A partir de un viejo artículo de Juan García Hortelano sobre los puentes
Un breve artículo (poco más de 1000 palabras), publicado en el verano de 1987 por Juan García Hortelano, nos permite ordenar las ideas sobre los puentes. Está recogido en la recopilación de Manuel de Lope titulada Crónicas correspondidas (Madrid, Santillana, 1997), donde figura como publicado en El País entre julio y agosto de 1987, pero no hemos conseguido encontrarlo en la hemeroteca de este periódico. En cualquier caso, poco importa de dónde procede el original, una vez a nuestro alcance. Leamos, pues, "El vuelo constante", y reordenemos su contenido: no por gusto (siempre es preferible, y mucho más en este caso, la lectura del texto original), sino para fijar ideas. Como los chicos con los apuntes.
El origen de los puentes: un deseo y una imagen. El deseo por alcanzar la otra orilla y la imagen de un algún pájaro inmóvil sobre el río. Veamos: "Hace miles de años, probablemente, un hombre tendido en un ribazo veía planear un lento pájaro sobre las aguas de un río. Más por deseo que por necesidad, probablemente, imaginó aquel hombre que el inconstante vuelo se detenía en un punto equidistante entre las dos orillas. No es extraño que el hombre llegase a ver inmóvil en el azul del vacío al pájaro de piedra. Y en aquella ruptura del espacio el deseo del hombre por alcanzar la otra orilla encontró la premonición, antes de inventarlo, del puente".
Su primera función: alcazar la orilla desconocida y volar. En este último sentido se trata de una notable "corrección a la creación divina". El puente, dice García Hortelano, "es el primer ingenio que permite al hombre volar. De entre todos los ingenios con los que el hombre puentea a la Naturaleza y se la apropia, el puenteconserva a lo largo de las edades el embrujo del vuelo, la fascinación de alcanzar la orilla de lo desconocido, el poderío embriagante de franquear el abismo".
Su función última: mediadora entre dos paisajes del alma. Una función mediadora "entre dos mundos distintos, la divina unión hipostática de dos barrios que podrían ser dos ciudades o de dos parajes donde del uno al otro el alma cambia". En unos esa función es más destacada que en otros. Algunos puentes son "auténticamente fronterizos" y otros parece que nos conducen "al mismo mundo del que veníamos", pero todos apuntan de algún modo hacia la mediación.
Actúan entre la gente como símbolo: concordia y estabilidad. "Desde un punto de vista convivencial el puente ilustró la invención de tender puentes entre los semejantes, porque, como no podía ser menos, la obra que une lo que la Naturaleza separó había de constituirse en símbolo de concordía y estabilidad entre las contrapuestas fuerzas de los caracteres individuales".
Actúan en el entorno creando el paisaje: le dan visibilidad, pues se ve por sus ojos. La mayoría -sigue Hortelano- "incluso los puentes feos o los raquíticos, los pretenciosos o los rústicos, acaban por integrarse en el paisaje al que miran. Por ello, cuando un puente cae, el paisaje recupera su invisibilidad, ya que los ojosdel puente dejan de crear, en la soledad y por delegación del ojo humano, el paisaje. Si es verdad que sólo existe plenamente lo que se ve, las ruinas de un puente señalan la victoria del vacío".
Son diversos, y todos guardamos en la intimidad una iconografía de puentes (incluso para habitarlos). "A veces, son puentes inexistentes (...). A veces, se trata de un puente casi soñado en otra realidad". Algunos son poéticos, algunos bellos.
Porque todos constituyen una obra de arte. "En los puentes se cumple con ejemplar rigor esa inseparable unidad de la forma y el contenido que la obra de arte exige para ser tal".
La belleza. Los puentes se comprenden desde abajo, aunque su música se siente desde arriba. "José Antonio Fernández Ordóñez (que los enseña y los ama, los cataloga y los construye) me ha enseñado que un puente únicamente se conoce y se comprende desde abajo". Al bajar a las pilas se puede leer mejor su razón técnica. Pero "la música" del puente, "puede percibirse sin haber pasado jamás por el Conservatorio de la Escuela de Caminos. Cualquiera puede sentir esa música, que vuela y permenece fija en un aire, que se serena / y viste de hermosura y luz no usada".
La poesía. Algunos incorporan el misterio de la poesía: entre dos harturas de racionalismo. "El prodigio de la ingeniería se atribuye durante iglos a los poderes de Lucifer. Esos puentes satánicos, levantados durante una noche por motivos de venganza, seducción o ambición fáustica, incorporan el misterio de la poesía a la misteriosa belleza de la técnica. El puente, en la teología de la obra pública, representa una corrección a la creación divina, que pide reparación o fundamento en las potencias tenebrosas".
La experiencia. Ya que realmente no llevan a volar, tampoco parece necesario ni siquiera mirar. La experiencia del puente (esa música que se decía sentir desde la luz) nos la entregan generosamente, acodados en alguno de sus pretiles, "la violencia del viento y del vértigo".
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