Detalles del post: El malestar en la ciudad

13.09.08


El malestar en la ciudad
Permalink por Saravia @ 01:56:19 en Democracia -> Bitácora: Plaza

Trasladando ideas de Víctor Pérez-Díaz al urbanismo

Una calle de Anafiotika, el pequeño barrio de Atenas a los pies de la Acropolis (imagen de travelintoromania.blogspot.com)

Hace algunos años colaboramos en un libro titulado precisamante así, El malestar urbano en la gran ciudad (Madrid, Talasa, 1998). No querríamos insistir sobre esa palabra, pero la reciente aparición del último libro de Víctor Pérez Díaz, El malestar de la democracia (Barcelona, Crítica, 2008), nos ha impulsado a volver sobre ella. Pero esta vez acompañando a democracia, un término casi tan antiguo como las ciudades mismas. Y que como ellas nos sigue marcando. Según el autor no sólo es exagerado decir que hemos entrado en una nueva época “postdemocrática”, sino que “ni siquiera estamos saliendo del gran ciclo histórico que empezó hace veinticinco siglos” en Grecia. Es verdad que la democracia está en crisis, “pero dudo de que haya dejado nunca de estar en ella; le es consustancial, pienso –dice Pérez-Díaz-, el ser frágil y precaria. De aquí el drama, inevitable, y con el drama, el toque de inquietud, malestar y esperanza que acompaña la anticipación de los varios desenlaces posibles de este drama”. Intentemos entender algo del desorden que nos rodea. (Pero pongamos algo de música).

[Mas:]

No vamos a repetir su argumento general (interesante, atractivo, estimulante, pero también largo). Nos limitaremos a apuntar algunas de sus tesis y comentarios, y trasladarlas al urbanismo. ¿De dónde viene ese (quizá leve, pero insistente e inquietante) malestar de (en) la ciudad? Seguramente algo tendrá que ver con su rapto por un conglomerado de élites de distinto tipo que se la han apropiado, con el lenguaje hipócrita y falso que demasiadas veces se usa en los asuntos urbanos, la innecesaria violencia de los enfrentamientos entre las distintas opciones (o su otra cara, los consensos incomprensibles), o el escaso espacio vital que tiene para desarrollarse una competencia cívica cada vez más necesaria.

Las triarquías oligárquicas, las élites que hacen la ciudad y el sentimiento general de distancia. Pérez Díaz defiende, como decíamos antes, que los occidentales vivimos una larga historia continua desde la época clásica. “Aparte de las similitudes entre la democracia (o más bien la república) antigua y la moderna, y del hilo que une el ligero componente liberal de los antiguos, los fortísimos elementos liberales de la sociedad medieval (para empezar, la propia tradición parlamentaria, el habeas corpus y las ciudades libres), y nuestro mundo, hay una curiosa analogía entre la situación de las polei clásicas a punto de subsumirse en la cosmópolis de la época y nuestra circunstancia (…). En general, en el mundo antiguo, el paso de polis a cosmópolis se hace en medio de un profundo desconcierto”. En especial, al integrarse en la cosmópolis definida como Imperio Romano: “un aparato de estado, ajeno y exterior a la experiencia directa de la inmensa mayoría de los ciudadanos convertidos en súbditos”, con grave empobrecimiento de la experiencia política.

Platón preveía, en aquella sociedad, “cuatro formas de ciudad, que se suceden”: timocracia, plutocracia, democracia y tiranía. Pensemos en la fase previa a la tiranía, donde encontramos una situación “más próxima a nuestra circunstancia histórica. El partido político en cuestión (el grupo de timócratas de la narrativa platónica) acepta un modus vivendi con las oligarquías económicas (empresarios plutócratas) y culturales (mandarines culturales y agentes mediáticos sofistas) para manejar, entre todos, las cosas. No hay por qué acabar con la democracia liberal. Basta con acomodarla a unas robustas tendencias oligárquicas, al protagonismo de lo que (llama) las triarquías oligárquicas de los tiempos presentes”. La ciudad parece estar en manos de unas cuantas élites. Pero no hay porqué ser completamente pesimistas, pues el proceso no tiene por qué ser descendente: “siempre tenemos la posibilidad de que haya una superación de las triarquías oligárquicas, y nos encontremos con políticos responsables, y empresarios y emprendedores sociales y filósofos haciendo su oficio de modo razonable y honorable”. Depende, por ejemplo, de que se aclaren los simbolismos borrosos, se civilicen los conflictos entre izquierdas y derechas, y se refuerce la virtud cívica de los ciudadanos.

Los simbolismos demasiado borrosos. Un imaginario social consiste en las ideas e imágenes que una sociedad (o quizá un grupo determinado) “tiene acerca de lo que es y de la situación en la que está, de las razones que justifican su juicio (de valor) sobre su grado de orden o desorden, y de las razones que explican las causas que le han llevado a ser así y estar de esa manera”. Está compuesto de teorías y simbolismos. Pero mientras que las primeras suelen ser relativamente claras (o tienden a serlo, como consecuencia del debate científico), los simbolismos suelen ser ambiguos, borrosos. Lo cual no es necesariamente malo, a condición de entenderlo así y reducirlo a sus justas proporciones. En otro caso, deriva en melancolía.

¿Dónde se sitúa la borrosidad de los símbolos? Según Pérez-Díaz, “en torno a esa línea invisible” de las exageraciones políticas. En la sobreactuación al exagerar las ventajas de una propuesta, sus posibilidades de éxito, su capacidad para resolver los problemas planteados. Vemos con frecuencia demasiadas ceremonias de confusión (“las palabras no se ajustan a los hechos, ni las palabras concuerdan entre sí, ni los hechos, unos con otros”), y ritos de disimulo de la debilidad del estado. “Políticos y funcionarios tratan de impresionar al público, y de convencerle (y convencerse a sí mismos, hasta cierto punto) de que el estado está bajo control”. El lenguaje “doble” (jesuítico), ambiguo y difícil de entender por los no iniciados, “puede provocar en el público una especie de fatiga y de tristeza cívica”.

El simbolismo de derechas e izquierdas, y la innecesaria violencia de su enfrentamiento. Al parecer conviene la simplificación de la vida política entre izquierdas y derechas. Sigue siendo útil, y también, por qué no, en la construcción de la ciudad. La comunidad política (la clase política y la ciudadanía) se distribuye así de manera horizontal, lo que acarrea estabilidad y evita las trampas del cesarismo (amor al líder carismático) y “el populismo levantisco de quienes rechazan in toto una clase política que consideran indigna”. En lugar de amar u odiar a toda la clase política, con la división en izquierdas y derechas “se ama a una parte de ella y se odia a la otra”. El problema surge cuando se superan los límites de esos amor y odio, se insiste en activar de forma extrema las pasiones y se distrae la atención de los detalles de la política (urbana, en nuestro caso).

Hay un modelo de politeness (cortesía o civilización de maneras sociales) incluyente, que no rechaza al adversario político y civiliza los conflictos, y que Pérez Díaz propone como modelo. Se trata de una “combinación de acuerdos de fondo y acuerdos de estilo entre élites y sociedad (…) que permite el desarrollo de una experiencia política con un éxito considerable” (alude a Gran Bretaña en los siglos XVIII y XIX). Lo que no implica multiplicar innecesariamente los consensos: "Hay que tener en cuenta “que consenso no es sinónimo de civilidad. Ciertos consensos básicos pueden ser necesarios; pero hay otros construidos en torno a la condena de un chivo expiatorio, al que se estigmatiza” (el no conformista, el independiente que intenta decir la verdad), “o que suponen una neutralización recíproca de estrategias divergentes que, a la larga, dan lugar a una reproducción permanente del statu quo” (ahí están, por ejemplo, lo “responsables” que son todos los partidos en política económica). Se defiende, en definitiva, un estilo político poco violento y poco corrupto, pero crítico, para conseguir “un grado importante de virtud cívica y civilidad política”, que evite o mitigue la caída en el nihilismo.

El desarrollo de la virtud cívica de los ciudadanos. Hay que tener en cuenta que la clase política no está capacitada para resolver los problemas colectivos “de manera que no se ponga en cuestión lo fundamental (del) orden de libertad”. Su solución “depende, en buena medida, de una ciudadanía cuya acción se desenvuelve en varios planos, incluidos los de las políticas, los mercados abiertos y el tejido social y asociativo”. Lo cual es manifiestamente cierto en las aplicaciones urbanísticas. A veces -sigue Pérez-Díaz- son necesarias “políticas que rectifican una trayectoria prolongada, afectan a podeerosos intereses, no son fáciles de justificar con los discursos habituales y, en consecuencia, implican costes políticos y riesgos de fracaso relativamente elevados; en este caso, la forma de impulsar el cambio es combinar políticas y discursos con el establecimiento de instituciones que acostumbren a las gentes a nuevas experiencias”. Pero una cosa es iniciar el cambio y otra llevarlo a efecto. ¿Quién puede hacerlo?

Hay algunas tendencias recientes en las prácticas políticas y sociales que apuntan a favor del desarrollo de la competencia cívica. Señalaremos las cuatro que comenta el autor. La primera, el aumento de los electores “orientados hacia los problemas" concretos, a costa de los "orientados hacia la imagen de partido”. La segunda, que tales problemas políticos son cada vez más complejos. “Las cosas se mueven en la dirección de acentuar la multidimensionalidad del espacio político”. Los temas no son, con frecuencia, “susceptibles de ser reducidos a un espacio bidimensional de izquierdas y derechas”. La tercera, que los ciudadanos se van haciendo, “por así decirlo, ellos mismos más complicados, al menos en el sentido de que aumentan y diversifican sus grupos de referencia y las redes sociales en que están involucrados”. La cuarta, en fin, se refiere a la aparición de “estrategias alternativas de reducción de costes de información y comprensión” de los problemas.

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Comentario de: benavides s. [Member]
la sociedad/ciudad es lo que sus mienbros/vecinos quieren. En este sentido tiene razón la sentenccia clásica: los países tienen el gobierno que se merecen. Una analogía nos permitiría decir, la ciudad que merecen. Actualmente, sin lugar a dudas fuertemente determinada por lo PRIVADO en detrimento de lo PUBLICO. Esta es la relación dialéctica que hace la ciudad. Debería estar controlada por el CIUDADANO pero, resulta que al Estado ya no le interesa formarlo. Actualmente le interesa formar CONSUMIDORES. El ciudadano piensa en el otro (lo público); el consumidor no tiene necesidad de hacerlo (alimenta solamente a lo privado)
Detrás de lo dicho puede estar un INDICADOR de la democracia pero entendida como: verdad, transparencia, participación proactiva y alternancia.

Tú mismo.....
URL 04.02.09 @ 10:26
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