Mood Indigo.
Siempre andamos buscando la sustancia del aire, de eso vivimos. Cuando se suscitan, como en el anterior post, cuestiones graves como las ocupaciones israelíes en Cisjordania, es natural procurar compañía o referencia, pero en el espacio disciplinar de lo urbanístico (las Escuelas de Arquitectura, los Colegios Profesionales) resulta poco menos que imposible. Cierto es que todo anda muy mal, y que la composición y defensa del propio domicilio apenas deja tiempo para entender de lo que nos parece ajeno. Pero también aquí se nos priva poco a poco del espacio, y de la vida que este es capaz de suscitar. Sin embargo, la reacción guarda cada vez la misma forma: cóncava. No sabemos si por reserva, sigilo o afasia. Y seguro que hay quienes se están dejando su existencia en que haya voz. Pero el problema es ese: no lo sabemos, no trasciende.
Según hemos podido determinar a través de su propia información en la red, en España tenemos 33 Escuelas de Arquitectura (31 si unificamos centros adscritos), 19 (17) públicas y 14 privadas (hace poco más de una década eran 15 en total, lo que indica que el boom engrasó bien la máquina). Consultando sus programas de estudios, vemos que unas dos terceras partes de éstas contemplan formalmente la enseñanza del Urbanismo, si bien integrada en la panoplia de elementos propios de la arquitectura y la construcción. Ahondando en su estructura orgánica, el número de Escuelas que cuentan con un Departamento de Urbanismo de la entidad y comportamiento suficientes como para señalar dignamente la “especialidad” (es decir, los que permiten distinguirla), se reduce a las 7 Escuelas públicas de inicios de la década de los 80, y una privada.
De las anteriores solo las ETSAS de Madrid, Barcelona, Valladolid, La Coruña y la ESARQ de la Universitat Internacional de Catalunya ofrecen vehículos específicos dedicados a la difusión y debate del Urbanismo o las artes de planificación de la ciudad y el territorio: revistas digitales, institutos, enlaces a publicaciones propias (papel, digital) u otras nacionales o internacionales, cuadernos de investigación, exposición de trabajos de posgrado, y blogs de profesores. La capacidad de reacción inmediata a la actualidad urbanística queda limitada en la mayoría de los casos a “círculos íntimos”, cuando no se suscita a instancia de los medios de comunicación. Hay quien con arrojo y determinación singular se lanza a la estepa, para comprobar al tiempo que hay pocos que le alcancen agua. Muere.
La cosa no queda ahí. Inmersos, todavía, en el proceso Bolonia, nos ponemos a ver la oferta combinada del grado + posgrado en lo que toca al Urbanismo. Si nos abstraemos de los máster sobre ciudades Inteligentes, sostenibilidades diversas, paisajismo, práctica inmobiliaria o empresarial y otros de enunciado engañoso y contenido especulativo, y buscamos lo que hoy en día representa el conocimiento básico que requiere echarse a la calle con un mínimo de solvencia y responsabilidad, nos volvemos a quedar con los mismos centros de antes (hay que partir una lanza por el ingenio de la ESARQ a la hora de programar créditos sobre “Regeneración de Territorios Intermedios” y “Escenografía Urbana”), pudiendo añadirse Sevilla. No obstante, incluso la lectura de los programas más completos suscita una sensación caliginosa, la propia de lo que no acaba de tomar forma porque aguarda que algo divino la saque del barro.
Nada cabe decir sobre la abúlica coherencia de propósito y acción entre unas Escuelas y otras. Obviamente, de cada una de ellas parece radiar todo conocimiento posible (para qué tratar con la competencia, si al fin y al cabo colación va con parroquia), alegremente perspicaces al enterarse de que el mundo no está aquí al lado, sino en la China.
Las otras instituciones (el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España y sus satélites territoriales) hace demasiado tiempo que no distinguen entre cualquier cosa y el Urbanismo. Le basta y le sobra con defender corporativamente y al peso nuestro maltrecho y absurdo espacio competencial, anclados en la omnisciencia que otorga la gracia del título, que es lo mejor para defender las cuotas, y así nos confían a asociaciones de carácter sectorial o clubes de nulo o escaso alcance, porque la voz prestada no está para nada.
En la actualidad somos aproximadamente 60.000 arquitectos en España (sin contar a los que se mueven etéreos, los urbanistas un bulto sospechoso entre todos), de los que estorbamos unas dos terceras partes. En ninguna de las instituciones mencionadas se aprecia una seria reflexión sobre los cambios que se abaten sobre nuestra cultura profesional, sobre qué es lo que de ésta hay que proteger, sobre qué le debemos a la tecnología y qué nos debe ésta a nosotros, y sobre el carácter esencial del Urbanismo, su instrucción y experiencia, en calidad de ciencia no subordinada (no consecuente) a lo económico y la pulsión constructora. Es probable que en el espacio universitario se esté dando tal pensamiento, pero no está a la vista en sus ecos de sociedad, ni en el reclamo académico-mercantil, ni en la propuesta curricular. No se encuentra.
Richard Sennett, en su obra “El Artesano”, traída con todo mérito en otras entradas de esta bitácora, cita al sociólogo Elliott Krause en relación con su obra “The Death of the Guilds”, donde se explica cómo el gobierno y la regulación legal han tenido más influencia que el mercado en la restricción de las profesiones: la ley burocratizó el contenido mismo del saber de los expertos, dejando de lado a la comunidad. Subraya por otro lado el vicio de la inefabilidad de la pericia personal: no contrastar en común las opciones, no exponerse a la crítica, no compartir. En otras palabras, la falta de transparencia. De este modo el conocimiento y las habilidades se atenúan y pervierten, la disciplina y el trabajo pierden crédito e integridad.
En “El hombre invisible” de Ralph Ellison, el narrador nota un mundo colmado por ciegos y alucinados que no advierten su presencia, por lo que se declara invisible. Y a partir de aquí aprendemos de la invisibilidad asociada a la ceguera (alguien es invisible porque alguien está ciego), la invisibilidad como impotencia pero también como medio de libertad y tránsito (el anonimato que le permite contar su historia), la invisibilidad y su impune voluptuosidad. Sin embargo, concluye que estas ventajas nada significan, porque el velo impide la posibilidad de estar e incidir. Al final, el narrador se hace visible, decidido a encarar la sociedad.
La Universidad, nuestras Escuelas, tienen a su cuidado las generaciones que nos han de suceder. No debieran ser solo, como dicen las acepciones del diccionario, un conjunto de edificios o ámbitos corporativos, ni siquiera la reunión de las cosas creadas. Tampoco malls y workshops del know-how, lo smart, efficient o sustainable. Ni una pieza del entramado cultural en venta, o la filial de la Consejería correspondiente. Son referencias, realizan la esperanza. En el caso del Urbanismo esta consideración es crucial, a la vista de la progresiva e inclemente destrucción de lo público que estamos soportando en España, del derribo de los dominios de los derechos de los ciudadanos y en definitiva de la democracia.
Si un gobierno dicta un Decreto que nos convierte en amanuenses de la filfa energética y el negocio de la rehabilitación, no corramos a vender maestrías para pescar clientes con el pretexto de haber hallado un nicho de trabajo; si una Comisión Nacional de la Competencia hace gala de su soberana estupidez recordando a los godos del liberalismo, denunciemos la memez recordando cuánto se ha argumentado sobre el tema en los últimos veinte años; si alguien nos quiere hundir (más) en la miseria dilapidando lo que no tenemos en la organización de unos Juegos Olímpicos, destripemos la verdad del presunto proyecto poniendo de manifiesto sus carencias, mentiras, y su fraudulenta vinculación con otra clase de juegos y trampas; si sobre las arenas que asedan los monederos del petróleo surgen espectaculares nuevas plantas de ciudades sostenibles, expongamos la falacia, porque más no es menos; si nuestros ayuntamientos y regiones no se proponen hacer nada porque nadie va a vender lo que resulte, enseñemos cuánto es posible planificar y gestionar sin necesidad de despachar: acusemos a los negligentes. Y lo colgamos de la página institucional, de la del blog de cocina o nos inventamos una.
Porque para eso nos formaron: adorar la razón y el conocimiento, ser íntegros, asumir una responsabilidad, y transmitir mejor su objeto.
No ser inefables, nunca indolentes. Ni, mucho menos, invisibles.
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