Un plan de acción para el "club de la miseria" (mil millones de personas, cincuenta y ocho países)
El pasado año, el director del Centro de Estudios de Economías Africanas, Paul Collier, publicó un libro titulado The Bottom Billion, que fue muy alabado por la crítica ("el mejor libro del año sobre asuntos internacionales, dijo The New York Times). Acaba de aparecer en castellano (El club de la miseria. Qué falla en los países más pobres del mundo. Madrid, Turner, 2008); y si somos capaces de dejar a un lado tanto el enorme egocentrismo del autor como la exagerada convicción en sus posiciones, que no admite matices y aplasta al discrepante (no es fácil, no es fácil), veremos que se trata de una publicación muy interesante.
Posición. Desde luego no engaña a nadie. Collier, que parece conocer perfectamente lo que comenta, escribe desde una nítida posición política. Marxista en su juventud, hoy es antimarxista declarado y exagerado. Comienza el libro diciendo que "desde 1980, la pobreza mundial ha disminuido por primera vez en la historia"; pero que hay un sector de la población mundial especialmente castigado y con muy pocas posibilidades de salir de la pobreza. Una situación moralmente inadmisible: "Un gueto paupérrimo de mil millones de individuos será algo cada vez más imposible de tolerar para un mundo que se pretende confortable". Para actuar con éxito en esos países, "la izquierda tendrá que darse cuenta de que los métodos que tradicionalmente ha rechazado, como la intervención militar, el comercio y la estimulación del crecimiento, son herramientas fundamentales para alcanzar los objetivos que siempre ha perseguido". Y "la derecha deberá entender que el problema de los países más míseros no se corrige solo, con el crecimiento global".
Uno de sus eslóganes favoritos es éste: "El crecimiento es bueno para los pobres". No es "la cura de todos los males, pero su ausencia es un mal que acaba con todo". Y continúa: "A mi modo de ver, de lo que se trata en materia de desarrollo es de infundir en la gente la esperanza de que sus hijos van a vivir en una sociedad que se ha puesto al nivel del resto del mundo". Porque "la pobreza no deriva de que los ricos expolien a los pobres (una imagen pérfida de la situación)", sino que "no es más que el producto inevitable de una economía deficiente". Y vuelve sobre la izquierda: Muchas personas "del mundillo de las ONG (...) se niegan a creer que para la mayoría de los países en vías de desarrollo el capitalismo global esté surtiendo efecto; detestan el capitalismo y no quieren que surta efecto ninguno. El hecho de que para los mil millones más pobres no esté siendo útil no les basta: quieren creer que no lo es para nadie".
Ámbito. En 2006 había 980 millones de personas viviendo en esos países, de las que el 70% se encuentran en África: "África es el meollo del problema". Pero también en Haití, Bolivia, los países de Asia central, Yemen, Laos, Camboya, Birmania y Corea del Norte. La renta nacional de estos países es insignificante, menor que la de la mayoría de las grandes ciudades del Primer Mundo. La esperanza de vida es de 50 años (en el resto del mundo 67); y la mortalidad infantil (porcentaje de niños que mueren antes de cumplir los 5 años) del 14% (frente al 4% de los demás países en vías de desarrollo). Su ritmo de crecimiento ha sido tan bajo que al acabar el milenio eran más pobres que en 1970. "Ahora mismo, la renta del habitante tipo de las sociedades del club de la miseria es apenas una quinta parte de la del habitante tipo de los demás países en vías de desarrollo, y esta brecha no hará sino aumentar". Existe un agujero negro y muchos países, "en lugar de encaminarse hacia la prosperidad se dirigen indiscutiblemente hacia él". A ellos se refiere el libro que comentamos.
Metodología. Aplica métodos estadísticos como la mejor forma de conocimiento. Van exponiéndose en todos los capítulos. Y así podemos saber, por ejemplo, que "el conflicto internacional medio dura unos seis meses". Y que "la guerra civil media, sin embargo, es diez veces más duradera". Sabemos que "en términos generales, el coste de una guerra civil para el país en cuestión y para sus vecinos oscila en torno a los 64.000 millones de dólares". Por lo que puede aplicar análisis coste-beneficio. Una técnica que para nuestro autor es la forma superior del conocimiento.
Análisis de la situación. Se centra en describir las "cuatro trampas" fundamentales en que suelen estar atrapados estos países. La primera es "la trampa del conflicto", a la que aplica sus ya citadas consideraciones estadísticas: "Es como jugar a la ruleta rusa, y no es una simple metáfora: la probabilidad de que uno de los países del club de la miseria sufra una guerra civil en un quinquenio cualquiera es de una entre seis, el mismo riesgo que corre el jugador que gira el tambor del revólver y se lo dispara contra la sien". La segunda trampa es la de los recursos naturales: "Paradójicamente, el descubrimiento de recursos naturales valiosos en un contexto de pobreza se convierte también en una trampa". A la larga esos países "pueden terminar más pobres, pues lo que pierden en términos de crecimiento no se compensa con esos ingresos excepcionales que les proporcionan las rentas".
Para entender el significado de la tercera trampa ("sin salida al mar y con malos vecinos") basta pensar en el coste d transportar un contenedor desde las capitales de países con litoral o sin él. En este último caso "los costes variaban ostensiblemente por razones que no parecían tener que ver con la distancia (...). Dependían de cuánto hubiera invertido en infraestructura de transporte su vecino con salida al mar. Dicho de otra forma, es como si los países sin litoral fuesen rehenes de sus vecinos". La cuarta trampa es la del mal gobierno: "Una acción de gobierno y unas medidas económicas excelentes pueden contribuir al proceso de crecimiento, pero la tasa de crecimiento toca techo en torno al 10% (...). En cambio, una política nefasta puede destruir una economía a una velocidad vertiginosa".
Instrumentos para su propuesta global. Su propuesta es de cierta complejidad, pero se basa en la combinación de cuatro instrumentos fundamentales. Únicamente los citaremos: 1º, la ayuda económica ("obsesión de los rockeros concienciados y de los organismos"); 2º, la intervención militar ("pretendo concienciar al lector de que la intervención militar extranjera es un factor importante para la recuperación de las sociedades del club de la miseria"); 3º, leyes y normativas; y 4º, la política comercial.
El lugar del urbanismo. Curiosamente, y aunque en las ciudades se concentre cada vez más la riqueza del mundo, no hay en el libro ninguna consideración específica sobre urbanismo. Sin embargo, de la lectura atenta de sus planteamientos podemos extraer las ideas que sobre esta disciplina subyacen. Se refieren a tres aspectos. En primer lugar, el tratamiento de las ciudades estará centrado en las infraestructuras; realizado en los primeros momentos mediante asistencia técnica y aplicando normas internacionales de calidad y control. Lo fundamental: invertir en transportes (¿podía esperarse otra cosa?). Incluso cuando se plantea el modelo de "Estado mínimo" nos dice que "lo único que necesitan los exportadores es un entorno de impuestos moderados, estabilidad macroeconómica y una mínima infraestructura de transportes". Pero no sólo infraestructuras de transporte. Las inversiones pueden dirigirse a otras grandes infraestructuras productivas: "la ayuda se puede gastar en apoyar al sector exportador; por ejemplo, mejorando la infraestructura portuaria", construyendo mejores (y mayores, suponemos) puertos, etc.
En segundo lugar, valora la asistencia técnica. Una cuarta parte de la ayuda a estos países se concede en forma de asistencia técnica, un porcentaje que Collier considera adecuado. Los problemas, para sacar el rendimiento adecuado a tal gasto, son tres: 1º, que "se organice con arreglo a las circunstancias particulares de cada país" (o dicho de otra forma, que la asistencia técnica no venga impulsada por la oferta, sino por la demanda). 2º, que se plantee por un tiempo muy concreto. La asistencia técnica debe aportarse "lo más rápidamente posible" desde el momento en que se ponen en marcha las reformas. Pero al cabo de unos cuantos años "la asistencia técnica se vuelve inútil e incluso contraproducente (...): llega un momento en que los gobiernos deben desarrollar sus propias capacidades en lugar de seguir dependiendo de expertos foráneos". 3º, deben establecerse las supervisiones adecuadas. Y teniendo en cuenta que "la supervisión cuesta dinero". Con frecuencia, "para ser eficaces, habrán de gastar más en administración, no menos".
En tercer lugar se propone el establecimiento de normas internacionales, que podrían extenderse a aspectos urbanísticos. Se trata de una estrategia para contribuir a que los estados del club de la miseria puedan salir del agujero negro muy poco utilizada y sin embargo "increíblemente barata". Se refiere a la promulgación de "normas internacionales" (no necesariamente de rango legislativo) que "ayudarían a encauzar los comportamientos". Pone como primer ejemplo el caso del secreto bancario en Suiza. Después de preguntarse: "¿De verdad Suiza no puede ganarse la vida de otra manera?", concluye: "Existe una palabra para denominar a quienes viven de los ingresos inmorales de otros: chulo. Pues bien, podemos decir que los `chulos bancarios´ son tan despreciables como los proxenetas comunes". Porque esa normativa hay que pensarla tanto para los países del club como para los demás. En el caso que nos ocupa uno de los principales problemas es el de la corrupción.
Como sabemos, los dos sectores en los que se ceba la corrupción son el de la extracción de recursos y el de la construcción. Este último "reúne todos los ingredientes propicios para la corrupción: cada proyecto es único y, por tanto, no es fácil ponerle un precio; hay tantas incertidumbres en su ejecución que no es posible redactar lo que los economistas llaman un `contrato completo´. En consecuencia, es fácil burlar la disciplina (...): una constructora corrupta actúa compinchándose con un funcionario público para obtener el contrato con una oferta artificialmente baja, pero luego modifican el contrato en función de detalles puntuales que surgen durante la construcción". Collier propone "la fiscalización de abajo arriba" del gasto, y comenta algunos casos en que se planteó. Consiste en hacer públicos, en la prensa local, los desembolsos de la Administración para determinada obra. El Ministerio de Economía de Uganda lo llevó a cabo en las subvenciones para construcciones escolares, y se consiguió que "las escuelas, en lugar de recibir el 20% del dinero asignado [el porcentaje dela ayuda que realmente llegaba hasta entonces a la construcción], estaban recibiendo el 90%". De manera que podría ser un sistema efectivo que cabría establecerlo en normas.
El libro, lo dijimos, es muy interesante. Unidimensional y sin matices, pero muy valioso. Casa mal, desde luego, con la idea que tienen los propios africanos de la aportación técnica occidental al planeamiento urbano de sus ciudades (ver la opinión de Ambe J. Njoh). Concede excesiva importancia a las infraestructuras, por ejemplo. Especialmente a las de transporte pesado, aún cuando podrían establecerse ayudas para la mejora de las comunicaciones peatonales, o regular normas internacionales sobre ese tipo de vías, tan necesarias como olvidadas. Pero tiene la virtud, en nuestra opinión, de evitar también en la unidimensionalidad de otro signo, la del "mundillo de las ONG" (una expresión, un tanto despectiva, de Collier). Conviene leerlo.
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