Dudas sobre la contaminación visual
Es un asunto delicado. Por de pronto, inquieta el hecho de que la mayoría de los denunciantes sean profesionales interesados. “La solución del problema está en la intervención de especialistas con capacidad crítica y la formación adecuada: diseñadores urbanos, arquitectos, técnicos, diseñadores industriales y gráficos” (Silvia Segarra en Diseño contra contaminación visual, Catálogo editado por la Asociación Andaluza de Diseñadores, 2007; S. García Garrido, com.), nos dicen los diseñadores urbanos, arquitectos, técnicos y diseñadores industriales y gráficos. Pero no son los únicos que se quejan de la situación. Con frecuencia se oye el descontento por el crecimiento de la “basura semiótica” proceder también de otros sectores.
Desde el mismo ámbito de los diseñadores se ha oscilado, según épocas, entre los requerimientos de la simplicidad (expresada como claridad formal) y los del ornato (como experimentalismo formal). No dejan de ser curiosas algunas posturas, como las de Sheila Levrant de Bretteville, “quien, desde una postura feminista, afirmaba que apostar por la complejidad era un acto de rebeldía: `A medida que aumenta mi sensibilidad hacia los aspectos del diseño que resaltan las actitudes y conductas represivas, cuestiono cada vez más la conveniencia de la simplicidad y claridad. El impulso de controlar funciona casi inevitablemente por medio de la simplificación. El control se ve socavado por la ambigüedad, la posibilidad de elegir y la complejidad, porque los factores subjetivos en el usuario se tornan más efectivos, y éste está invitado a participar. La participación socava el control” (cita de Raquel Pelta en el catálogo mencionado).
También se ha dicho que la requerida vuelta a la simplicidad no sería más que un regreso a una ortodoxia conservadora y predecible. Pero otros la defienden como la manifestación de un compromiso social. Tras la cacofonía, “es preciso hacer que las cosas sean fáciles de entender, ahora más que nunca” (Nicholas Negroponte). Después del caos, el orden. “Llevamos unas vidas agitadas y pensamos: la vida no tiene por qué ser así de dura: simplifiquémoslo todo” (diseñadores de Nova, cit. también por Pelta). Este grupo de críticos considera que el exceso de expresión personal y experimentación formal se debe a “la presión del marketing”. Y propone, frente a la hiperabundancia, un nuevo “menos es más”.
Pero lo cierto es que no tenemos una única pauta de cuál es el paisaje deseable. Se denuncia habitualmente el supuesto mal efecto visual de los tendidos eléctricos, las antenas de telefonía, los aparatos de aire acondicionado, tendederos, cierres de terrazas, ampliaciones de edificios, levantes, cambios de ordenanza (y las consiguientes medianeras vistas); pero también la instalación de esculturas discordantes, el presunto mal gusto de nuevas construcciones, el diseño de vallas o rótulos publicitarios, los estilos ajenos. Pero para justificar ese “estrés visual” resultante también existen argumentos. Por de pronto, las razones que nos pueden dar los diseñadores de los nuevos edificios y nuevas esculturas. También el sobrecoste que supone la integración o disimulo de las nuevas instalaciones, en algunos casos inasumible. Pero incluso no son extraños los argumentos teóricos justificativos de cierto estado de cosas.
Por nuestra parte, por ejemplo, somos ardientes defensores de la visión de paredes medianeras. Y por si fuera poco, la consideración del Toro de Osborne como “componente fundamental del patrimonio visual y paisajístico, y a su vez de nuestro acervo simbólico y cultural”, o el entendimiento de que el luminoso de Tio Pepe en la Puerta del Sol de Madrid, “lejos de ser un facto contaminante proporciona una considerable identidad al lugar” (Sebastián García Garrido), acaba por desbordar las mejores intenciones de organizar el tema en un discurso único y coherente. La defensa de la simplicidad es clara, sin duda. Pero la de la complejidad también.
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