Detrás de Paul Ricoeur, José Jiménez Lozano y Gyula Gazdag
Hace unos meses hablábamos, en un post sobre el paisaje, del urbanismo narrativo al que nos invitaba Manuel de Torres i Capell. Volvamos a él una vez más, en nuestra propia versión. Insistamos en una fórmula que puede ayudar a construir una ciudad más cálida. Y también (y sobre todo) una ciudad más justa. Porque la novela, con sus historias, se parece más que ninguna otra disciplina escrita a la ciudad, con sus dimensiones cruzadas, sus puntos de vista diversos e incluso contradictorios, sus recovecos y sus muchos (muchísimos) callejones sin salida. También con sus grandes parques y monumentos de piedra vieja, desde luego. Así es la ciudad y así es la vida. Y si se nos permite un juego fácil con la imagen que nos acompaña, diríamos que el urbanismo necesita contar historias sobre la ciudad para poder, en esa compañía y con algo de ritmo, alzar nuevamente el vuelo.
Comentarios a partir del último libro de Eustaquio Barjau
“En un gélido día de invierno unos puercoespines se apiñaban los unos a los otros para que así, dándose calor mutuamente, no se quedaran ateridos de frío. Sin embargo no tardaron en sentir que se estaban pinchando unos a otros, lo cual hizo que volvieran a alejarse unos de otros. Luego, cuando la necesidad de calentarse los volvió a juntar, se repitió por segunda vez aquel mal, de modo que estos dos sufrimientos los estaban lanzando de un lado a otro, hasta que encontraron una distancia moderada en la que mejor podían soportar aquella situación. Y a esta distancia la llamaron cortesía y buenas maneras”. Esta fábula de Schopenhauer (Parerga und Paraliponema 11 & 396), que ya utilizamos en alguno de nuestros libros, puede sernos útil una vez más, ahora desde un nuevo enfoque. La cortesía, esta manera de ver la cortesía, podría ayudarnos a resituar el papel de las ordenanzas de edificación y uso del suelo, especialmente en los conjuntos de viviendas unifamiliares, donde la expresión personal de propietarios y vecinos tiene lugar.
El "grado cero" del urbanismo
Un campo de refugiados es un asentamiento humano en el que vive, durante un período indeterminado de tiempo, un conjunto de personas desplazadas forzosamente de su residencia habitual. Allí reciben ayuda humanitaria internacional, fundamentalmente en forma de alimentos, cobijo y asistencia médica. Hay unos 20 millones de refugiados en el mundo, de los que unos nueve millones son niños. Los datos, como siempre, son distintos según la fuente de que te sirvas. Además, la estancia en los campos es muy variable. En Albania, los refugiados de Kosovo vivieron en campos durante sólo tres meses, mientras los refugiados de Somalia han estado viviendo en campos en Kenia desde 1991. El de Jallozai, en Paquistán, se formó a partir de la invasión soviética, en los años 80. Y el de Tinduf, en el Sahara, se formó hace más de treinta años.
Y treinta años es mucho. No es exagerado decir que, en algunos casos, los campos son germen de ciudades. Y que en ellos está el urbanismo en grado cero. El mínimo del mínimo de la vida urbana. Lo menos que se puede pedir a una ciudad. Por eso deberían ser una referencia al urbanismo. Pero no una cualquiera, sino básica. ¿Cuál es la cantidad de agua necesaria? ¿Cuál el tamaño de la vivienda? ¿Qué significa la seguridad? ¿Cuál es el la relatividad del impacto sobre el medio ambiente? ¿Ciudad compacta? ¿Ciudad saludable? En los campos de refugiados sí que hay respuestas.
El viejo cuento del rey desnudo tiene una expresión moderna en el relato que se inventó el director de cine Alfred Hitchcock sobre el MacGuffin (o McGuffin, o Maguffin). Se trata de una expresión que designa la excusa argumental que pone en marcha una historia. La excusa que motiva a los personajes a desarrollar la historia, pero que en realidad carece de relevancia por sí misma. Lo que distingue al MacGuffin de otros tipos de coartadas argumentales es su carácter intercambiable. Y desde el punto de vista de la audiencia, que tal excusa, el MacGuffin, no es lo importante de la historia narrada.
Notas para la conferencia del mismo título, desarrollada en el Colegio de Arquitectos de Salamanca, el 9 de noviembre de 2007, con motivo del día mundial del urbanismo.
Le Corbusier escribió su libro Cuando las catedrales eran blancas en París, en el año 1936, meses después del viaje que realizó a Estados Unidos por invitación del MOMA (Museum of Modern Art de Nueva York) para dar una serie de conferencias en varias ciudades. La primera edición en francés data de 1937; y en castellano, de 1948 (Buenos Aires, Poseidón. Hay una edición más reciente en Apóstrofe, 1999). Tiene dos partes: la primera, "Atmósferas", es breve y actúa como introducción a la segunda, "Estados Unidos de América", en la que, a lo largo de 46 capítulos (cortos) comenta su impresión de la visita, centrado especialmente en Nueva York, y expone, entretanto, sus teorías de regeneración urbana. El libro sigue siendo entretenidísimo. En parte, desde luego, por la desmesura, egocentrismo gracioso y mezcla de razón y mito que, siempre que se lea en dosis breves, le favorece. Pero también porque invita a pensar en la situación actual de las ciudades, donde se pueden ver muchos de los signos a que se refiere Le Corbusier, aunque ahora extendidos a las ciudades de todo el planeta. Por de pronto, las catedrales han vuelto a ser blancas.
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