Avalancha de propuestas de ciudades verticales
Todo el mundo sabe, o al menos intuye, que la ciudad vertical es de derechas; y que las megatorres del tipo Biónica, Sky City o similares, de extrema derecha. Nos parece estupendo que se hagan sitio en la prensa y nos vendan la idea de que con estos modelos de máximo control (y superinteligentes, por supuesto), vamos a ser felices del todo. Vale. Pero paren un poco y tómense una tila, que les va a dar algo.
Fijémonos sólo en los artículos de este mes, enero de 2010, y en un solo periódico: El País. 3 de enero: “Del desierto al cielo”; 10 de enero: “Vida a un kilómetro de la tierra” (dentro del reportaje “Realidades y utopías de la arquitectura”); 11 de enero: “El tren vertical que rascó el cielo” (un reportaje con este encabezamiento: “Si los edificios hablasen”); 17 de enero: “Diseño de la ciudad inteligente” (el título del reportaje es conmovedor: “Talentos que arriesgan”; aunque es cierto que no sólo se refieren a las “ciudades verticales”); 28 de enero: “La ciudad del futuro” (“todas se piensan verticales y sostenibles”, en la sección CiberPaís). Bueno, bueno, bueno. Un poco de tranquilidad. No se preocupen, que ya nos va quedando claro a todos: no hay futuro bueno, sostenible e inteligente fuera de las ciudades verticales. Lo hemos pillado. De hecho, vamos a acabar llorando de la emoción.
Lo cierto es que esa serie de artículos superlaudatorios y extremadamente acríticos (¿no hay nada, nada, nada que suscite alguna crítica, alguna duda, algo que quizá –sólo quizá- pudiera funcionar un poco –sólo un poco- mal?) son, además, y precisamente por esa misma contundencia y rotundidad en su presentación, enormemente inquietantes. Vamos a ver: ¿la densidad del área donde se alzasen tan magníficas arquitecturas sería de, por ejemplo, 70 viviendas por hectárea; o estamos hablando de 700 ó 7000? Porque si es de 70 ó 75, el máximo que permite la legislación española actual, ¿a qué viene esa cantinela de que los enclaves de edificios más bajos no son sostenibles? Pero hay más cosas. El coste por metro cuadrado edificado, por ejemplo, es mucho mayor en esas megatorres que en edificaciones más bajas. Y si se piensa en concentrar la edificación en edificios altísimos quedarán bajo ellos enormes espacios libres, que normalmente son muy problemáticos para su uso civilizado (quizá les gusten y resulten estimulantes a sus autores esas amplias explanadas que proponía Speer para ver zeppelines).
Pero lo más determinante es el efecto trampa de los accesos. En relación a la seguridad, el comportamiento de las torres gemelas de Nueva York en 2001 lo dijo todo: hay que salir por abajo, y ése es el drama. Aunque Miguel Ruano (probablemente socio del club de fútbol Alcoyano) opina que “arquitectónicamente, lo más sorprendente del 11-S no fue que las Torres Gemelas se cayeran sino que tardaran tanto en hacerlo. Ningún edificio está preparado para aguantar el peso adicional de un avión con pasajeros más el impacto de ese avión. El World Trade Center lo hizo". Ya, ya. Murieron casi tres mil personas, pero al parecer fue un gran éxito. Enhorabuena, muchacho. Concentrar las viviendas en una sola torre comporta mucha más inseguridad, y mucha mayor dependencia de los sistemas técnicos (perdón, inteligentes) que regulan su funcionamiento, y de quienes los producen y controlan.
El espacio residencial se convierte en una enorme comunidad cerrada, de acceso controlado, selectivo, ni libre ni abierto. Plenas de cámaras y sensores, con los accesos concentrados, resultan comunidades facilísimas de controlar, disponibles para ejercer la autoridad sobre ellas. Veamos lo que escribe Manuel Ángel Méndez sobre el funcionamiento de la seguridad en estas superestructuras supertecnificadas: “En poco tiempo, una cámara podrá captar una imagen sospechosa, un ordenador la analizará y transmitirá la señal con coordenadas de posicionamiento al teléfono inteligente del policía más cercano [se supone que también medianamente inteligente]. Todo en segundos. La probabilidad de evitar un crimen o salvar una vida se multiplica”. ¿No es espeluznante? Y por si fuera poco, el comportamiento medioambiental de los edificios altos resulta, como ya apuntamos antes, menos eficiente que el de los de media altura. Y sin embargo…
En efecto, alguna razón habrá para que susciten tanto interés estas simplicísimas soluciones urbanísticas y para que la prensa se vuelque en ellas. La razón es, creemos, un fabuloso negocio en ciernes que se asoma en el futuro, y que sólo las más grandes empresas constructoras del mundo pueden aprovechar. Hay que promocionarlo y promover su necesidad. Porque un barrio de casas de media altura lo hace cualquiera y la competencia es enorme. Pero una “ciudad vertical” está reservada a unos pocos: ahí está la explicación.
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