hay una Estrada de Verdeal. El Paseo de la Chopera, de Alcobendas; o el Parque del Parral, en Burgos. En Santiago, la Rúa dos Castiñeiros. Un accidente puede cargar de sentido a todo el espacio: la calle del Hoyo del Agua (Tías, Lanzarote. Por cierto: ¿cómo se puede llamar Tías?). O un breve episodio: la fuente nueva, el camino del juncal. En La Moraleja (Alcobendas, Madrid) hay un Camino del Golf (siempre ha habido clases). Las vistas son sugerentes en cualquier caso. En La Habana está la zona de las Alturas de Miramar. Y en Oporto la Vía Panorámica.
Pero muchas veces son más cálidos los términos sencillos. Veamos los nombres de un grupito de calles de un sector de La Habana: Empedrado, Obispa, Amargura, Sol, Luz, Lamparilla, Aguacate. Un color basta para caracterizar: la Cruz Verde, la Fuente Bermeja (Burgos). O un sencillo adjetivo: La Hacienda Perdida, Pino Alto, Dehesa Baja. O simplemente: la calle Bajo los Arcos (Teruel). En Burgos: la calle de la Paloma o la del Pozo Seco. Y en cualquier ciudad: el Camino del Polvorín, el Camino de la Ermita. También encontramos en todas partes una calle Nueva o una calle Mayor (en Bolonia, por ejemplo, hay una Strada Maggiore, y en Palencia una Calle Mayor). En la misma Bolonia podemos ver una curiosa Via Urbana y una preocupante Via Santa. Los diminutivos hacen algunos lugares más entrañables (aunque no conviene pasarse). El Sotillo (Madrid), los Mesoncillos, el Parque del Chorrillo en Alcalá de Henares, el Pradillo, el parque Jardinillos (Palencia), la calle Enramadilla (Sevilla... Por cierto: ¿será Sevilla el diminutivo de sebo?). En Quito hay un Panecillo. Y en Pancorbo existe una calle de la Andecilla Alta, y otra de la Andecilla Baja. En Toledo, la calle de Alfileritos. Así, tanto diminutivo junto asusta un poco. Pero por separado pueden resultar bien.
Variedad de espacios. No sólo en la denominación específica, sino en el mismo tipo de espacio (tipo de calle, de plaza o plazuela, de espacio abierto, bosque, campo, lugar) interesa la variedad. Hay calles, pero también ramblas, rondas, callejones, avenidas (en la Habana, una avenida se denomina en francés, la Avenue del Puerto: a ver quién es más fino). Hay paseos, y también “lugares” (como por ejemplo el Lugar El Drago, de La Orotava). Bulevares y “boulevards” (así se escribe en Uruguay). Costaneras, “largos” (en Portugal) y “lungos” (en Italia). Algunas carreteras siguen llamándose tales aunque ya sean urbanas. Encontramos la Subida de La Granja en Toledo y la Bajada de la Libertad en Valladolid. Hay rondas y callejones. Una “Vuelta de los Eucaliptos” en Caracas. “Quais” (muelles) en París, y un Vicolo del Filo en Génova. Un Salón del Prado en Madrid, otro de Isabel II en Palencia y una Salita de Santa Caterina en Génova. También en esta ciudad podemos ver una Galleria de Nino Bixio. Y en Turín la Vie dei Mille. Algunos “corsos”. Y travesías, carreras, callejuelas, angostillos. Y siempre se puede jugar con el “tras”: Ahí está el Camino de Tras Manaderos en el Burgo de Osma.
Términos rescatados, o simplemente rebuscados. A veces es útil usar términos simplemente rebuscados, que así cobran nueva vida. Como “sinabafa” (una tela delgada, fina, delicada; que sale en el Quijote), que nos puede valer para denominar un espacio de esas características (delicado). Plazuela de la Sinabafa: suena bien. O de la Sarteneja (si en ese lugar hay, o hubo, una grieta en el terreno; aunque suena un poco peor). Y podemos apelar a términos lejanos, que resultan exóticos. Xonaca o Atlixco (dos calles de Puebla, México). La calle Calicuchima (Guayaquil, Ecuador). La calle Tarapacá Curicó (en Santiago de Chile). Podemos igualmente buscar palabras que esconden su significado original: escorial (recordemos que viene de escoria), linares (del lino), tenerías (de los cueros, curtidos). La calle del Centeno (de Aranda) suena exótica porque la palabra centeno ya no circula. Y menos el “espolón” (además de los de Burgos, también hay un “espolón” en Aranda; y en muchos más sitios, desde luego). Más fáciles de entender resultan los significados de la calle de la Resolana (de Sevilla), o de la plaza de Cantarranillas (en Valladolid). Y algo parecido sucede cuando nos paramos a ver los términos originarios de algunos sitios: un burgo (en Osma), una venta (de Baños); una nava (del Rey); una laguna (de Duero); una ciudad (Real); un arrabal (de Portillo); un portillo (del Padornelo).
Historias que se quieran sugerir. Por todas partes hay calles y plazas de la Paz y de la Libertad. En Quito un lugar se llama Igualdad Social. Y en Madrid Cabeza de Hierro. Todo son sugerencias. O deseos. Podría hablarse de una calle de la Tormenta y de otra calle Callada. Una calle del Espejo y otra del Recreo. En Alcázar de San Juan una calle se llama Hermosilla; y en Valladolid Niña Guapa (la primera puede que provenga de un apellido; la de Valladolid, en absoluto). Sólo existen dos calles en el mundo, creemos, que se llaman “calle de la Belleza”: una está en Madrid, otra en Villamontán de la Valduerna, cerca de La Bañeza, León. Una ciudad brasileña se llama Belo Horizonte, y otra cubana Cienfuegos. ¿Quién da más? Un barrio de Caracas se conoce como “Mis Encantos”, y una larga calle lisboeta se denomina rua Aúrea (en otros tramos, al parecer, Rua do Ouro: que no decaiga). Sólo hay una “calle de la Seda”, y está en Villamartín de Campos, cerca de Palencia. Mientras que en Oporto podemos recorrer la “rua do Campo Alegre”.
Puede tirarse de los conjuntos. Sobre todo cuando se trata de grupos de calles que físicamente forman también conjunto. Aunque poner nombres a puñados es un recurso demasiado fácil y muchas veces mal utilizado. Para las 50 calles de un polígono industrial se decide que lleven nombres de metales, o de minerales, y ya no hay que pensar más: calle del Aluminio, del Hierro, del Cobre... y en efecto, también del Plomo. Son clásicos los grupos de calles de procedencia medieval, por oficios (las famosas Cuchillería o Herrería de Vitoria-Gasteiz, las de Labradores y Panaderos de Valladolid, o la de los Escoberos en Sevilla, por ejemplo). Pero en la actualidad también se hacen grupos por profesiones (son frecuentes las colecciones de pintores para las calles de muchas urbanizaciones). O de colores, mariposas, flores, “pajarillos”, etc.
La ciudad se va haciendo poco a poco como una pequeña enciclopedia. También con su apartado de tauromaquia, por qué no. En Sevilla, por ejemplo, hay un grupillo de calles de toreros: Belmonte, El Gallo, Gitanillo de Triana, etc. Y en Santa Cruz de Tenerife se puede uno encontrar la calle de Garcilaso de la Vega, junto a las de Góngora o Jorge Manrique, y el Parque de Don Quijote; y un poco más allá las de Valle Inclán, cerca de las de Azorín y Ganivet... Como se ve, agrupados por épocas. Resulta un poco simple, la verdad. Pero también con los grupos se puede ser más creativo. O más bromista. En Chihuahua, México, hay un buen grupo de calles con nombres de hortalizas: calle de la Alcachofa, del Rábano, del Nabo, de la Coliflor, etc. Y en Santiago de Chile vemos otro grupo con las calles de Los Planetas, Los Astros, Los Satélites, Las Constelaciones... y ¡Los Cohetes!
La congruencia. Es decir, que la denominación coincida con lo que haya realmente. Algo que, sorprendentemente, no suele suceder con las arboledas: en las plazas de los Robles lo más habitual es que no haya robles. Pero sería bueno que hubiese esa coherencia alguna vez. Que en la calle del Teatro haya (o al menos que lo hubiese habido) algún teatro. En la calle de la Audiencia sería bueno que la audiencia estuviese. Aunque también se podría llamar “de las Sentencias”, o “de los Juicios”, o “de los Abogados”, “de los Letrados”, “de los Convictos”. ¿Hay, o hubo alguna vez, una cueva en la calle de la Cueva de Chinchón? ¿En la calle del Rollo, de Betanzos, hay alguna facultad? Son amables las denominaciones descriptivas de las construcciones que albergan: los Jardines del Palacio de Cristal, de Oporto; o el Paseo de la Música, de Vitoria-Gasteiz. Podríamos pensar que algo parecido sucede con el Parque de los Novios, de Bogotá; el de los Enamorados, de Logroño; o la calle de los Amantes, de Teruel. Quién sabe. Pero para congruencia, el nombre que puso Blanca al camino que sube hasta Santa Cristina de Lena: la “Cuesta del Cansancio”.
No importa que se repitan nombres que ya hay en otras ciudades. Es más: en nuestra opinión, son muy útiles los nombres de lugares que aluden a otros paisajes: como una supuesta calle de Somalia, por ejemplo (¿existe en algún sitio?). En Madrid hay una calle de Palestina y una avenida de los Pirineos, que suenan muy bien. En Alcobendas una calle de Triana. Y en Alcázar de San Juan una calle está dedicada a Florencia y otra a Venecia. Cosmopolitismo. En Fuenlabrada hay una calle de Pola de Lena, pero en esta población no hay ninguna de Fuenlabrada. Insistimos: no importa que se repitan las denominaciones. En Valladolid hay un Campo Grande, pero también hay otro en Lisboa. Y en Sevilla una Maestranza, pero también otra en Guadalajara, México.
Etimologías. Leer etimologías puede dar pistas (y es bastante entretenido). Centro, por ejemplo, viene de la palabra griega que significa aguijón. Alude a la “pierna fija del compás, entorno a la cual gira la otra”. ¿Podría ponerse en algún lugar “plaza del Aguijón”? Centinela viene de “sentinela”, sentir, el soldado que para vigilar tenía que intentar oír en la noche. Un lugar silencioso, ¿podría ser “centinela”? Dionisia es también huerta. ¿Podría llamarse Dionisia a una zona verde? Encanto viene de cantar (los pájaros, por ejemplo, o el agua). ¿Qué tal otro parque que lo llamásemos “Encanto”? Escueto viene, al parecer, de "scotus", escocés. Se refería a la gente que viajaba expedita, frecuentemente por causa de la peregrinación... a la que eran muy aficionados los escoceses. Por eso escueto hoy significa libre, despejado, desembarazado. Pero también valdría para escocés. Una cuadrícula de calles que formase un tejido escocés ¿podría denominarse “escueta”?
Pero sigamos. Fanático viene del latín “fanaticus”, “perteneciente al templo”. Derivado de "fanum", templo (también relacionado con profanar). Aludía a los sacerdotes de algunas diosas que se entregaban a violentas manifestaciones religiosas. ¿Podría denominarse, sin enfado, una calle que llevase hacia una iglesia como “Paseo de los Fanáticos”? Fresco es, en origen, “reciente”, recién estrenado, y sólo mucho más tarde empezó a significar también “frío”. ¿Estaría bien denominar un barrio nuevo como Barrio Fresco? Si se forman calles empinadas, en cuesta, y repetidas, ¿podríamos hablar de costillas? Porque efectivamente costilla y cuesta están emparentadas. Como también costado y acostar.
En fin. Lo mejor, en principio, para nombrar las nuevas calles y espacios, es mirar el catastro, conocer las denominaciones populares de la zona y relacionarse con el mundo de nombres del lugar. Y también valernos de nuestras propias fuerzas. Una calle que tiene varias curvas, sube y baja y se retuerce: podríamos llamarle calle de la Serpiente, por ejemplo, y funcionaría estupendamente. Una zona verde simple puede llamarse pradera. Y si está bien poblada de árboles, arboleda. Luego, podemos dar algunas vueltas a los asuntos comentados más arriba. Pero hay que tener siempre el cuidado de que finalmente no acaben saliendo nombres tan alucinantes como éstos: Calle Degollado (Guadalajara, México), calle de la Pureza (en Triana, Sevilla), calle de la Doctrina (en Soria), calle del Santo Ángel de la Guarda (en Madrid). Seguramente, en estos casos, si vemos que tendemos hacia esos nombres, sea mejor que pongamos finalmente: calle A, calle B y calle C.
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