Un deprimente temario en el reciente libro de García Rubio
Recientemente se ha publicado un libro de Fernando García Rubio con este llamativo título: Nuevos retos sectoriales del urbanismo (Madrid, El Consultor, 2009). Llaman la atención tres cosas: el índice (los temas elegidos), el desarrollo (la forma de analizarlos) y el título mismo (¿quién reta al urbanismo?).
El índice es muy significativo. Al parecer, éstos son los temas que preocupan hoy en día a los profesionales del urbanismo: la sostenibilidad (gran palabra), las "licencias urbanísticas y el control de las actividades", las nuevas tecnologías, el turismo, la energía, los campos de golf (sí, sí, al mismo nivel que la sostenibilidad o el turismo), la legislación forestal, la publicidad exterior, los centros penitenciarios, la actividad comercial, la protección frente a incendios, la corrupción, el agua, "el urbanismo como fuente de financiación municipal", la contratación administrativa y "el urbanismo ante el ocio y la cultura: el caso de la cinematografía". Un temario curioso, en el que sobre todo destaca lo que no tiene, lo que "brilla por su ausencia". A bote pronto: algo, cualquier cosa, siquiera un breve amago de algún tema de carácter social. No pedimos mucho: entre 16 temas, incluir alguno dedicado a la nueva inmigración y el urbanismo, por ejemplo. O cualquier otro: los trabajadores de los campos de golf y el urbanismo, sin ir más lejos. En fin; lo peor es que probablemente tenga razón el autor al plantear estos asuntos en el índice de su libro, porque no hay otros que preocupen más.
La forma en que los trata es igualmente curiosa. Aporta información, sin duda, aunque la bibliografía es, a nuestro juicio, excesivamente jurídica. Al tratar del “régimen jurídico-urbanístico de los campos de golf”, por ejemplo, se habla de la historia de este deporte, del “prisma deportivo” que le afecta, los aspectos de contratación administrativa, las fórmulas de control medioambiental, los “aspectos turísticos” y la “perspectiva urbanística”. Sobre esta última se exponen algunas consideraciones relativas a “la localización del suelo” y su conexión con el planeamiento urbanístico, se resumen (aunque con cierta amplitud) las cuatro normativas autonómicas específicas sobre el tema (Baleares, Navarra, Valencia y Andalucía), se comentan fórmulas de gestión (compensación, expropiación), su relación con el patrimonio municipal del suelo y se incluyen finalmente algunos comentarios sobre intervención administrativa. Con todo ello, lo que queda realmente claro es que se trata de un tema muy complejo, que afecta a muchos campos, disciplinas y materias. Pero no somos capaces de entresacar criterios claros que indiquen lo que debería hacerse, controlarse, limitarse o promoverse para eludir los riesgos o acentuar las ventajas de los campos de golf. Entre otras cosas, porque no sabemos dónde están ni unos ni otras.
Algo parecido sucede con los demás temas. Si leemos el capítulo sobre “Ética pública, corrupción y urbanismo” nos encontramos de nuevo con un asunto extraordinariamente complejo. En este caso el autor enmarca sus reflexiones, en primer lugar, “sobre las influencias y concurrencias de la corrupción con carácter general en el ámbito urbanístico”, y “por tanto”, sobre “sus posibles regulaciones y variaciones”. Trata sobre la especulación, las diferencias entre la ética pública y la privada, y llega a establecer “cuatro aspectos esenciales en la lucha contra la corrupción urbanística”. El primero, el control de la discrecionalidad urbanística (tanto municipal como de las comunidades autónomas), que se espera mejore con mayor exigencia en las memorias de los planes, incorporación de determinados informes, acción de los grupos políticos, la acción pública y el control de las comunidades autónomas. El segundo, “la lucha contra la arbitrariedad”, que llevaría a la modificación de determinadas normas para hacerlas más objetivas (sobre transfuguismo, incompatibilidades, acceso a la función pública, etc.), y, por supuesto, el establecimiento de nuevas fuentes de financiación municipal. El tercero, la lucha contra la especulación, donde se habla de las figuras de tanteo y retracto, unas instituciones “venerables en cuanto a sus objetivos”, pero muy poco efectivas. Y el cuarto, referido a la disciplina urbanística, donde comenta la actuación sancionadora, la protección de la legalidad urbanística, las pocas demoliciones que se practican como consecuencia de sentencias condenatorias (“el derecho penal tiene aquí un amplio aspecto de actuación”). Y concluye: “En materia de corrupción y urbanismo queda mucho por hacer como lamentablemente los medios de comunicación han puesto de manifiesto en multitud de ocasiones”.
Lo que realmente queda claro es que todo lo relacionado con el urbanismo es muy complicado. Dice el autor que el propósito del libro es informar de las múltiples incidencias que la regulación sectorial tiene sobre la regulación urbanística: “el objeto del presente libro es un análisis de una buena cantidad de dichas regulaciones sectoriales en su relación con el urbanismo”. Como decimos, la primera parte de su propósito la consigue plenamente: todo es muy complejo. Pero la segunda, el análisis, se queda a medias. Y posiblemente resulta incompleta por la forma en que se aborda: como reto. Rafael Sánchez Ferlosio escribió, hace ya más de veinte años, contra “la creciente deportivización de las motivaciones” (Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado, Destino, 1986). Se refería a “la reversión sobre el interés por el sujeto de muchas cosas en que antaño pudo predominar el interés por el objeto”, que se manifiesta en el uso tan común y creciente de la palabra “reto”. Todo son retos. Pero sigamos con Ferlosio, en su curiosa explicación: “Los hombres de hoy parece que sienten los obstáculos con que se encuentran -pongamos por caso un río que se le atraviesa al amante en el camino que conduce al castillo de la amada- no ya como problemas que tendrán que resolver o soslayar de alguna forma si es que pretenden dar alcance al objeto final de su designio -la amada, en nuestro ejemplo-, sino como provocaciones a su autoestimación, incitaciones a poner a prueba el Yo, para dejarlo, superando el lance, crecido y reafirmado. Ve el río y no dice: `Caramba, si hubiese por aquí alguna barquita, sería todo más fácil y más rápido´, sino que recreciéndose en su enyosamiento se trasmuta de Leandro en Narciso, ahogando y olvidando en amor propio el amor y el deseo de la amada y, empezando en el acto a descalzarse y desnudarse, se dispone a demostrarse a sí mismo, al río y al mundo quién es él. El fin y el contenido de cruzar a nado el río ya no es llegar hasta la amada sino condecorarse a sí mismo con la hazaña”. ¿Sucede algo así en el urbanismo actual?
El título del libro lo sugiere. El urbanismo, al parecer, se enfrenta a nuevos retos que no existían antes; y debe superarlos para seguir adelante. No para lograr este o aquel objetivo, que por lo general no enunciamos, sino para vencer a la enorme complejidad que lo atenaza. De ahí que el desarrollo de los capítulos insista, más que nada, en lo complejo, en lo intrincado de la situación actual. La cuestión será vencer el reto, saltar el río, sin más. No sabemos adónde vamos, pero hay que salvar el paso para reafirmarnos en nuestra propia estima. Y si lo conseguimos podremos decir: lo conseguimos. Sin embargo, lamentablemente para muchos la vida en la ciudad no es un deporte. Para ellos, el planteamiento de los objetivos debería ser mucho más claro y explícito, y el desarrollo de los temas, en consecuencia, más articulado hacia su consecución. Pero recordemos que la palabra reto tiene también otra acepción, además de la de “empresa difícil a la que hay que enfrentarse”: la de provocación. Y ahí sí que estamos de acuerdo. Existen demasiados problemas reales, situaciones ciertas de determinados grupos sociales cuya atención el urbanismo debería considerar como objetivo básico y prioritario. Ignorarlos sí que es una provocación.
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