Buenas perspectivas.
Charles Mackay fue un notable escritor y periodista escocés, especialmente recordado por su libro “Delirios populares extraordinarios y la locura de las masas”. Publicado en 1841, se ordenaba según tres apartados: “Delirios nacionales”, “Disparates singulares” y “Delirios filosóficos”. Aquí se habla de burbujas económicas, alquimia, cruzadas y caza de brujas, profecías, adivinos, la influencia de las formas del cabello y la barba sobre la política y la religión, modos de envenenar, casas encantadas, la admiración que suele sentir el pueblo por los grandes maleantes, y decenas de leyendas urbanas. Considerado inicialmente un panfleto sensacionalista, con el tiempo se fue ganando su reconocimiento como un testimonio de gran importancia en los campos de la psicología social y la psicopatología.
Entre los "Delirios" encontramos la descripción del pánico que asoló Leeds y sus vecinos en 1806: una gallina ponía huevos con esta indeleble inscripción sobre la cáscara: “Cristo viene”. Un largo e intenso peregrinar se suscitó desde las localidades próximas, reuniendo multitudes anhelantes de asistir al prodigio, con la convicción de que se trataba de la señal del fin de los tiempos. Como navegantes a merced de la tempestad, seguros del naufragio, los fieles de la nueva fe oraban con violencia ante la gallina, arrepintiéndose de todo pecado imaginable. Sin embargo, la visita de unos perspicaces caballeros terminó con el arte del portentoso corral. Testigos del acto ponedor, comprobaron que el huevo había sido grabado con tinta cáustica y repuesto (con perdón) cloaca arriba a la gallina, que terminaba expulsándolo cuando convenía. Los que antes adoraban, ahora se desternillaban de la risa ante el hallazgo, aliviados porque en definitiva el mundo no se iba a terminar, y (sobre todo) porque cuando imperan los necios no hay quien quede en ridículo (lo que, por cierto, en inglés suele decirse literalmente como “tener huevo en la cara”).
Anxo Sánchez, catedrático de Matemática Aplicada de la Universidad Carlos III de Madrid, escribió sobre la pretendida profecía que nos amenizó el final del pasado año. Pero no tanto en relación con el augurio y nuestro superado (o eso creemos) devenir, sino sobre el pueblo Maya y su hundimiento. Citando a Michael D. Coe, uno de los investigadores más influyentes sobre esta civilización: “generaciones de académicos han tratado de explicar el Gran Colapso, y sus argumentos han incluido prácticamente de todo, desde epidemias, invasiones extranjeras desde México, revolución social (…), decrecimiento de la lámina de agua, e incluso huracanes y terremotos”. No obstante, la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que se dieron tres factores fundamentales: guerras intestinas endémicas, sobrepoblación y colapso ambiental, y sequía.
De estos, la sequía parece confirmarse como el principal, a tenor de las conclusiones del cabal y bien documentado trabajo del antropólogo Douglas J. Kennett et alia: “Development and Disintegration of Maya Political Systems in Response to Climate Change”, que vincula el auge y ocaso de los mayas a las consecuencias del cambio climático. Los autores demuestran que los ciclos productivos naturales fueron alterándose paulatinamente, dando lugar a prolongadas sequías en momentos críticos, lo que a su vez motivó el resto de factores.
Así pues, los mayas parecen haber presagiado con tino el fin del mundo, al menos las causas del suyo, descritas implacablemente en el Popol Vuh a través del relato de los orbes fallidos que fundaron sus dioses. Nada de catástrofes naturales, o seres caídos del firmamento. Solo un creciente agostamiento, que sintieron desde el primer momento, agravado por esa condición humana que convierte en fatalidad nuestra idiotez: la ilusión y embeleso de seguirnos creyendo perpetuos artífices de un sistema invulnerable.
Dónde está esa gallinita, déjala a la pobrecita, déjala que ponga diez.
apuntes para el libro Urbanismo para náufragos
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