No sólo de ciudades africanas vive el blog. Y puestos a viajar, vayámonos lo más lejos posible. A Gisborne, por ejemplo, en Nueva Zelanda (cuyo conocimiento necesitaremos para otro trabajo, del que ya informaremos oportunamente). Gisborne es la ciudad que ve nacer el sol. A ella llegan los primeros rayos del nuevo día, pues está muy cerca de la "línea internacional del cambio de fecha" (el meridiano de 180°). No es grande (cuenta con una población en torno a los 40.000 habitantes), es extremadamente normal, pero resulta muy atractiva.
Porque se trata de una ciudad decididamente moderna. Su plan general (el Combined Regional Land And District Plan, CRLDP, la síntesis de un amplio sistema de planeamiento actualizado en 2006) es modélico. Todo el plan (excepto la presentación gráfica) es interesante, pero me gustaría destacar la forma en que se organiza la memoria: identificando, en cada uno de sus capítulos, los recursos naturales comprometidos; especificando los objetivos a alcanzar; declarando las políticas planteadas para conseguir tales objetivos; explicitando los métodos, programas y técnicas cuya aplicación se prevé; definiendo las reglas coherentes con tales pautas; explicando claramente las razones por las que se definen los objetivos y se plantean los métodos y reglas descritos. Es decir: argumentando el por qué de las decisiones adoptadas. Y por último, determinando las formas de supervisión de los resultados esperados. O lo que es lo mismo: mucho más organizado y claro que en nuestro país, donde sólo se reclama tratar determinados asuntos, pero sin que deba hacerse conforme a ninguna pauta expositiva. (Un intento de sistematización en el sentido "maorí" puede verse en la Memoria del Plan General de Turégano, actualmente en tramitación y que comentaremos otro día). Creo que, más allá de la formalización concreta de la memoria del plan, o de cómo facilita esa misma sistemática una buena participación, esa organización nos habla de una cultura urbanística bien asentada.
Una cultura que ha dado lugar, en 2005, a un documento muy singular: el “Protocolo de Diseño Urbano”, promovido por el Ministro de Medio Ambiente. Forma parte de un programa más amplio de desarrollo sostenible, y pretende llegar a un compromiso entre todos los agentes que, de un modo u otro, tienen que ver con el urbanismo (administraciones, empresas privadas, asociaciones, equipos técnicos y profesionales, etc.). Está dirigido a aumentar la conciencia general en el valor del buen diseño urbano. Pretende llevar a la consideración de todos que la calidad en el diseño repercute en la mejora de la vida urbana. Que el buen diseño tiene consecuencias ambientales, económicas, sociales y culturales positivas. Un diseño extendido a todas las escalas, desde la territorial a la del detalle de las edificaciones. El “Protocolo”, que identifica siete cualidades esenciales del diseño urbano (las “7 Cs”: contexto, carácter, selección –choice-, conexiones, creatividad, cuidado y colaboración), invita a que cada una de las organizaciones signatarias asuma el compromiso de crear y fomentar la calidad del diseño urbano por sus propias acciones. Es un acuerdo libre, y no tiene fuerza de ley.
Llama la atención que en este documento tan significativo, que insiste una y otra vez en la palabra “identidad”, se reduzcan las aportaciones maoríes a simples precedentes de las ciudades actuales o a enunciados genéricos (“el modelo de asentamiento maorí y la relación del tangata whenua con la tierra”, y cosas por el estilo). Pues en Nueva Zelanda la relación de la población mayoritaria (de procedencia europea) con los pueblos indígenas (poco más del 20% del total de la población neozelandesa) ha dado lugar a complejas y largas reclamaciones de estos últimos (de carácter cultural, aunque también económicas y sociales) ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de la ONU. El debate sobre el biculturalismo sigue siendo candente, y debería aparecer con la misma intensidad en la conformación de la ciudad, en su diseño urbano. Porque la esencia del biculturalismo es la igualdad. Se trata de desarrollar la habilidad de poder comunicarse ambos mundos, el europeo y el indígena, en pie de igualdad. Su aplicación al urbanismo lo podríamos llamar “interurbanizar”: diseñar tomando como referencia no sólo los modelos o las actuaciones de una determinada cultura, sino también los de “la otra”. Con el mismo valor y con el mismo peso.
(Publicado inicialmente el 27-10-07).
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