Detalles del post: Tahrir

07.02.11


Tahrir
Permalink por Poto @ 07:24:39 en Democracia -> Bitácora: Plaza

Liberación

Vista aérea de la plaza (imagen procedente de carlos9900.files.wordpress.com)

Cuenta Ahmed Zaazaa que el conocido semanario egipcio Al-Ahram representó una vez a Midan al-Tahrir como el hogar de los edificios más importantes de El Cairo, señeros testigos del brote de cada titular de la prensa local, y de ahí al mundo. Todo lo que acontece en Tahrir se traslada de inmediato a la conciencia nacional. Otros medios, como Cairo Times, tampoco fueron ajenos a esta circunstancia, sentían la plaza como un espacio agitado, el pulso del estado de ánimo de la ciudad: Campo de Marte (referencia obligada a un París antaño anhelado), o explanada estalinista. En cuanto el poder quería exhibir sus galas o artificios, elegía la pasarela obsidional de al-Tahrir.

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En el principio no era más que un saledizo sobre el lecho del Nilo, un relieve de limo que no fue tierra firme hasta la retirada de las aguas al Este, en los siglos 16 y 17: Al-Louq, de donde luego se proyectarían Qasr Al-Aini, Munira, la Ciudad Jardín de José Lamba, y la propia plaza. Mientras, se sometió a la ocupación marginal de las curtidurías.

Llegado el virreinato de Ismail Pasha (1863-1879, “mi país no forma parte ya de África, sino de Europa”), se encomendó a Ali Mubarak la formalización de Al-Louq, el nuevo distrito Ismaelita, con el objetivo de convertirlo en el centro de El Cairo.

Desplegó una trama sensiblemente ortogonal, con secciones segregadas para calzada de bestias y carruajes, y estancias o pasos peatonales, liberando intersticios para espacios libres y plazas: Midan al-Ismailia. La vuelta de siglo completó la escena con palacios, el Museo Egipcio de Mariette, y las señales del fin del protectorado.

Tras la revolución de 1952, Gamal Abdel Nasser acometió más reformas, en orden a liberar la plaza de toda referencia colonial, sometiéndose al engañoso recurso de los perfiles del racionalismo burocrático soviético, bajo la rolliza estampa del recién inaugurado bloque Mogamma (colado en plena era de Farouk), y los salones de lo que hoy ya nos parece la inmemorial suntuosidad de los Semiramis, Le Meridian, Sheraton y Hilton. Reclamos, en suma, de divisas, turismo y atisbos de complacencia hacia el capitalismo. Como suele manifestarse en los breviarios del poder: la declaración de la voluntad de un Egipto lo suficientemente moderno como para situarse en la escena internacional. Con ello quedaba dispuesta la pálida continuidad de los paños del Hilton para adherir pasquines, proclamas, bandos, edictos, a ser posible: fama. La gente podía sentirse libre de juntarse y mirar desde la plaza, ahora llamada de la liberación: Midan al-Tahrir.

En la década de los ’70, los efectos de la política de apertura desplegada por Anwar el-Sadat produjeron la terciarización de los espacios de al-Tahrir, inquieta a la luz del día, desamparada por la noche. La intensidad de edificación y usos no vivideros bajo la intensa presión del tráfico y contenedores de vehículos se manifestaron con hostilidad hacia el transeúnte: un dominio impaciente con alzados urbanos configurados a la medida de las vías rápidas y las exigencias de la publicidad. En el centro un bullicioso cruce de intereses, voces, cuerpos, miradas batidas, volar.

Cuando quiso ser plaza, al-Tahrir no recibía más que el polvo de los terrizos de las calles que recibía. Luego se pavimentó, instalándose una peana de granito sobre la que se levantaría una estatua de Ismail Pasha, un hito. Su evolución natural no era otra que la de constituirse en una enorme glorieta, con la que jugaran los jardines adyacentes, donde la gente disfrutase del espacio y su paisaje: aire, agua, tierra y alzado. En los ’80 se sustituyó el parque por un aparcamiento subterráneo, complementario de las playas para autobuses frente al Museo.

Tanta agresión, tanto por lo que fluir, la angustia que da la nula sensación de recreo, llaman desde aquí para hablar y protestar, levantarse. El sitio como tal no existe, no se deja, así que lo primero que se hace es ocupar el tráfico, suspenderlo. Practicar la libertad.

Y rasgar desde lejos los anuncios de las fachadas e invocar la interfaz de algún servidor del cielo, quizás la señal de los hoteles, para que la luz del bloc electrónico adquiera algún sentido, o se abra un paso. Sobre todo compartir la ilusión, el rezo de que la vida no se reduzca a esperar que gane el más eficaz en la lucha.

Que aquí se viene porque a nadie pertenece.

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