Detalles del post: Buscemi y los cuáqueros.

17.01.12


Buscemi y los cuáqueros.
Permalink por Poto @ 18:17:53 en Economía urbana -> Bitácora: Plaza

No vas a cobrar.

Montaje propio sobre Monopoly (marca registrada)

Atlantic City se extiende sobre la barrera de la isla Absecon, hogar de los Lenni-Lenape, que ya entonces apreciaban la generosidad del mar y la exquisita atmósfera que ofrecen las tangentes de la corriente del Golfo. Tanto que a mediados del siglo XIX vinieron otros que dispusieron de la tribu, constituyendo el lugar como destino turístico gracias a la construcción de la línea ferroviaria Camden-Atlantic.

[Mas:]

Hartos de trasegar arena, hoteleros y clientes convinieron en trazar un paseo entarimado que protegiera y saneara el paso desde la playa, dada la inmediatez de los edificios al litoral. Modulado en paneles desmontables de 10x12 pies, se ejecutó con tablas de Tuya del Canadá, dada su resistencia y fácil obtención en los cercanos bosques del sur de New Jersey. Esta primera milla se inauguró en 1870, siendo ampliada hasta alcanzar su imagen definitiva tras los temporales de fin de siglo, momento en que se consolida con una latitud de 24 pies y unas 4 millas de largo. Ya entonces la Tuya del Canadá se había agotado, quedando sustituida por Tuya gigante del noroeste, que para la entrada de los locos años ’20 lucía dibujo a espiga, bajo la custodia de los elementos de fundición.

Reinaba “Nucky” Thompson, la gente era el mar y el mar era el paseo (en inglés Boardwalk, ya con nombre propio), y en 1929 el New York Times lo saludaba como “una iridescente burbuja en la superficie de nuestra fabulosa prosperidad”. Justo antes de aquel octubre.

En un punto se encuentran Boardwalk y Park Place. Aquí serían, sin ese Atlántico, el Paseo del Prado y la Castellana. Es decir, el "Monopoly".

Juegos de mesa.

En 1936 Parker Brothers lanzó el juego de mesa “Monopoly” tras adquirir los derechos de Charles Darrow, titular de la patente. Darrow, inventor y representante comercial en paro a causa de la Gran Depresión, se buscaba la vida en una pequeña población de Pennsylvania con empleos ocasionales. Hasta que su mujer, Esther, le habló de cierto juego que aprendió de un amigo que años antes le habían enseñado unos huéspedes en su hotel, conocidos de Ruth Hoskin.

Ruth Hoskin se lo trajo de Indianapolis, gracias a su relación con la comunidad cuáquera, que en lugar de adquirirlo reproducía el tablero sobre un mantel, adaptando reglas y callejeros a sus respectivos entornos. Ruth se trasladó en 1929 a Atlantic City, componiendo sobre las casillas la toponimia local (Boardwalk, Park Place, St. James Place, los demás).

Y todo debido a que nada más comenzar el siglo XX, Lizzie J. Magie desarrollaba una intensa actividad en la comunidad cuáquera de Virginia. Especialmente por su compromiso con los ideales de Henry George y su tesis del impuesto único. Lizzie entendió que el mejor modo de exponer desde un punto de vista práctico los principios de esta teoría era la de ponerlos a prueba sobre un juego de mesa, haciéndolo de paso más accesible a los jóvenes, que así cobrarían conciencia de lo que es justo y de lo que no lo es. Lo llamó “The Landlord’s Game” (“El juego del hacendado”).

Es obvio que un juego trae causa del otro, y así se demostró en su momento. Salvo por el objetivo: enriquecerse a través de la adquisición de propiedades (las casillas disponibles se compran en el “Monopoly”) cuyo tráfico permita monopolizar rentas y plusvalías o ilustrar cómo se limitaba el poder especulativo de los propietarios mediante la aplicación del impuesto único (las casillas disponibles se alquilan en “The Landlord's Game”).

Progreso y miseria.

Lizzie conocía bien la obra de Henry George, “Progreso y Miseria”, publicada en 1879. George carecía de formación académica en economía. Sin embargo su espíritu atento a cuanto acontecía a su alrededor lo llevó a advertir que la asociación de pobreza y progreso constituye el gran enigma de nuestros días, así como el origen de todo conflicto económico, social y político.

En efecto, durante el siglo XIX los Estados Unidos experimentaron un desarrollo extraordinario. El pueblo consideraba que los beneficios de la industrialización supondrían tanto una mejora de las condiciones laborales como las de bienestar, erradicando la pobreza. Pero no les correspondió más que miseria, vicio y crimen.

Los salarios menguaban, tendiendo al umbral de subsistencia, mientras los costes fijos y las rentas aumentaron, motivando una pérdida constante del poder adquisitivo. El trabajador perdió su autoestima, viendo impotente cómo su escaso salario terminaba en los bolsillos de las corporaciones y rentistas, en virtud del dominio absoluto de estos sobre la tierra y sus recursos, cuyo monopolio les garantizaba toda clase de privilegios, inmunes a las exigencias que la administración pública impone al resto de los ciudadanos. Exigencias que se tradujeron en impuestos por cada circunstancia vital de los vecinos: por lo que eran capaces de ganar o de ahorrar, por lo que heredaban, por lo que necesitaban y no les era provisto, por cada materia prima o elaborada o ambas a la vez aunque se tratase de la misma. Una nómina fiscal lesiva, atroz, injustificada, desmoralizante, en la que se trenzaban los distintos niveles territoriales del gobierno, intocables gracias al desconcierto e indefensión que suscitaban al ciudadano. Arrojada a la fatalidad, sin responsabilidad por parte de la clase política, la soberanía ya no residía en el pueblo.

Henry George estudió las teorías y principios debidos a Adam Smith, David Ricardo, Herbert Spencer y Stuart Mill. Concluyó que históricamente en el dominio de la tierra, del lugar y sus recursos, se encuentra el origen y persistencia de la aristocracia, las grandes fortunas, el poder fáctico. Y pensó entonces que todos los hombres y mujeres tenemos el mismo derecho a usar la tierra (siendo nuestro resguardo y sostén), igual que lo hacemos con el aire que respiramos, y que ese derecho viene consagrado por el solo hecho de nuestra existencia, dado que no podemos suponer que unos seres humanos están legitimados para habitar este mundo y otros no.

Y sintió que no basta con que nos asista el derecho a votar, ni que una ley formalmente nos declare iguales: hemos de ser verdaderamente libres para acceder a los medios y oportunidades que nos permitan vivir, y ello exige como premisa que nuestro uso y disfrute de la naturaleza sea exactamente el mismo.

Así, el impuesto único sobre la renta de la tierra no se enuncia solo como una cuestión de justicia ética (devolver a la comunidad lo que le correspondía, o eliminar cargas injustas sobre el trabajo y el capital), sino también como un medio de eliminar el incentivo a especular, cancelando la causa principal de las depresiones económicas. El efecto de la desaparición de todos los demás tributos redundaría en una mejora del bienestar, abaratando los costes básicos, ajustando los salarios hasta la cabal compensación del trabajo producido, y generando nuevas opciones de empleo al determinarse un acceso no especulativo a los recursos.

“Progreso y Miseria” se expresa con claridad y sencillez a través de convicciones tan bellamente resueltas como contundentes, considerándose una de las más valiosas obras en lengua inglesa. Traducida a todo idioma posible en su época, Tolstoi la estimó tan perfecta e irrebatible que declaró haber hallado solo un medio de oponerse a su pensamiento: ignorarlo. No es de extrañar, en consecuencia, la fe y el brío desplegados por quienes tenían la esperanza de una sociedad más justa, defendiendo y transmitiendo las ideas de George por todo el mundo.

A ver.

Ahora, cuando nos vuelve a oscurecer el espectro del darwinismo social, es tan pertinente como inexcusable pensar y actuar, sabiendo que la pobreza (todas sus caras, toda su entidad) es un mal evitable a través de la acción política en democracia. Y que ese es nuestro derecho, sin recortes.

Lizzie J. Magie jamás hubiera imaginado la de veces que íbamos a embestir la casilla de “GO” buscando pillar el aire de los $200, mientras un canalla nos aguardaba con su ristra de casitas (a lo peor, Hotel) en las calles inasequibles, y el de la banca pronto a ser su cómplice, los demás mirando cómo te hundes, sin saber que andabas en un paseo junto al mar.

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Comentarios, Pingbacks:

Comentario de: disckreto [Member]
bravo
URL 01.04.12 @ 23:07
Comentario de: disckreto [Member]
y bravo
URL 01.04.12 @ 23:08
Comentario de: Poto [Member]
Gracias, de verdad. Ayuda saber que hay vida allá afuera.
URL 02.04.12 @ 08:52
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