Un desastre en ocho aforismos
Emil Mihai Cioran (1911-1995) es una de esas personas que, de tanto acercarse al abismo, durante tanto tiempo, llega a bostezar sobre él: “Soy víctima de mis propias ideas. Como todo lo que he hecho era atacar a la literatura, atacar la vida, atacar a Dios, ¿por qué habría de escribir algo hilado en esas condiciones?”. Y de hecho toda su obra está deshilvanada. Sin sometimiento alguno al rigor intelectual, “siempre me he considerado un irresponsable. Para mí escribir es decir lo que quiero, sin perjuicio de contradecirme, eso no tiene la menor importancia”. En efecto: pasen y vean, la fiesta del desastre ha comenzado.
A propósito de los toros
Hay una dimensión del debate de los toros que no es menor, pero que sin embargo no la hemos visto en estos días por ninguna parte: la discusión sobre las plazas de toros, el dilema urbanístico. Porque los toros no se “corren” en cualquier lugar, en los estadios o en las “arenas”. Habitualmente se celebran en espacios específicos, y muchos de ellos (si no la mayoría) protegidos. ¿Qué hacemos? ¿Quitamos las plazas, las dedicamos a conciertos de Alejandro Sanz, las remodelamos por completo? ¿Planteamos algo mixto, que admita toros, pero también otros usos de invierno? Como sabemos, ejemplos hay para todos los gustos: plazas renovadas, cubiertas, obsoletas y prácticamente sin uso, que mantienen lo protegido pero albergan un centro comercial, etc.
A la zaga de Arias Maldonado
El artículo que Manuel Arias Maldonado escribe en el último número de la Revista de Occidente (nº 351, julio-agosto 2010), sobre las celebraciones deportivas, es literalmente impresionante. Tan sencillo y breve como doloroso. Pensamos, sin embargo, que puede ser útil (el paciente lector ya sabe que intentamos aprovechar todo). Téngase en cuenta, además, que lo estamos redactando bajo la presión de las vuvuzelas, en los minutos previos al partido crucial entre Alemania y España (qué nervios).
A propósito, una vez más, de los “no lugares”
Se lee en la más que interesante novela de Yasmina Khadra Lo que el día debe a la noche (Barcelona, Destino, 2009) esta curiosa declaración de André Sosa (en Río Salado, Argel, verano del 42), sobre los americanos: “Fijaos un poco cómo tratan a su moneda. Es un billete de cien dólares. ¿Habéis visto alguna vez un billete francés tan garabateado? Son firmas. Es una tontería, pero también el pasatiempo favorito de estos americanos. Lo llaman Short Snorter. Puedes añadir billetes de distintos países. Algunos tienen fajos enteros de billetes así. No es para enriquecerse sino sólo para coleccionarlos… ¿Veis estos dos autógrafos? Son de Laurel y Hardy. Os juro que es verdad. Y éste es de Errol Flynn, nuestro Zorro planetario…”.
El limo, los tropismos
Lo primero, descubrir su existencia (oculta, silenciosa, inconmovible). Después, traer a la conciencia y poner de manifiesto algunos que se consigue detectar en momentos de especial visibilidad, o que se escapan de los intersticios. Nos referimos a esos tropismos que anuncia Nathalie Sarraute desde 1939 (Tropismos, Barcelona, Tusquets, 1986; traducción de Clara Janés), y que pensamos pueden ayudar también a comprender la ciudad. O mejor, a desvelar algunos de sus signos.
En torno a la propiedad intelectual en el desarrollo de la ciudad
El debate sobre la propiedad intelectual no es indiferente al desarrollo de la ciudad. Y no sólo por la descabellada deriva que ha puesto en marcha la sentencia sobre la pasarela de Calatrava en Bilbao, sino por las implicaciones que puede acabar teniendo esta polémica sobre el modelo de ciudad adoptado, el desarrollo de las investigaciones urbanísticas y el avance del conocimiento sobre la ciudad o la transformación material del espacio urbano. Seguiremos la magnífica selección de artículos publicada en el nº 113 de Mientras tanto, dedicado casi por entero a la propiedad intelectual.
Un paseo por el parque de Lancy, en Ginebra
Georges Descombes, para conseguir que en sus parques se crease una atmósfera adecuada, buscaba un clima igualmente apropiado en la fase de germinación del proyecto. Intentaba conseguir un aire “de experimentación y de conversación de donde surge su gestación”. Formulaba, en consecuencia, sus proyectos como “una especie de `jardín de amigos”. Y en ocasiones publicaba después esas conversaciones en un libro: “El proyecto y el libro funcionan de la misma manera, aunque con materiales distintos”. ¿Para qué se proyecta un libro? ¿Para quién se escribe un parque? ¿Se trata de preguntas sin respuesta? Cuando los propósitos funcionales se diluyen sólo queda, desnudo, crudo, el arte de la memoria.
Antes y después de la invención de la calle
Ante la reedición, en 2009, del clásico de Antonio García y Bellido, Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo (Madrid, CSIC, 3ª ed. en 2009; or. de 1966: qué bonito libro), merece la pena recordar, siguiendo al autor, cómo algunos elementos de la ciudad que nos parecen dados y evidentes no son sino culturales. La vivienda, por supuesto. Pero también el emplazamiento o la calle. O dicho de otra forma: ha habido culturas sin vivienda; ciudades muebles (no inmuebles), y ciudades sin calles.
Y el cine se hundió definitivamente
No lo decimos nosotros: lo sugiere Stephen Barber. La lectura de uno de sus últimos libros, Ciudades proyectadas. Cine y espacio urbano (Barcelona, G. Gili, 2006), es algo parecido a un shock. En él se mezcla (sólo para los ámbitos de Europa y Japón: no se tratan los Estados Unidos) cine, historia del cine, ciudad e historia de la ciudad, percepción visual, cultura digital y, sorprendentemente, la evolución de las salas de cine, en un discurso único y sorprendente. No somos capaces de reducirlo a una síntesis completa y coherente, pero no renunciamos a extraer algunas citas significativas.
La ciudad, vista por dos psicólogos sociales
“La ciudad ha sido y es un entorno ambiguo” que produce a la vez anomia y socialidad entre una enorme densidad de intercambios de todo tipo. Las experiencias urbanas de sus habitantes pueden ser enriquecedoras, pero también nocivas. La ciudad puede vivirse dramática o provechosamente, en función de que se acepte o rechace la diversidad, la socialidad múltiple y la responsabilidad social. “Desde nuestro punto de vista –dicen Eduardo Apodaka y Mikel Villareal en su ponencia al congreso sobre La ciudad contemporánea (Bilbao, 10-11 de septiembre de 2009), titulada “Los retos psicosociales de la ciudad”-, una ciudad será sostenible (psicosocialmente) en la medida en que garantice a la población la libre combinación de socialidad intensa y extensa, reconocimiento y anonimato, sincronías intragrupales y policronías intergrupales, retiro habitual y estimulación novedosa, identidad y pluralidad, estabilidad y movilidad socio-espacial y acción colectiva en el diseño de la ciudad y retiro idiótico. En definitiva una combinación de habitación y tránsito”.
Texto correspondiente a las jornadas celebradas en la Escuela de Arquitectura de Madrid sobre El pensamiento crítico de Ivan Illich (publicado inicialmente en habitat.aq.upm.es).
Espigando en los textos del propio Ivan Illich, veamos qué significa, en su pensamiento, el hecho de habitar.
Artículo de P. Gigosos y M. Saravia publicado en el nº 100 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global
En la práctica urbanística se considera espacio público el que es espacio y el que es público. Sin metáforas ni sobreentendidos. Es una construcción social, desde luego, pero es ante todo volumen, extensión, la anchura que contiene las cosas. Lugar. Espacio. Y además público, por donde se puede mover libremente la gente sin tener que pedir permiso.
Comentarios sobre el último libro de Sennett
El libro de Richard Sennett El artesano (Barcelona, Anagrama, 2009) propone eliminar las “falsas líneas divisorias entre práctica y teoría, técnica y expresión, artesano y artista, productor y usuario; la sociedad moderna –continúa- padece esta herencia histórica”, pero pueden establecerse otros términos de referencia y otras clasificaciones más útiles. También para la construcción de la ciudad.
Simplemente deambulando
No existen. Los mapas influenciales que propuso Breton nunca se han llegado a hacer para nuestras ciudades. Hay, es cierto, algunos estudios de paisaje urbano de notable interés; pero en ninguno (que sepamos) se distinguen en blanco las zonas que nos gusta visitar, nos atraen, nos satisfacen; en negro las que intentamos evitar, nos repelen, nos desagradan; y en gris todas las demás, donde se alternan o mezclan las sensaciones. Serían mapas muy fáciles de construir, es cierto. Pero no se hacen.
Una disciplina, un art du déplacement y freerunning que da que pensar al urbanista
Es una gozada. Verlo y (suponemos) practicarlo es emocionante (saltos inverosímiles), sencillo (cómo no se nos habría ocurrido antes), vibrante (peligroso, aunque lo nieguen), liberador (quién ha dicho por dónde hay que moverse). Ahí están los amantes de la línea recta: si voy de aquí allá, ¿por qué debo rodear esa casa? Para ellos todo es paisaje: rocas y edificios, todo es lo mismo y un único paisaje. Desprecian caminos, escaleras, rampas y ascensores. No envidian ni a Spiderman ni a Catwoman. Anónimos (casi siempre) artistas de la gimnasia extrema, hacen uso como nadie de la ciudad.
Dos artículos, uno de Fermín Bouza y otro de José Luis Pardo, para hablar del urbanismo basura
Por un lado, “unos cuantos moralistas, generalmente científicos sociales (…) y algunos curas con debilidades filosóficas, que seguimos insistiendo en una cierta maldad del sujeto y del mundo”. Por otro, el sujeto y el mundo, “a su aire”. Y ¿qué aire es ése? Basura, pura basura. Aire fétido. (La cita es de Fermín Bouza, “Cultura y gusto al inicio del siglo XXI: sociología de la basura”). Unos diciendo lo mal que huele todo y otros jugando a revolcarse en el barro. Sí: unos aburridos y aburriendo, y otros divertidos y divirtiéndose. Cultura basura, urbanismo basura. ¿Pero no es de la basura, del cieno, del lodo, del limo, de dónde procede la vida?: demasiado complicado para estas horas de la noche.
De qué forma concebir la ciudad como un viaje
Todos somos viajeros. Más o menos tiempo, más o menos distantes; pero al cabo viajeros. La población de cualquier ciudad tiene en su nómina, invariablemente, un porcentaje de transeúntes; y el urbanismo también se ocupa de ellos, de nosotros. Mas ¿qué buscan, qué buscamos?: de alguna forma, creemos, dar una vuelta por el lado salvaje.
Un cúmulo de monstruos, demonios, contrahechos, criminales, apestados, gafos, ojipelambrudos, rabudos, gryllas, cinocéfalos, sabandijas, cerdos, culos, pezuñas, zarpas, heno, escombros y apocalipsis diversos en la ciudad de hoy.
Los encontramos aquí y allá, sin orden ni concierto, en grotesco hacinamiento. "Asados de usureros en salsa de abogados" (esto es de Rabelais, y esto lo parece) junto a danzas macabras y bailes de esqueletos. Grupos de violentos jugadores de la vida al lado de saturninos artistas de la decrepitud. Feroces periodistas melancólicos haciendo aquelarre con grupos de políticos lujuriosos. Un hombre abrazado por un cerdo, y un cortejo de jinetes desnudos en torno a un grupo de mujeres tocadas con cuervos y pavos reales (¿quién no lo ha visto alguna vez?). Los cuadros más conocidos de El Bosco representan la eterna lucha entre el Bien y el Mal; un combate que actualmente tenemos de nuevo bien delimitado. Y surcamos la historia, hoy como entonces, en una tronchante “nave de los locos” que nos conduce a quién sabe dónde. Porque, tal como sucedía en aquellos tiempos, se ha perdido todo referente y estamos sumidos en un relativismo demoníaco (como dice el Papa) y una neutralidad moral irresponsable (como prefiere denominarlo David Cameron). Ya no reina la cabeza, sino el vientre. ¿O no es así?
Por qué poner “vía 1” y “vía 2” si se puede decir “calle del océano”, o “de la mañana”, o “de las delicias”
Quien ha tenido la oportunidad de poner nombres a las cosas puede entender algo a los kabalistas. Buena parte de la comprensión del mundo nos llega a través de sus denominaciones. Y nombrar es un gesto creativo interesante, que permite sentirte como Dios. Sabemos que los nombres oficiales de las calles, los lugares y los espacios públicos los deciden las autoridades públicas; pero nada impide (sino todo lo contrario) que al realizar un plan se puedan designar las calles o las manzanas sin acudir a los socorridos números y letras, sino buscando otras denominaciones más intencionadas. O más sugerentes. Quizá más divertidas. Provisionales, sí; pero vivas. Mas, ¿qué nombres poner?
A propósito del capítulo titulado "Postales exóticas" del último libro de Estrella de Diego, Contra el mapa (Madrid, Siruela, 2008)
“Hay algo trágico en esa acumulación de presentes irremediables y dispersos” que son las postales de las ciudades visitadas. Algo trágico “en estos pequeños retazos de vidas perfectas y convencionales” que nos describen esas fotos tan perfectas de los lugares más conocidos de cada ciudad, esos “espacios atrapados en sí mismos y su instante perpetuo”. Imágenes que ponen el mundo en orden y sirven para, de alguna forma, al coleccionarlo, poseerlo en sus particularidades. Colonizarlo. De ahí que si nuestro propósito es el opuesto, contribuir a la descolonización, quizá nos vengan bien las antipostales que propusieron algunos surrealistas en las primeras décadas del siglo XX.
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