Cómo se describen los escenarios en la noche de After Dark
Gente más o menos solitaria, historias extrañas y cruzadas, gatos, música, ritmo: “El ritmo es lo más importante porque es la magia, lo que invita a la audiencia a bailar y lo que yo quiero es que mis lectores bailen con mis palabras”. Que nadie pueda, como en los buenos conciertos de jazz, parar de mover los pies “bajo las butacas marcando el ritmo” (así se expresa Haruki Murakami en una entrevista con el diario La Nación de Buenos Aires). Describiremos a continuación, a nuestro ritmo pero con sus palabras, esos escenarios de la ciudad en la noche que aparecen en la última novela de Murakami (After Dark, Barcelona, Tusquets, 2008).
La ciudad por la noche es, o debería ser, objeto específico del urbanismo. Ya lo es (algo es algo) de las guías de ciudades, donde algunas ya distinguen los espacios que hay que recorrer de día y los de la noche. Pero los paisajes diurnos y nocturnos no son dos caras de una misma ciudad: son dos ciudades, dos mundos. El día y la noche están hechos de materias distintas. Ni equivalen ni se contraponen. El barrio “cambia mucho desde que sale el último tren de la noche hasta que pasa el primero de la mañana”. Y por la noche “el tiempo transcurre de una manera especial”. En el periodo que va de la medianoche al alba, algunos “lugares inaccesibles, similares a profundas grietas (…) abren puertas furtivamente en las tinieblas” y nuestros principios “carecen de toda efectividad” en esas horas. Así lo ve Murakami en esta novela, donde nos presenta, como en una galería, distintos ámbitos urbanos. Los veremos como él mismo sugiere: “a través de los ojos de un ave nocturna que vuela muy bajo”, o como una “cámara aérea que flota por el aire”. Sólo serán unos apuntes del escenario donde se desarrolla la (inquietante) historia de la novela, pero bastarán para recordarnos cómo funciona a esas horas la ciudad. Situémonos: un barrio de ocio, una metrópoli japonesa.
Uno. La ciudad en el principio de la noche. Todavía unos minutos antes de las 12, “en el amplio panorama, la ciudad parece un gigantesco ser vivo”. “Innumerables vasos sanguíneos (…) envían contradicciones nuevas y retiran contradicciones viejas (…). La medianoche se acerca y, una vez superado el momento de máxima actividad, el metabolismo basal sigue, sin flaquear, a fin de mantener el cuerpo con vida. Suyo es el zumbido que emite la ciudad en un bajo sostenido. Un zumbido sin vicisitudes, monótono, aunque lleno de presentimientos”. Al acercarnos nos dirigimos hacia “un mar de luces de neón de distintos colores. Es lo que llaman un barrio de ocio".
Dos. El restaurante Denny´s, a las 12 en punto. “Iluminación anodina, aunque suficiente; decoración y vajilla inexpresivas; diseño de planta calculado hasta el menor detalle por ingeniros expertos; música ambiental inocua sonando a bajo volumen (…). Mires a donde mires, todo está concebido de forma anónima e intercambiable. El establecimiento de halla casi lleno”.
Tres. La habitación de Eri, a distintas horas de la noche. En ella, una cama y un escritorio, con “una sencilla lámpara negra, un ordenador tamaño cuaderno de última generación (con la tapa cerrada). Algunos lápices y bolígrafos dentro de una taza grande”. En el lado opuesto de la cama, “en una estantería instalada en la pared, hay un pequeño equipo de música y algunos cedés apilados. A su lado, un teléfono y un televisior de dieciocho pulgadas. Un tocador de espejo”. Apoyado en la pared, “un armario de cuerpo entero. Como única decoración de la estancia, cinco pequeñas fotografías enmarcadas alineadas en uno de los estantes”.
Cuatro. Las calles junto al Denny´s, a las 0,25 h. “Todavía a aquellas horas las calles siguen concurridas. Sonidos electrónicos de las salas recreativas, gritos de los reclamos de los karaoke. Rugidos de los tubos de escape de las motocicletas. Hay tres chicos en el suelo sin hacer nada en particular, frente a la persiana metálica de una tienda cerrada (…). La puerta metálica está cubierta de grafitis pintados con spray”. En unas calles cercanas, algo más arriba, “algunos bares mantienen todavía las luces de los letreros encendidas, pero apenas hay signos de vida dentro”.
Cinco. El Love Hotel Alphaville, a las 0,25 h. En el vestíbulo encontramos un panel de fotografías donde los clientes puedan escoger la habitación: “pulsan el botón correspondiente y retiran la llave. Así funciona. Luego sólo tienen que tomar el ascensor y subir a su habitación. No necesitan ver a nadie (…). Iluminación en tono azul oscuro”. En la oficina del hotel, “a lo largo de las paredes se amontonan cajas de cartón. Hay una mesa de acero y un tresillo funcional. Sobre la mesa de la oficina, un teclado de ordenador y un monitor con la pantalla de cristal líquido. De la pared cuelgan un calendario, una caligrafía de Mitsuo Aida enmarcada y un reloj eléctrico”. Las habitaciones de los clientes son “sin ventanas. Si abriera la persiana de tipo veneciano lo único que descubriría sería un hueco en la pared. Sólo la cama es desproporcionadamente grande. A la cabecera hay un montón de interruptores de enigmático uso que recuerdan la cabina de un avión. En el interior, una máquina expendedora automática”.
Seis. Un pequeño bar del que desconocemos el nombre, a la 1,27 h. Abre a una “callejuela desierta”. Sólo está la pareja de la historia. No hay más clientes. “Suena un viejo disco de Ben Webster. My ideal. Una interpretación de los años cincuenta. No hay cedés sino elepés, unos cuarenta o cincuenta alineados en las estanterías”. El barman va sustituyendo, despacio, un elepé por el siguiente. Y Murakami nos deja esta frase: “Los movimientos pausados del barman confieren al local una manera muy particular de fluir el tiempo”. El barman da espesor, por su cuenta, al paisaje.
Siete. Restaurante Skylark, a la 1,55 h. “Un gran letrero de neón. A través del cristal se ve una zona luminosa donde se encuentran las mesas. En una mesa grande, un grupo de chicos y chicas, al parecer estudiantes universitarios, ríe a carcajadas (…). Las densas tinieblas de la calle, de madrugada, no han logrado llegar hasta aquí”.
Ocho. La oficina donde trabaja Shirakawa, a las 2,45 h. “Una estancia amplia” en la que destaca el ordenador frente al que se sienta este personaje. “En una bandeja hay, cuidadosamente alineados, seis lápices plateados iguales”. Toda la sala “se halla a oscuras, sólo la zona de su escritorio está iluminada por los fluorescentes del techo. La escena podría figurar en un cuadro de Edward Hopper titulado Soledad”.
Nueve. El que podría llamarse "Parque de los Gatos", a las 3,40 h. “Un pequeño parque de forma alargada que hay en el centro de la ciudad. Construido, para que jueguen los niños, en un rincón de un viejo edificio de la Corporación de la Vivienda. Hay columpios, balancines y una fuente. Está muy bien iluminado con farolas de mercurio. Árboles de negrísimos troncos extienden sus ramas hacia lo alto, hay arbustos. Las hojas caídas de los árboles cubren el suelo por completo”. Está desierto. “En el cielo se ve una luna blanca de finales de otoño, afilada como una navaja”.
Diez. El 7-Eleven, una tienda que está abierta las 24 horas, a las 3,57 h. Sabemos poco. Únicamente que frente a ella hay “un montón de bolsas de basura apiladas”, y dentro ningún cliente. “El joven de la caja registradora habla, con entusiasmo, por su teléfono móvil”.
Once. El centro del barrio, a las 4,08 h. “Apenas se ve a un solo transeúnte. A las cuatro de la mañana es cuando más tranquila está la ciudad. Sobre el pavimento hay esparcidas infinidad de cosas. Latas de cerveza, ediciones vespertinas del periódico pisoteadas, cajas de cartón aplastadas, botellas de plástico, colillas (…). También se ven restos de vómitos (…). Más de la mitas de los neones están apagados y las luces de las tiendas abiertas toda la noche resaltan en la oscuridad (…). Se oye sin cesar el rugido de los grandes camiones que circulan por la cercana carretera troncal”.
Doce. El local de ensayos de Takahashi, a las 4,52 h. Es un “sótano, con aspecto de almacén”. En él no hay ventanas. “El techo es alto, las cañerías están al descubierto. Debido al deficiente sistema de ventilación no se puede fumar dentro (…). Como no hay calefacción, todos tocan con las cazadoras y los abrigos puestos”.
Trece. Las calles que llevan al Alphaville, a las 5,25 h. “Las últimas tinieblas de la noche envuelven la ciudad como si fuesen una membrana. Los camiones de basura empiezan a aparecer por las calles. Las personas que han pasado la noche en diversos puntos de la ciudad comienzan a dirigirse hacia las estaciones. Igual que un banco de peces remontando juntos la corriente, todos tienen el mismo objetivo: el primer tren de la mañana”.
Catorce. La ciudad al alba, a las 6,50 h. Vemos ahora “el cuadro de una enorme metrópoli que se despierta. Trenes de cercanías pintados de diferentes colores se desplazan cada uno en una dirección distinta llevando a mucha gente de un lugar a otro (…). Junto con el alba, llegan los cuervos en bandadas a la ciudad en busca de alimento. Sus alas negrísimas y aceitosas brillan al sol de la mañana (…). El nuevo sol vierte una nueva luz sobre las calles. Los cristales de los rascacielos lanzan destellos cegadores (…). Los helicópteros de los boletines informativos sobrevuelan el cielo con un movimiento nervioso, enviando a las emisoras imágenes del estado del tráfico en las carreteras (…). Frías sombras se extienden aún en muchas calles encajonadas entre los edificios. En ellas todavía permanecen intactos muchos recuerdos de la noche anterior”.
Quince. Un grupo de casas con jardín, en una zona tranquila de las afueras, a las 6,52 h. “Se alinean casas de dos pisos con jardín. Desde lo alto, todas parecen casi idénticas. Ingresos similares, composición familiar similar. Un Volvo nuevo de color azul marino brilla con orgullo al sol de la mañana. Una red para hacer prácticas de golf instalada en un jardín con césped. La edición matutina del periódico acabada de repartir. Personas que pasean perros de gran tamaño. Los sonidos de los preparativos del desayuno que se oyen a través de las ventanas de las cocinas. Voces de personas que se llaman unas a otras”.
Ése es el paisaje de calles oscuras o con iluminaciones de destellos de neones y flashes, casi histéricas. De hoteles, bares, restaurantes, gasolineras y tiendas que no cierran. De locales de guardia. Con algunas oficinas (o mejor oficinistas) que aprovechan esas horas para trabajar. Un paisaje de locales de juego y de baile. De los noctámbulos de todas clases. Un paisaje de parques casi abandonados, muchos cerrados. Donde las historias suenan diferentes. Son diferentes. Y al fondo siempre suena alguna música, que según los lugares va cambiando. Aquí o allá (nos lo dice Murakami de su relato) se escucha Go Away Little Girl, de Percy Faith y su orquesta; April Fools, de Burt Bacharach; More, de Martin Denny y su orquesta; las Suites inglesas de Bach; My ideal, de Ben Webster; Jealousy, de Pet Shop Boys; Sophisticated Lady, de Duke Ellington; una cantata de Scarlatti interpretada por Brian Asawa; la canción nueva de Southern All Stars; I Can´t Go for That, de Hall & Oates; Bakudan Jûsu de Shikao Suga. Pero sobre todo Five Spot After Dark, con Curtis Fuller al trombón, desde el primer capítulo.
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